| Milagro
 ¡No y no! –le gritó su madre ofuscada, este año no
 vendrá el niño Dios, Victoriano se encerró en sus
 pensamientos, había muchas cosas que no cuadraban, primero:¿Por qué el niño Dios, -si era la
 personificación de Dios niño- se habría de molestar
 por las travesuras de Victoriano? Si el también fue niño, por
 el contrario lo comprendería a la perfección.
 
 Segundo: ¿Qué tenia que ver la miseria en que vivían y que no
 tuvieran ni para comer? ¿No se suponía que él
 tenía todo el poder del mundo para fabricar juguetes o para
 aparecerlos al instante?
 
 Había secretos de los adultos que no le parecían
 lógicos, como aquella situación de que los sacerdotes no
 podían casarse y tener hijos, ¿entonces por que el domingo
 cuando el hizo su primera comunión; el Padre Pérez estaba
 besando en la boca a la señora Gertrudis en el banquete celebrado
 por la primera comunión múltiple del pueblo; después
 de haberse bebido dos litros de tequila?
 
 Ese era uno de muchos, y él, al cabo del tiempo iba descubriendo
 que muchas cosas que decían los adultos eran mentiras a pesar de que
 uno de los 10 mandamientos prohibía mentir.
 
 Contrariado tomo un puño de piedras y desquito su coraje contra un
 nopal, hasta que el adormecimiento del brazo lo hizo caer en cuenta que
 había estado usando mucha fuerza.
 
 ¡Victoriano! –escuchó su nombre de voz de su madre.
 
 Ándale vete por las vacas y ya deja de estas haciendo tu geta
 
 –Ordenò enérgica su madre.
 
 Así era la vida, siempre cuesta arriba: trabajar, obedecer, ser buen
 cristiano a cambio de…
 
 Solo migajas, que difícil era la vida con todas sus reglas; ser
 obediente, buen cristiano y hasta aprender a sumar y restar.
 
 Pasaron los días, la rutina adormece hasta el dolor más
 pronunciado, soportar las gélidas mañanas de los altos de
 Jalisco, dormirse con hambre o a veces con un taco de sal y un pocillo de
 leche cuando la fortuna sonreía, enfrentarse a las pesadillas
 oníricas donde con frecuencia se enfrentaba a los federales que
 tenían cara de perros o serpientes que lo mordían, plantadas
 en su mente en las tardes cuyo escaso placer consistía en escuchar a
 escondidas las platicas de su abuelo, sobre anécdotas de la
 revolución, asegurando que –esos federales del General Natera son
 unos perros- y escuchando como su tropa(la que alguna vez comando su
 abuelo) se –la partió- como hombres deveras, luchando incluso cuerpo
 a cuerpo cuando las balas se habían acabado y –matándose como
 los meros hombres-
 
 Regresaba por el camino de la imaginación, viéndose a
 él en batallas interminables –matando federales- y librando a su
 gente de la pobreza, el dolor y la desdicha, por que de siempre escucho que
 todas las desgracias que vivían eran por culpa de –los mendigos
 federales-
 
 Al día siguiente después de las labores de la mañana;
 su abuelo llego a visitarlos, eso siempre significaba buenas noticias, o
 llevaba comida, dinero o un juguete, por eso cuando Victoriano que
 regresaba de llevar el ganado al potrero del agostadero; se alegró y
 partió carrera hacia la entrada de su casa, tumbo la tranca que
 impedía que las reses se comieran el jardín de su madre y
 preguntó a bocajarro, con el corazón saliéndosele por
 la boca:
 
 -¿Qué nos trajo mi abuelito mamá?
 
 -¡Nada mijo nomas vino a ver como estábamos! –mintió.
 
 Victoriano que había empezado a conocer las verdades a medias de su
 mamá, entendió que algo había por ahí, y se
 puso a esculcar en los rincones donde su madre escondía los
 piloncillos, el chocolate en tablillas o los cuadritos de azúcar y
 después de explorar casi todos los lugares metió la mano en
 un hueco que estaba entre el cántaro del agua y el fogón, y
 alcanzo a percibir la figura de un pequeño animal -como del
 tamaño de un cachorro- este al sentir el escrutinio de su mano
 comenzó a moverse inquieto, en ese instante conjeturó la
 mente de Victoriano, ¿si es un perro por que encerrarlo aquí,
 se podría ahogar? ¿Y si de veras mi abuelito no trajo nada y
 lo que estoy agarrando es una víbora? Para salir de dudas saco el
 envoltorio del cachorro o de la víbora –extrañamente estaba
 envuelto en papel destraza.
 
 No era un perrito, tampoco era una culebra; era un caballo del
 tamaño de un juguete; pero real, cuando miro a Victoriano se
 sacudió y comenzó a mover sus pequeñas alas y a volar
 para lamer el rostro de Victoriano, este cayó de espaldas por la
 sorpresa.
 
 La mamá de Victoriano al escuchar el ruido producido por
 el porrazo de este; lo encontró siendo acicalado por lo que
 parecía en pequeño poni volador, a lo que solo acertó
 a decir: -¡Ave María Purísima de Guadalupe!
 ¡Milagro!
 
 Victoriano fue el niño más feliz del mundo, el único
 que tuvo por compañero a un Pegaso que lo acompaña a todas
 partes, incluso a sus sueños.
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