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Historia de amor.


Carmen no podía creerlo. Se negaba a escuchar la noticia, no dejaba que su visión del pasado le mostrara la realidad. Se resistía a entender esa verdad. Seguía pensando que soñaba. Que aún conservaba su mundo ideal, con una familia, sus hijos, su amor.
Un mundo creado sobre castillos de arena y muy a la orilla del mar. Ese mar que se atrevió a cruzar en busca del príncipe ideal. Uno que le hablara de amor con bellas palabras, que le hiciera versos, que le escribiera historias, que la tratara como niña-mujer, como princesa de cuentos de hada. Alguien que la transportara por el mundo en nubes de ensueño y la ayudara a olvidar sus penas y obligaciones, sus contratos fallidos con la felicidad eterna y sus errores, que tanto le pesaban últimamente.
Ese mar que transito de regreso a su hogar, dejando en cada estela la esperanza plagada de sueños, sin atreverse a pensar un solo segundo en que todo podría fallar. Creyendo cumplido todo lo añorado, cuando las cosas se sucedían como lo había planeado.
Nunca tomo en cuenta los otros sentimientos. La desdicha y la pena enorme que quedaban allende los mares…

Oscar estaba muerto.
Terrible. Impensado. La noticia la enmudeció por un instante. Pasaron por su mente reflejos de su vida junto a el en un segundo. Jamás hubiera creído que el ya no se encontrara en este mundo. Se sintió transportada a otro espacio, no estaba en este tiempo. O quizás si lo estaba, pero se negaba a admitirlo por diferentes razones que interiormente le carcomían el cerebro de tanto pensarlas sin poder encontrar la solución.
El oficial le comunico la noticia por teléfono y le comento que, como ella figuraba en la lista de amigos del celular de Oscar en primer lugar, la llamaron para darle la noticia y luego para que se presentara a reconocer el cuerpo. Justamente en el lugar de la tragedia.
El no era del país y no tenia familiares allí. Solo ella. Solo Carmen.
Llego al departamentito.
Un oficial le abrió la puerta.
Se sentía desencajada, perturbada.
Lola, la perra, la recibió moviendo la cola pero sin alegría, como con un saludo cordial a un vecino sin trato. Lola, no la quería.
Todo parecía igual, los maceteros en su sitio desbordados de malvones de todos colores, el patio limpio de hojas, no había suciedad de la perra en el pequeño parque y el bote de comida estaba completo.
Después de recibirla y hacerle algunas preguntas, la hicieron ir al dormitorio, considerado como el lugar del hecho sangriento. No sin antes advertirle que el cuerpo aún estaba alli.
Que largo le pareció el trayecto.
Eran solo unos metros, que se transformaron en miles de kilómetros en un segundo. Cada paso le sonó repetido, gastado, muerto sobre las baldosas limpias e imperfectas.
Al ingresar dio un traspié con la mesita de la TV, siempre en el camino, dos cuadros cayeron al piso, uno de la bebe, otro de Oscar y un grupo de amigos Argentinos.
¿Oscar? Sí, el. El argentino que le robo por un tiempo el corazón, ese de buenas maneras y de muy buen hablar. Ese de las cartas de amor al amanecer, de los mensajes de voz en su ordenador todos los benditos días. Ese del otro lado del mar. De la otra tierra, de la posible esperanza.
Ese que hacia muy buenos cuentos, tanto en letras como en la vida real.
Su Oscar, el que se atrevió a amar a pesar de la distancia, ese que sintió le escribiera bellas palabras de amor, el que logro por fin unirse en matrimonio con ella y radicarse en España. Lo que siempre quiso el, vivir en Europa, había sido su sueño durante largo tiempo y Carmencita le abrió las puertas de ese mundo.
_ ¿Qué había pasado? Se preguntaba, ¿Que?
Si la tarde noche anterior se habían encontrado para hablar de Mari, la hijita de ambos. No recordaba nada más que sonara importante en el momento.
Gracias a Dios, (ella era creyente) la nena había dormido en la casa y no con su papá.
La punta de la alfombra casi la hace rodar nuevamente, como siempre que entraba al cuarto.
_“¿Cuantas veces te dije Coqui, que la dieras vuelta? ¡Caray! con la alfombra.” Se dijo para sus adentros. Solo “caray” no decía palabras feas.
La habitación estaba ordenada, la bata caída a un costado de la cama. Las mantas se conservaban arregladas sobre la mecedora.
Los tres gatos dormitaban en la alfombra, el desorden solo se veía en el lecho.
Imagino.
Vio los cuerpos rodar a lo ancho y largo de la cama, sintió en su piel las caricias perdidas, lo vio besarla, hacerle el amor, tocarla con ansias, susurrarle al oído, lo vio amarla, desearla, necesitarla. Lo vio llenarla, completarla, abarrotarla de amor y sueños nuevos. Como jamás _ a pesar del amor declarado por el hacia ella_, lo había hecho con su cuerpo, con sus momentos de pasión, con sus entregas. Como jamás ella lo había sentido. Ese amor, casi perfecto, en otra, le dolió y le dolía intensamente, aunque estuvieran separados.
En la mesita de luz estaba el llavero con el corazón rojo, unas cuantas fotos viejas de ambos en Argentina, un montón de hojas con las cartas que el le escribiera cuando eran amantes, allá, en la otra tierra, cruzando el mar.
¡Cómo era la vida!, - pensó- las mismas letras también las tenía ella en su ordenador, junto a las fotos de su boda, de su vida en matrimonio, de su hija.
Los mismos cuentos, idénticas palabras de amor, con dos destinatarias distintas y muy distantes entre si, pero en un mismo tiempo.

