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Enero de 2011. Un estilo de “putamadre”.




Ha pasado lo peor, atrás han quedado las horas en que mi cerebro parecía engrudo cociéndose, las neuronas se hacían pasta y mi mente divagaba en diversos mundos alternos.
Ese fue el resultado de una bronco perro neumonía galopante atrapada mientras trabajaba entre las heladas posteriores al agua nieve que tapizo los últimos días de diciembre.
Noches confundidas con días entre las fiebres que me sacudían, temperaturas que me cocieron, no literalmente, la lengua, labios e intestinos.
Medicamentos con un sabor horrible, inyecciones que me dejaron las nalgas como si hubiera hecho mis necesidades en un enjambre de abejas africanas.
Ocasión que refrendo el cariño patente de José Ángel, mi hijo, que manejo sin quejas o muestras de agotamiento durante largas horas para llevarme a casa y poder tener mejor atención.
Ups, mi mugroso hijo no sabe cuanto le quiero, porque se necesita una actitud de amor y servicio, un pedacito de vida palpitante, el brillo de una mirada o el roce de una emoción cargada de chispas multicolores , porque el oro de la energía de dar y recibir es circular, es decir: ¡solar!

Y yo, frente a sus atenciones, sonreía y dejaba caer la cabeza, sobro mi hombro derecho…
Entonces veía su rostro sereno, atento a la carretera y descubría como volaban mariposas desde su pensamiento en una meditación de pétalos de nieve… que caían distraídos y recogía yo para observarlos derretirse y así entender lo maravillosamente temporal de toda la existencia.
Y en la transmisión de nuestro calor humano en el pick up que conducía mi hijo, entendía aquello que enriquece al individuo de ilusiones: ¡No puede salvarme la vida muerte, aunque puede ayudarme a vivir!
Y esto era la curación,
Mientras en los mundos alternos en que mi mente afiebrada divagaba, le interrogaba mi espíritu, ¿En verdad deseas saber cosas sobre la vida y sobre la muerte?
Porque si queremos despertar de la muerte en vida de una existencia apagada, hemos de sobreponernos al miedo.
Y yo, que prefiero la naturaleza, ver las estrellas desde la hierba fresca de la noche y sentir, como una muchacha de provincia, cómo los libros guardan la sabiduría que trasciende el misterio de todas las soledades.
Escuchaba desde mi interior una voz que me decía: “Esta es tu vida y es bella.
Es perfecta a su manera, así como un árbol, una hoja o un copo de nieve o un gatito son perfectos si se les considera por lo que son”.
Y así, sonriente bajo la lluvia helada en medio de la carretera del desierto lleno de nada, convertí mi vida en arte, en bailes y canciones, en poemas…

Hay quien me dice que escribo en un estilo de “putamadre”.

No lo sé de cierto, a decir verdad., ya que siempre he recriminado ante los astros y demás estrellas que “fama” que no da dinero es autoengaño.

Sólo que lo que no es un engaño es la repercusión que genera lo que escribo.

Que, para bien o para mal, siempre hay quien me está reclamando por el desparpajo insolente de mis analogías o tratando de joderme por tal o cual componenda de palabras.
Y puedo decir, después de haber practicado la generosidad de la narrativa, he obtenido una consciencia benigna del mal y no sé si también una conciencia maligna del bien…

¿Quiénes son los buenos?

¿Quiénes son los malos?

¿Qué tan buenos son los malos?

¿Qué tan malos son los buenos?

¿Qué tan malos son los malos?

¿Qué tan buenos son los buenos?

Aunque lejos quedaron ya la insolencia desenfadada de la escritora maldita y el incontenible deseo de un mundo mejor; es decir, la distracción intelectual y su poderío intimidatorio dio paso a la contemplación crítica y sus residuos literarios, de mi estilo de putamadre.
He cumplido, la tarea está realizada: Entre comentarios, reseñas, investigaciones, aciertos y vacilaciones, palabra a palabra, envuelta en el laborioso acontecer, el despliegue de opinión fue ejercido a conciencia, otorgándole a mi alegato una ventana pública.
Me encuentro agradecida y agrego: que si la lucha diaria de opinión suele fraguar la presencia de la discordia, también ofrece la valiosa oportunidad de generar respuestas, encause y extensión de argumentos, así como actos concretos, que bien pueden arrebatarle la máscara a los “falsos satisfechos”, entes sociales que esconden tras ella el origen de la miseria, el rencor o la insatisfacción, cuando denigraron con su desempeño las riquezas de una comunidad que a todos nos pertenece.

El desengaño político es una opción adecuada, por los alcances del castigo psicológico y sus tintes aleccionadores, fanáticos y disciplinarios, nos cobra la más cara de las facturas comunitarias: la entrega de las alegrías de vivir a cambio de un mundo del dolor, aderezado de un sin fin de adicciones, entre ellas, las drogas y malentendidos existenciales que pudren la condición humana.

Se podría alegar que hacer crítico es una tarea fácil, al alcance de cualquiera, que sólo hay que ir por la temática según los vientos de temporada política, esperar a que alguien se equivoque o se desboque y listo.

No es tan sencillo, no basta con dominar los elementos esenciales de la redacción y atender el “chisme”, toda opinión acredita con sus argumentos su estancia y durabilidad.
Que quede claro.
Además están las amenazas y los insultos que se traducen en desprecio y cancelación de oportunidades.
Aunque el rencor de los ofendidos es también la excusa perfecta para no ser un ser humano obscenamente neutral, pues deben de saber que tengo muy bien definidas mis preferencias sexuales: a mí me gustan los libros.

Convendría tomar como ejemplo del Año Viejo y entrar sin visa o pasaporte o alguna otra recomendación comprada a sangre o conseguida con humillación y desprecio al Año Nuevo.

Sí, ser como este año que se fue y este año que aparece y se impone, que se construye día a día y nos dice: tú vas conmigo, naces de mí y puedes hacer lo mismo que yo.

Entender, como el Año Viejo, que muchas fronteras son sólo límites en nuestra imaginación.

Concebir, como el Año Nuevo, que pocos caminos tienen los días contados sólo para recomenzar.

Que el obsequio de la vida, año tras año, es una trenza deslumbrante, donde los resplandores del pasado se tejen con los milagros del presente.

Seria interesante entender que el año, diamantina volátil de las horas de este mundo, es un brillante en bruto, al que le pulimos las caras de su belleza.

Convendría aclarar, para los que aun creen en las ceremonias del olvido, que nada queda atrás sino es para impulsarnos: ¡Impulsarnos y saltar!

Es inteligente considerar que los años, viejos o nuevos, no son injustamente cortos ni pecan de ser demasiado largos, como podría serlo o parecerlo para los amantes o para los prisioneros, sino que la intensidad de la existencia, remolino de la psicología de los relojes nos obsequia la eternidad fuera de las religiones.

La intensidad no siempre es un exceso, esto lo dejo claro, para mí, mística por humilde conveniencia y para la banda de los exagerados de todo.

Resulta profundo apreciar, a partir de ciertas experiencias, lo que son los años: los que llegan y los que van.
Metiéndonos con ellos, sabremos que “nunca es siempre, siempre es nunca”.

Y, así, con la mano en el corazón, sentir cómo late la vida en la maravilla de cualquier edad.

Desde BC, mi rincón existencial, a mis amistades y enemistades: ¡Feliz año nuevo!
Andrea Guadalupe.





Texto agregado el 17-01-2011, y leído por 151 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
17-01-2011 Sin duda escribís deputamadre , además registras un proceso de encuentro con vos misma que coincide con muchos otros procesos de quienes , por fortuna , te leemos . caliche
 
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