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Toc toc, sonó la puerta y casi de inmediato la abrieron. En el pórtico apareció un hombre alto y robusto, con un traje gris y unos anteojos enormes, acompañado de una muchacha de unos veinte años de rostro cándido y de cabellos castaños, vestida con una blusita de color rosa pálido y un faldón del mismo color.

- Buenas tardes, queremos hablarle de la Palabra del Señor-dijo el hombre robusto.

¿Cuál señor?- increpó el muchacho de pelo negro y rizado.

- El Señor nuestro salvador- replicó el hombre robusto con denodada paciencia.

- Por supuesto pasen- dijo el muchacho de la chamarra de cuero, haciéndose a un lado para permitir la entrada de sus visitantes.

El hombre robusto y la muchacha entraron a la casa con cierta desconfianza ante el intempestivo cambio de actitud del muchacho de jeans ajustados.

-Tomen asiento

El hombre robusto y la muchacha se sentaron en el enorme sillón de la sala.

Te has preguntado alguna vez ¿qué es la felicidad? o ¿cómo puedes conseguir la salvación?, todas las respuestas que necesitas están en este libro sagrado- dijo el hombrón batiendo como un estandarte la Biblia.

El muchacho asintió con la cabeza; mientras el otro se dispuso a abrir el libro para buscar algunas citas; sin embargo, de pronto, como una oleada incontenible, una gran cantidad de líquido se aglomeró en la vejiga del predicador, éste se paró de inmediato, miró algo angustiado al muchacho y le dijo con tono de urgencia:

- Présteme, por favor, el baño

Por supuesto, pero me lo devuelve luego- dijo el muchacho con sorna y ante la reacción enojada del hombre, agregó, como disculpándose:

- Es al fondo a la derecha, por el pasadizo.

Cuando el predicador salió de la sala los muchachos se quedaron solos. Ella se encontraba nerviosa y algo asustada por ese motivo. Él, en cambio, estaba animado, lo cual lo llevó a dirigirse a ella con un gesto travieso:

-¿Tú también predicas?

-Trato de hacerlo- le dijo la muchacha fingiendo resolución.

Aunque no te parezca de verdad me interesa mucho eso de la salvación-prosiguió él, con el mismo ánimo pícaro.

Y porqué te interesa tanto- replicó ella.

Porque soy un gran pecador-dijo el muchacho; mientras observaba el rostro turbado de su acompañante.

No lo creo, eres muy joven para eso- dijo la muy retadora.

¿Qué pecados has cometido muchachito?-agregó aún más provocadora.

Solamente te diré que siempre repito, una y otra vez, todas las mañanas: “que el apetito sensual y la lujuria no se apoderen de mí, no me entregues al deseo impúdico”.

-Eclesiástico 23:6

-Así es, veo que lo conoces.

Ella hizo un gesto de afirmación y se quedó callada.

Él la miró fijamente a los ojos, con esos globos oculares que se asemejaban a dos carbones encendidos y le dijo despacio, como recitando una dulce oración “La lujuria de la mujer se ve en la procacidad de sus ojos, en sus párpados se reconoce”. En ese instante, ella se quedó quieta como hipnotizada, él se acercó hasta casi pegar sus labios a los de la muchacha y sus manos, esas candentes brazas, le recorrían las piernas, quiso gritar, pero no pudo. “Mi amado metió la mano por la hendedura; y por él se estremecieron mis entrañas”. Un caudal de deseo retenido se desbordó, las rápidas manos se deshicieron de los obstáculos. “Bolsita de mirra es mi amado para mí, que reposa entre mis pechos”. La resistencia se disipó dejando la limpia y llana excitación a la deriva. “¡Entre mi amado en su huerto y coma sus frutos exquisitos!” El Cantar de los cantares hizo su magia…

Se despertó, se encontraba totalmente desnuda, en el pecho latía un corazón casi imperceptible debido al sumo estado de relajación en el que encontraba, la cabeza como vacía se llenaba de recuerdos próximos, cogió la ropa y se empezó a vestir lentamente, ¿qué pasó? se preguntó y casi de inmediato, de algún rincón de su mente, vino la respuesta, se sonrojó y, ahora, impresionada y alterada se vistió a toda prisa y salió corriendo de la casa.

Entró a su casa, ya era de noche, saludó a su mamá, quien la miró extrañada, apresurada se encerró en su cuarto, trató de dormir, dio mil vueltas en la cama; repasó lo sucedido con calma, era imposible, ¿cómo había sucedido? ¿No estaba acaso su compañero de predica en la misma casa? De pronto, esos pensamientos la abandonaron, algo había cambiado, algo era más urgente, algo que no podía captar en sus pensamientos, una especie de ardor que empezaba en su vientre y le recorría el cuerpo apoderándose de su mente. No pudo dormir, el deseo le urgía como una droga. Al próximo día, cuando apenas había salido el sol, se fue a la casa del muchacho causante de sus estragos; sin embargo, cuando llegó a la casa la puerta estaba abierta, entró a buscarlo, no lo encontró, la casa estaba completamente vacía, no siguió buscando, debido a que el insoportable olor a azufre de la casa la espantó. Se fue, aunque el deseo la carcomía por dentro, cuando se encontraba en la calle se dio cuenta que tenía en la mano la Biblia, fue cuando cayó en la cuenta de que tenía la solución a su angustia, había muchas casas que podría visitar, predicar eso es, se dibujó una sonrisa traviesa en sus labios, luego partió dispuesta a dar fin a sus apremiantes deseos.

Texto agregado el 21-12-2010, y leído por 152 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-12-2010 Interesante juego y bien escrito, salvo que para caer en el deseo no se necesita ni el azufre ni el cantar de los cantares. NeweN
22-12-2010 f santacannabis
 
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