El cuerpo de Oscar estaba semidesnudo, un calzoncillo azul cubría su sexo.
Sus piernas relajadas, una sobre otra en la zona del tobillo. Recordó. (así descansaba el.)
Cuanto lo amó, cuanto lo amaba todavía.
Le daban ganas de acostarse sobre su cuerpo frío y darle vida, su vida, de ser necesario. Pero ya era tarde, ya estaba hecho.
Seguía sin recordar muy bien eso que la perturbaba desde que llego a la casa.
Sintió una mano tomarla del brazo discretamente y alguien que le hablaba con tono decididamente autoritario, pero muy calmo.
_ ¿Señora, a que hora dejo usted de verse con el señor? Por favor, pase por aquí.
_ Pues, yo… (Reacciono) a eso de las 21 horas oficial, no estoy muy segura, tengo una laguna, no puedo pensar claramente. Es tan trágico esto que no puedo pensar. No puedo… La verdad, no puedo. Contesto.
_ ¿Y el con quien estaba además de usted?
_ Con la niña, y conmigo, no se de nadie mas. Ya no vivíamos juntos, nos separamos, el amaba a otra mujer, desde siempre. Yo no pude seguir adelante. (Volvió a repetir, varias veces…) Nos separamos, nos separamos, ya no me amaba, como yo creía… Balbuceaba Carmen, mientras el cadáver de Oscar yacía a centímetros de su cuerpo, inmóviles ambos, uno por la muerte y ella, por el espanto que se apoderaba de sus sentidos en cada segundo que permanecía en la habitación.
Las lágrimas estaban a un segundo de caer desbordadas sobre sus mejillas rojas, listas para marcar un surco húmedo de llanto que se depositaria invariablemente sobre su falda recién planchada. Y como odiaba que se arruinase la ropa por nimiedades u odiosas gotas de agua salada, como siempre decía para disimular momentos de angustia y llanto.
_ ¿Otra, y quien es ella señora, donde vive? ¿Esta en el país?
_ Pues no se, mire usted que ella llegaba antes de ayer, de Argentina. Y no se mas, no se mas.
_ Señora, (escucho una vos con tono de orden) dénos todos los datos que tenga, ella debe ser la autora del hecho, la asesina.
_ ¿Asesina? -Al fin de todo ya sabían que lo habían asesinado. Se sintió acorralada sin saber el porque. La palabra asesina le dolía.
-. Asesina no. Ella lo amaba también, _balbuceo._ Igual que yo.
Y las palabras emergieron de su garganta como si estuviera en un confesionario.
_El siempre temía eso, que lo mataran, pero no dejaba de meterse en líos.
No dejaba de mover la cola entre los correos de las mujeres que conocía en Internet, era un juego, un juego maligno y destructivo, casi una conducta diaria, un refuerzo de adrenalina, un modo de vida difícil de erradicar.
Eso le servia para crear, escribir, soñar, vaya a saber con que en definitiva. Estar sobre la cuerda floja lo incentivaba. Le permitía pensar, plasmar sus ideas y darles cuerpo. Escapar a la realidad que lo torturaba desde niño, una realidad creada solo por el o vivida realmente en cuerpo y alma. Vaya a saber cual era la respuesta. Ahora era tarde para saberlo.

Carmen regreso al tiempo y espacio con una pregunta directa que le hacían.
_ ¿Señora, usted no lo mato verdad?
El oficial hizo una mueca parecida a una sonrisa y agrego,
_Así damos por terminado el caso, ¿no le parece?

