El recuerdo de su suave perfume, esa fragancia que acariciaba mi espíritu, causaba en mí querer devolverme a los hechos, yo estaba molesto, mi dolor era la escusa perfecta para lo acontecido y su perfume la pista fatal de mi acto. Premeditadamente quise hacer de esa la mejor noche de su vida, prepare minuciosamente el sitio del crimen donde con cautela disfrazaba de bohemia la telaraña de mi venganza, la luz baja, las velas, el vino, los cubiertos, los pétalos de rosa sobre la cama y el fino mantel que cubría la mesa, todo estaba pensado de un principio, me preocupe que nada quedara al azar, luego de prepararlo todo, solo quedaba esperar, y aun así mi rabia pocamente justificada me carcomía el orgullo, yo estaba molesto, no quiero hablar ni decir nada sobre la causa de mis celos, mi orgullo es tanto que no voy a hacer público mi avergonzada verdad, los minutos corrían, el tic-tac del reloj sonaba como campana de catedrales en mi cabeza, mis manos transpiradas expresaban cuan tenso estaba, pero a esa altura ya no podía dar un pie atrás, luego de un rato se escucharon las llaves, la manecilla de la puerta girando hacia la derecha, y su silueta se dibujaba en la puerta como la ultima que iba ver, la bese como uno besa por primera vez, ese beso que solamente se encuentra en el amor puro, la tensión se iba y comenzaba a relajarme, ella sorprendida y enamorada con unos ojos complacientes contemplaba su sorpresa, y yo contemplaba su felicidad, la invite a sentarse y platicamos sobre nosotros, sobre nuestra supuesta felicidad. Luego de un par de copas el ambiente era otro, nosotros éramos otros, le di la mejor noche que alguien puede regalar a su enamorada y ¿ahora que quedaba? Consumar el acto de mi venganza.
Su perfume, su inconfundible perfume fue para mí la evidencia, en el momento en que vio la habitación marital, su sensualidad florecía y más preguntaba yo sobre mi intención, mis ganas y mi voluntad, recostada ya en la cama, y con todo ya listo me apresure sin consecuencia con la almohada impregnado de su perfume, ese perfume que la acompaño desde que la conocí, ella ahora sin entender mi acto, desorientada de mis intenciones empezaba y trataba de evitar lo inevitable, sus esfuerzos fueron frustrado con mi templanza, mi descontrolada pero aun así templanza, fui hasta entonces el hombre que sabía qué hacer, espera menos de ella, pero izo todo cuanto pudo, mientras yo junto al perfume nos reconciliamos, nos fundimos en mi maldad, en el momento de la sobrexcitación, no supe que hacer no supe donde ir y qué decir, estaba desorientado en todo aspecto, mi rabia ceso, mi molestia parecía haberse saciado, sabia recién en ese entonces las consecuencia de mi fatídico acto, era yo el asesino, peor aún lo fui conmigo mismo, mate mi alma y luego su cuerpo, no fui libre de mi voluntad hasta entonces, y el perfume era mi penoso recuerdo.