Mis acostumbradas, quizás mal acostumbradas cavilaciones, son como pompas de jabón; no pesan nada y son volatiles, quizás casi divierten al explotar en nada...

Pienso en la dicotomía de la humanidad, de nuestra humanidad, de la humanidad casera, esa que no teoriza a alto nivel conceptual; simplemente nuestra su alma desnuda frente al inquebrantable destino. La crudeza de nuestra existencia, las equivocadas y destructivas decisiones de la economía. Los tirones de oreja de la sociología. La urgencia ambiental con tintes apocalípticos. Vine al mundo queriendo ser un hombre bueno, y me iré quizás con esos mismos deseos. Siempre he tratado de entender la pequeña luz que se abre paso por las pequeñas rendijas que dejan las desgracias, y después del cansancio la revitalizada vida pregunta impávida cuál es, entonces, la suerte de ganancia sobre esta sufrida sociedad, negándole sus derechos más básicos con represión, moralidad, cinismo y hambre. Cuál es en definitiva la misión de cada ser, de cada planta, de cada pequeño animal. Somos acaso un puente que mantiene la vida latente hasta que llegue el día y la hora prometida… entre más me acerco a la muerte más me atemoriza la vida.