Esa tarde-noche quería hacer algo entretenido así que llamé a la Betsy porque se es que motivada y si le dices que vas caminando al otro lado del mundo ella va sin problemas. Y no recuerdo cómo, pero terminamos dentro de una gran habitación sin muebles ni nada que lo decorase excepto las personas (al menos quince especímenes humanos bien diversos) y había espacio como para unas cinco o seis más. Nos sentamos en el suelo junto a otras aristas de la realidad y apoyamos nuestras espaldas en la pared y en el centro de la pieza había alrededor de tres personas corriendo en círculos en una especie de trance creado por el teatro espontáneo o la biodanza. De repente alguien enciende un caño que medía unos quince centímetros de largo y de aproximadamente un centímetro de espesor. La (persona) que lo enciende es un hombre joven de unos veintidós años y una vez termina de aspirar su dosis necesaria lo pasa a la persona de al lado y así sucesivamente hasta que llega a mis manos. Inhalo la medida justa, la llevo a mis pulmones, siento su agradable sabor, exhalo y lo paso a la siguiente persona y cuando siento que mi consciencia ha sido alterada me siento contento.