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Salza para tallarines


Nino Liberti había escrito de puño y letra un cartelito para la entrada de su tienda en Jesús María: “Ravioli, fideos, salza para tallarines”. Naturalmente, la primera vez que lo leí le dije inmediatamente que estaba errado, que salsa no se escribía así. Y se divirtió mucho porque era, dijo, una magnífica estrategia de marketing: “Todos se sienten obligados a corregirme.. y muchas veces compran mis fideos”.
Había llegado a Lima en 1947 junto con un primo hermano, Giovanni. En verdad los dos eran Giovannis y se decidió que uno sería “Nino” para diferenciarlo. Era mecánico uno y contador el otro y , para decirlo llanamente, venían en busca de oportunidades en esta nuestra América.
Pierina recuerda bien el día que fue con sus padres al Callao a ver acoderar al “Usodimare” y que sus primos ni siquiera hablaban italiano, solo piamontés.
No les fue bien al principio. El padre de Pierina que los había ayudado –y quizá alentado- para el viaje, procuró enrumbarlos y hasta les compró un camión y Nino se hizo viajante de comercio. Así conoció medio Perú hasta que decidió dejar ese oficio y entonces don Pietro compró una chacra cerca de Chosica pero ninguno tenía alma de agricultor y fracasaron.
Entonces.. ¿qué podía hacer un italiano en el Perú? La solución fueron los fideos, ravioles, canelones, empanadas... que nos regalaba con largueza.
Compró máquinas a plazos endeudándose hasta el cuello y abrió una tienda en el jirón Horacio Urteaga en Jesús Maria a la que puso por nombre sencillamente “Ravioles Nino”. Ya se había casado y su esposa fue la mejor compañera que hubiera podido imaginar y desear pues trabajaba como nadie. Y así, a raviolazo limpio y a lo largo de veinte años, compró la tienda, una casa, un hermoso Rambler y crió un hijo talentoso para el espectáculo, el conocido Mario Liberti.
Entonces volvió a Carmagnola, el pequeño pueblo del norte de Turín donde estaba toda la familia y de donde en 1929 había partido para el Perú don Pietro Liberti, mi suegro, un buenmozo sargento de Carabineros, un Mareschiallo que leyó un aviso en el diario de Milán en el que ofrecían un empleo en el remoto Perú.
Nino estuvo poco tiempo en el añorado Piamonte. El retorno al pueblo era ya imposible pues la vida no era la misma y él la pasaba mejor en Lima con sus hermanos masones y sus ratos libres dedicados al esoterismo, espiritismo y una serie de artes raras que nos divertían y que no sé si él mismo tomaba en serio.
¿Y Giovanni? También se casó y con una solemne profesora y tuvo gemelas. Era un hombre triste que eligió apartarse un poco de la familia y murió hace unos años.
Un día, me contaba Nino, comenzó a sacar cuentas y concluyó que ya no era negocio vender la pasta fresca. La tarea era agotadora y el rédito mínimo y le salía más a cuenta alquilar el local y retirarse a su casa.
Murió su esposa Ada y quedó solo porque Mario hizo su vida aparte. Finalmente, hace unos días murió y lo acompañamos un puñado de amigos y sus únicos parientes en el Perú, su prima Pierina, su hijo Mario, sus nietos Mariolino, Salvatore y Tiziana.
¿Porqué les he contado esta historia? ¿Acaso fue significativo el paso por la vida de nuestro querido Nino? La verdad es que todas nuestras historias siempre son importantes y deberían ser contadas porque hasta el más simple deja huellas profundas que rescatar por quienes lo siguen. ¿Qué nos dejó Nino aparte de sus recetas, etc.? Sencillamente, el grato recuerdo de cómo nos quería y apreciaba.

Tío Juan

Texto agregado el 10-07-2004, y leído por 291 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-07-2004 que hermoso este texto!!, me ha dejado sin palabras, fue un plecer encontrarte!! LORENAP
 
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