Estaban cansados, habían tenido una larga y movida noche, con accidentes y varias muertes y necesitaban ir a sus casas y tomar un receso después del papeleo. Acariciar a sus hijos, hacer el amor con sus esposas o tirarse a ver el partido de fútbol de la tarde.
Ella se quedo mirando, sin siquiera notar la magnitud de la pregunta.
El departamento estaba limpio, tenía poco mobiliario. Un computador junto a la ventana que daba al patio, con una alfombra debajo del escritorio, pequeña, solo para los pies.
Un macetero en la ventana con alegrías del hogar. Siempre le gustaron a Oscar esas flores. Y esta primavera, estaba lleno de flores y capullos por abrir. Miles de colores alegraban la vista y el paisaje. Los malvones colgaban con flores de las macetas adheridas a la pared. Los colores eran variados. Casi un arco iris a simple vista.
Carmen miro el parque, mentalmente escucho sus risas, recordó cuando eran felices. Cuando aún se amaban, cuando aún le creía cada palabra, cada sonido, cada acción.
En la cocina, como vestimenta solo había una mesita pequeña, tres sillas, poca vajilla. La alacena no desbordaba de alimentos, el cocinaba su comida diariamente y hacia sus compras al regresar del trabajo y solo comía lo que estaba a mano o podía elaborar sin esfuerzo, eso lo satisfacía, no precisaba mas, luego de acomodar todo, se sentaba y escribía. Cuentos, era lo que mejor hacia.
Adoraba las tabernas y los cafés de la calle, se metía en todos los que podía, le encantaba mirar a los parroquianos y adivinar sus vidas, sus amores, sus dichas y desdichas. Le encantaba imaginar que sentado en esa mesa vería llegar al amor de su vida y que en el momento del encuentro se darían un beso tipo cinematográfico. Y colorin colorado, serian felices por siempre.
Era un amante de los alfajores, tanto que en un principio a su llegada a España, se los hacia enviar por su hermano, los extrañaba mas que a su vida, pero no mas que a su amor. Ese amor que le costo la vida.
Así era Oscar, su Oscar, el que ella quiso, el que ella quería y la otra también. Y el que ahora, estaba muerto.

“Muerto. Muerto, Oscar estaba muerto”.

Y bien muerto que estaba pensó. ¡Se lo merecía, coño que se lo merecía! Por putañero, por descuidado, por hacerse el lindo y por buscar en cada mujer una amante.
Pensaba alocadamente Carmencita.

_ Señora. –escucho-
_Aquí hay indicios de lucha, y muchos rastros y pruebas de violencia, deberá acompañarnos a la delegación, usted es la única que le conoció bien. Necesitamos su declaración con detalles.

De nuevo ese sentimiento de encierro la embargo.

_Tome asiento por favor, su nombre completo…
_Carmen Rojas
_ ¿Edad?
_ 48.
_ ¿Que relación la unía al difunto?
_ Fue mi esposo. Nos divorciamos. Tenemos una hija.
_ ¿Cuánto hace de eso?
_ Hasta el año pasado, en que lo descubrí hablando de amores con la argentina, la que dejo allá. Yo le había dicho que en la primera que supiera todo se terminaba, soy muy estricta y cumplo mi palabra, soy muy derecha cuando digo algo, lo cumplo. _Declaro_.
Seguidamente explico algo de su vida con el.

_ Luego oficial, al tiempo nos volvimos a juntar, sabe usted, tuvimos una niña, pero no funciono, de nuevo lo encontré en renuncios. Hasta con mi mejor amiga, y la secretaria de su oficina y la jefa y muchas mas de Internet. Todo término entonces, no mas perdones para el y su comportamiento.
Pero éramos amigos… ¿Vale?_Se apresuro a decir._

_ Permítame usted, ¿Cuándo dice que le vio y a que hora?
_ Ya dije, ayer por la tarde-noche. Y luego de matarles me fui con la niña a casa.
Un silencio revelador se gesto en la habitación, ¿había dicho, matarles o escucharon mal?
_ ¿Matarles? ¿A dicho matarles? ¿A quienes, donde, cuando?
Los oficiales se arremolinaron junto a la declarante, estupefactos ante las palabras inesperadas.
_ A los dos. No soporte su amor y les mate.
La cara de Carmen se había deformado, un odio terrible asomaba por sus ojos, su boca pequeña y delicada era una mueca amarga, su cabello enredado se hacia tiras de tanto tocarlo. Sus manos pequeñas se crispaban con cada palabra y un atisbo de locura se leía en su rostro. Sus ojos achinados destellaban furia contenida, y las lágrimas se amontonaban en ellos y querían brotar cual torrente, pero se contuvo. Trago saliva, miro a su alrededor y luego hablo. Despaciosamente, como recordando cosas del pasado. En cada frase su mano suave alisaba su rubia cabellera ensortijada, obligando a sus rulos a mantenerse quietos y ordenados mientras relataba esos momentos de espanto que había vivido casi sin darse cuenta de lo sucedido.

