| EL “HOGAR”
 
 
 - Puedo asegurar sin temor a equivocarme, que esta casa muy grande, muy alta y
 con innumerables ventanas -que mi mamá de blanco llama “hogar”- es
 verdaderamente mi casa.
 La maestra que viene en algunas ocasiones, siempre repite que en el lugar dónde
 las personas son felices, ésa es su casa.
 Yo la escucho atentamente a pesar que ella está entretenida alisando su pelo o
 mirándose absorta en su polvera. Hablando y hablando ininterrumpidamente,
 ajena a nuestros reclamos y a nuestras preguntas.
 El timbre que suena en mi habitación me recuerda que comienza un nuevo día.
 Me visto sin prisa.
 El desayuno que me espera en el comedor, me gusta casi frío, así puedo soplar
 por la bombilla de papel sin quemarme la cara con las burbujas.
 Ese es uno de mis pasatiempos favoritos.
 Aunque ya deberían estar acostumbradas las otras mamás de blanco reprochan
 mi diversión.
 Por el contrario, a mis hermanos les causa mucho placer, y todo el comedor es
 una inmensa boca con multitud de dientes, formando una enorme luna creciente.
 Retiro de debajo del colchón el trozo de espejo y me saludo antes de salir.
 Cuando Carlos  -en un ataque de ira- rompió el espejo del pasillo, yo escondí un
 pedacito antes que la escoba me lo impidiera.
 Me gusta mucho mirarme en el espejo.  Soy bello igual que mis hermanos, no así
 las mamás y los papás de blanco.  Ellos tienen la frente arrugada y los ojos
 chiquitos  y serios como con un eterno enojo.  Son feos.
 Carlos es mi compañero de cuarto.   Siempre está durmiendo día y noche, y
 cuando está despierto, suele romper cosas como los espejos y los vidrios de las
 vitrinas.
 Nunca desayuna con nosotros. Ni siquiera-como yo- bebe el café con leche
 solamente, porque el pan además de duro tiene un reborde verde nada atractivo.
 Prefiero los caramelos brillantes y multicolores de la pecera.
 Cuando meto mi mano en el agua y los tomo, me miran con ojos asustados de
 pez, y se retuercen cosquilleando en mi boca, hasta que consigo dejarlos quietos
 en mi estómago.
 Las hormigas y los caracoles del fondo también son apetecibles.
 Por eso -cuando puedo-me escabullo hasta el jardín y almuerzo allí, con las
 manos, dejando la comida de mi plato para María.  Ella nunca protesta y creo que
 encuentra la comida deliciosa.
 Rafael tampoco habla mucho, solamente sacude y sacude la cabeza de un lado
 para otro, como siguiendo  el ritmo de una canción que solo él escucha.
 De todos los habitantes de la casa, María y Rafael son mis preferidos. Siempre
 estamos juntos.
 Para caminar me coloco del lado derecho de María, y como mi pié izquierdo no
 funciona muy bien y su brazo derecho se perdió, yo le presto mi brazo izquierdo y
 ella empuja mi pié con su pié derecho para complementarnos
 A Rafael lo tomo siempre de la mano.  Me apena porque es débil y tiene lentes
 con cristales gruesos, y entonces dejo que elija el juego del día, pero responde
 bamboleando su cabeza aceptando siempre nuestra propuesta. Les presto mi
 espejo y los dos sonríen al verse.
 A pesar de ser mayor, la profesora de música me agrada.
 Nos hace sentar en el pasto formando un círculo, y saca de su cartera canciones
 maravillosas que nos hacen cerrar los ojos de placer. Siempre las letras tratan de
 niños felices, de animales que hablan y de fiestas de cumpleaños.
 Aunque sean sólo canciones lindas igual me gusta oírlas, recordarlas y creérmelas.
 De regreso en mi habitación, dejo el espejo en su lugar, y espero en silencio que
 se haga presente mi amiga araña refugiada en el ángulo más alto del techo.
 No dije nada a la limpiadora de su existencia, y ella agradecida, baja por su liana
 de plata sobre mi cama, y ejecuta una danza sólo para mí, girando y girando en
 todas direcciones al menor movimiento de mis piernas bajo la manta.
 Como Carlos siempre está dormido no pude presentársela, y ella abiertamente lo
 ignora descendiendo en mi cama solamente, hasta que Nerón - el gato- la divisa y
 se abalanza sobre ella sin éxito.
 Como una consumada trapecista se eleva recogiendo su columpio y esperando
 mis aplausos.
 El gato huye correteando en el  corredor una presa menos ágil, y ella se despide
 hasta la noche siguiente con una última pirueta.
 Hoy,  el día de la semana marcado en rojo, no me siento muy bien.
 Por la tarde vendrán esas personas extrañas a visitarnos.
 Desde temprano comienza la tortura del baño, el cepillado de las uñas y la ropa
 apretada y con olor a “guardada para ocasiones especiales”.
 Sé de memoria la rutina: sentarme un poco adormilado y tieso como un cartón,
 mientras una mujer parecida a mí me mira horrorizada, un hombre que la abraza
 me mira indiferente, y dos niños que lloriquean,  no me miran. Nadie acepta mi
 espejo para mirarse y verse un poco más apuestos.
 Igual no me interesa mucho, era un simple acto de cortesía.
 
 Al irse la mujer me besa en el aire y los demás, me envían un obligado beso con la
 
 mano
 .
 ¡Por suerte se han marchado!
 
 Llamo a mi mamá de blanco y ella me calma ya que por alguna razón que no
 comprendo, esas personas me inquietan.
 Un poco más tarde y aprovechando que todos estamos vestidos de domingo, nos
 conducen a la terraza que dá sobre la calle para ver la puesta de sol y también
 para que los transeúntes puedan observar nuestra prolijidad en el atuendo y el
 buen comportamiento aprendido.
 Hoy voy a hacer realidad mi sueño que ni siquiera María y Rafael conocen.
 Seguramente cuando se los muestre en una cajita, se alegrarán de poder iluminar
 con él sus miedos nocturnos.
 Mordiéndome los labios por la excitación, subo juicioso junto a los demás hasta el
 quinto piso.
 Con esmero mi mamá de blanco nos hace tomar de la baranda y nos explica que
 el sol se apresta a dormir sumergido en un mar anaranjado, muy cansado por
 haber trabajado doce horas para el mundo.
 No puedo demorarme mucho.
 Cuando sólo queda un pedacito de sol visible, emprendemos el regreso por las
 escaleras demasiado estrechas para controlar mi retraso. Aprovecho la penumbra
 y el tropel de piernas para ocultarme en el entre piso. Me acurruco hasta escuchar
 que están en planta baja y entonces corro hasta el ventanal.
 Salto con los brazos extendidos para atrapar el sol que casi se me escapaba……
 Creo que calculé mal la distancia, necesitaba más impulso.  No pude descolgarlo
 de las nubes y aprisionarlo en mis manos.
 Por extraña metamorfosis me transformé en pájaro en posición de vuelo….pero
 mis alas no respondieron.
 El descenso es rápido ¡menos mal!
 Abajo me pondré en la fila para que no noten mi ausencia al hacer el
 recuento…treinta y nueve y….cuarenta.
 El domingo lo intentaré de nuevo.
 
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