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Desde aquella tarde.
VI

Wellington continuó hablándole de todas las atrocidades por la que había pasado. Contándole todo lo relacionado al holocausto existencial que había salteado. De la privación de la paz que necesitan los jóvenes para su desarrollo emocional.

El le confirmó todo lo que José había investigado. De las atrocidades de Pedro Hernández al criar a Mateo. De la adicción a las drogas de su padrastro. De su sociopatía.

Los años que Wellington vivió con su madre fueron muy oscuro. Sólo encontró claridad en las artes marciales. Se dedicó en cuerpo y alma a su entrenamiento. Lo utilizó como escape. Su vacío existencial lo sació con ejercicios. Y su rebeldía, en las peleas.

A los 13 años tuvo que abandonar su hogar materno. Apenas 4 años después de haberlo traído su madre del campo. No aguantó ese infierno. Su madre no hizo nada por detenerlo. Su necesidad de macho era mayor que el amor de madre.

Siempre se mantenía visitándola. Pero cada vez que iba, salía más rebelde. Y se decía...

-Cómo puede soportar a ese hombre!

Cada día de Pedro Hernández traía su propia fechoría. Mefistófeles parecería un ángel delante de su padrastro. Cuando no era preso por robo, era preso por alguna fullería. Fechoría iban y venía. Todo lo que la madre Wellington producía con sus manos, su padrastro lo consumía con su nariz.

Cualquier acto de barbarie que un ser humano pudiera cometer, para su padrastro sería sencillo. Desde atracos, robos y asesinatos. Así como cualquier manifestación de Sadismo. A su padrastro no le importaba quien fuera el afectado. Nada le importaba. Sólo saciar sus deseos. Sus instintos. Sus vicios. No tenía control de si mismo. La conciencia lo había abandonado.

La conversación se había extendido más de lo que José esperaba.

Wellington también le dijo que Mateo en su infancia había sido diagnosticado con autismo leve. Y que por esto había recibido una educación especial en los primeros años escolares.

Aprendió a leer, a escribir, a lavar, a organizarse y a socializar. Pero después, por razones económicas, lo tuvieron que quitar de la escuela especial. Entonces vino el caos. El holocausto familiar lo arropó. Era peor que antes de la educación especial. Tenía conciencia de lo que le estaba pasando a su familia. Empezó a manifestar su rebeldía. Pero no encontró la manera positiva de desahogarse como Wellington. Al contrario. El odio a su padre lo manifestaba abiertamente. Así como una angustia con su madre. Se lo había dicho a su hermano en varias ocasiones.

-Si mamí se dejara de papí... estuviéramos mejor.

Aquella rebeldía lo llevaba a un abismo sin salida.

Manifestaba constantemente ese deseo de morir que dicen los psicólogo. Si conducía motocicleta, era a toda velocidad. En una ocasión se le incrustó a un autobús escolar por el cristal de atrás y solamente salió con unos ligeros rasguños. Aunque su predilección eran los patines. Con estos era todo un acróbata. Se agarraba de los carros, de los motores, de los autobuses sin importar la velocidad que estos alcanzaran.

A José le cambiaba el semblante mientras Wellington hablaba de su hermano, ya que, debía decirle a lo que había venido.

Sandy Valerio.

Texto agregado el 20-01-2011, y leído por 87 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-01-2011 Espeluznante la historia, Sandy. Y ese estilo creciente me fascina. Es como si fueras parte de la historia. Lo mismo sentí cuando narraba el cuento "La partida." gatoverde
20-01-2011 Buena narrativa.***** susana-del-rosal
 
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