_ Es que llegue a la casa y los encontré haciendo el amor, y no soporte sus palabras, no soporte escuchar que le decía “Cuchi, la amo, la amo con locura, perdóneme amor, perdóneme.”, y los mate. “Los mate…”, repitió quedamente.
_ Muy bien señora Carmen y ella, ¿donde esta?
_ ¿Ella? Ah, ¿ella? Esta en el la estufa del lavadero, supongo que asándose la muy torpe.
Una sonrisa de locura asomo en la comisura de sus labios, acompañada con la mirada perdida en los recuerdos que antes fueron suyos. Luego el silencio.

Los guardias que la interrogaban, llamaron al oficial encargado y dieron orden de revisar el departamento hasta el más mínimo detalle.
Dejaron la cocina y se dirigieron al parquecito de la vivienda.
Llegaron al lavadero situado en un rincón del patio, oscuro como si estuviera escondido, estaba cerrado con candado, lo hicieron saltar, empujaron la puerta que al contacto de la mano se sentía caliente, entraron, lo que vieron los espanto. El piso bañado en sangre, sobre la mesadita cuchillos de varios tamaños, un balde debajo como recogiendo esa sangre que se escurría hasta coagular.
La estufa encendida, una cocina de gran tamaño, de esas industriales, que el había comprado para cocinar y vender la producción cuando estaba en épocas de malaria y sin trabajo. Cuando no tenia ideas que escribir, ni cuentos que contar. Ni mujeres que engañar.
El espectáculo era dantesco, aterrador, dentro de la pileta estaban las manos de la mujer, en una un anillo de compromiso que aun brillaba entre los vestigios de la sangre coagulada, sus uñas prolijamente pintadas y bien cuidadas, retiraron la alianza y leyeron en su interior “Oscar”. Un anillo de bodas sin ninguna duda. De su cuello colgaba una cadenita con un delfín de oro que el le regalo cuando estaban en Argentina en uno de sus cumpleaños. Difícil casi de ver por la sangre acumulada sobre ella.
Su cabeza, en una olla inmensa, hirviendo a fuego lento. Aún la mirada sin vida de la mujer daba escalofríos y permitía pensar que nada de maldad pudo haber en esos ojos color miel, con largas pestañas color tabaco claro.
El torso y las piernas se encontraron en el horno. Y los pies desechados en la basura. Para que, según Carmen, “Nunca mas pudiera caminar hacia el nuevamente”.

Sangre y mas sangre, impactaba en demasía ese espectáculo, la lucha debió de haber sido feroz, hasta que, como dijo la declarante,
–Le aseste un cuchillazo en el corazón y ya dejo de chillar. Me enfurecía que gritara así, le pedí que se calle y no quiso, le rogué que me ayude a enterrarlo y no quiso, se hubiera salvado si lo hubiera hecho. No quiso. No me escucho. Entonces la mate también.
Después de todo no tenía porque morir, el no valía nada, el era malo, el destrozaba el amor, las ilusiones, las esperanzas, ella también era victima. Igual que yo. No entendió y los mate a ambos. Podríamos haber sido amigas…– Susurro –

La guardia civil, acerco el carro del loquero a la entrada, los cientos de curiosos asentados en el pórtico dificultaban el traslado de la asesina.
Los noticieros de la ciudad transmitían el hecho sangriento casi minuciosamente y al segundo por toda la cadena televisiva. No era el caso que los oyentes se perdieran ninguno de los detalles siniestros de la historia de amor y odio que allí se vivió.
No era el caso que no supieran que Carmen, estaba loca de remate desde siempre, y que su historia hablaba de su encierro en un psiquiátrico, por el asesinato de un esposo anterior a este, del cual no habían podido descubrir aún al autor, aunque siempre se sospecho de ella, no eran pruebas suficientes para encerrarla.
No era el caso que la noticia quedara en nada, que no se enterasen que su locura era hereditaria, que su historia era repetida, de abuela a madre, de madre a Carmen, de Carmen a…

Mari dormía placidamente en brazos de un guardia civil.
Ellos habían tenido una hija….




Sibelu ®
12-06-09
Conserve nombre de autor

Texto agregado el 17-11-2010, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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