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Restaurante Espíritu santo
¿Qué operación realiza el Espíritu Santo para que el pan del panadero genere el misterio, en todo el planeta, del cuerpo desmultiplicado y de la sangre superabundante?
Michel Onfray.
Masca tus granos y bebe tu agua como siempre, amigo mío, y alaba tu cocina siempre que te guste.
Nietzsche. Así hablaba Zaratustra. La Cena.
Siempre es más fácil buscarle defectos a todo que ponerse a cocinar.
Chuck Palahniuk.
No había resuelto si ir a comer en el restaurante chino o meterse una hamburguesa en el chuso de la esquina, cuando una paloma café mierda se estrelló contra la ventana de la sala y cayó con el tintineo de los vidrios detrás del sillón.
De la cabeza del zuro salían volutas de sangre espesa, roja y tan tibia como la recordaba cuando le intentaron curar el asma abriéndoles el tórax a pichones desangrándolos sobre el pecho lampiño. Uno de esos ritos de misticismo domestico concomitantes al famoso y responsable progreso de la civilización del siglo XX.
Hay quienes creen que algunos niños traen el pan debajo del brazo. Algunos más piden por caridad una moneda para un pan. Otros aseguran que del cielo desciende una paloma blanca y escupe lenguas de fuego que contienen todo el conocimiento divino, esencial y necesario para la vida.
Aquí una paloma rompió la ventana con su cadáver y resolvió la molestia de tener que decidir adónde ir a comer.
Del cielo cayó la comida.
Del cielo cayó una paloma con el ingrediente principal de la línea de platillos y postres a base de proteína del Restaurante Espíritu Santo.
A nadie le importan realmente las palomas. Sería el colmo que uno cuide una especie en vía de invasión viral. Una plaga. Sería el colmo que uno perdone al ser que lo envenena todos los días en todos los lugares de la existencia. Suficiente con tenerla por santa.
La paloma es bonita porque por medio de su forma el espíritu santo le repartió la gracia del dios judeocristiano a todos los impúberes sacerdotes vendedores de la religión paulina. Por eso los nidos más infestados de ratas voladoras se encuentran en las iglesias. Porque son santas. En cambio, un cocinero de pueblo dueño de su propio restaurante tiene todo para modelar como macho alfa y no ser considerado peligroso; su simple presencia basta para opacar la de otros hombres, que también se someten a su grandeza, como si fuera el mismísimo mesías. Su sazón embruja creyentes, ateos, inconstantes o disidentes.
Pero esta ave no es tan perversa. Es cierto que se la puede ver cagando y ensuciándose las plumas con su propia cloaca, pero es un desperdicio verlas picoteando cerca a las basuras o reciclando restos en las plazas públicas. Es una mina en medio de desechos. Hay que criarlas y cocinarlas.
Del cielo cayó la comida. Cayó toda una colección de recetas a base de proteína producida de manera natural, sin conservantes ni hormonas. Usted se puede comer un pollo sin afanarse por los montones de químicos con que los hacen crecer en las avícolas de los tugurios.
Estos productos se venden mejor que el pollo en semana santa.
Y de hecho el primer plato diseñado es una especie de comida judía a base de perniles de paloma, pan árabe, margarina vegetal, cebollas cabezonas, agua, almendras, clavo de color, páprika, orégano y laurel y, si quiere, sal y pimienta. Se parece a Mousakhan del restaurante judío del frente, sólo que más barato y menos vistoso, más pequeño y un poco más blando. En la zona hay varias familias judías y no soportan la comida que no se prepare según la receta de la Tora: la dieta kosher. También hay varios paisas, rolos y gente de todas partes que por hambre y disuadiendo la rutina, van a comer.
El viejo del restaurante judío atiende de afán y no sonríe ni si quiera cuando le pagan la cuenta. A uno le gusta que la comida venga con buena cara, no sólo vale la presentación sino que lo sirvan con gusto para comérselo igual, por eso el Espíritu Santo contrata a las patinadoras del restaurante paisa del turno de la mañana, para que trabajen el turno de la tarde usando pantalones negros ajustados y blusas pequeñas de color rojo.
Ellas le han soplado algunos de los secretos del restaurante paisa, como usar huesos de pollo para darle sustancia a los caldos y a las sopas, cosa que todas las abuelas enseñan en la cocina, pero que el cocinero del espíritu Santo ignora porque sus recetas vienen de lo primero que encuentra en internet.
Del restaurante paisa casi no ha podido copiar nada porque la base de la comida es el cerdo, los huevos y la cebolla junca, y entre el marrano y la rata voladora no hay ni punto de cocción similar, ni siquiera entre los huevos de paloma y los de gallina.
El fiambre de paseo de reyes no requirió gran despliegue de inteligencia militar sexi para lograr la receta. Los condumios paisas son duros de copiar por tanta vaina que tienen: aceite, gallina (en nuestro caso, paloma), cebolla larga, cebolla cabezona, ajo, caldo de verduras, papas, yuca, cilantro, zanahoria, plátanos, hojas de plátano, arroz, agua, y la cantidad que se quiera de comino, sal y color; además de la pita para amarrar el paquete de comida.
Las primeras misiones de espionaje eran sencillas: consistían solamente en emborrachar al viejo y ponerlo a cocinar antes de tirar, cosa que nunca ocurría porque después de comer quedaba desparramado en el sofá y se dormía.
Tantos ingredientes necesitaron de varias misiones de espionaje que ejecutaron las sexis patinadoras, seduciendo al cocinero paisa, cosa ya muy simple para ellas y para cualquiera, metiéndose poco a poco a la cocina como asistentes de chef, argumentando que querían profesionalizarse en hotelería y turismo o algún tecnólogo en gastronomía.

Texto agregado el 02-01-2011, y leído por 179 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
02-01-2011 Es curiosamente extraño. Todo por una paloma.Aquí en Cordoba,Arg., laspalomas de atransformaron en una plaga y un emprendedor las hizo cazar, congelar y mandar a Europa. No se si eran del espíritu santo,pero llos europeos no les hicieron ascos. cuando hay hambre no hay pan duro ni paloma sucia. elbarso
02-01-2011 Interesante tu narración. Me gustó. susana-del-rosal
 
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