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CACERÍA INDESEABLE


Tarde de invierno de mil ochocientos veintiséis. Los hermanos Usher y Vasili se dirigían a su hogar caminando por una tranquila calle del pueblo cuando apareció un gran perro negro. Este sorpresivamente cayó sobre Usher, el mayor. Vasili trastabillo, e intentando defenderse, se colgó de la rama de un árbol, hasta que la quebró para golpear al animal repetidas veces sin lograr nada. Luego, empuñándola como una bayoneta, la ensartó en el costado del can, que soltó un grito monstruoso y desgarrado, y salió corriendo dejando un amplio rastro de sangre. Vasili ayudó a su hermano, todavía en el suelo, aterido y sollozante. Su rostro, pecho y manos, estaban tan ensangrentados que no se distinguían las heridas. El muchacho fue llevado al hospital, donde le practicaron cincuenta y tres puntos. Aquella noche la pasó abrasado por la fiebre. La policía buscó al animal. Las huellas sangrantes se perdían abruptamente en un campo de maíz. Los análisis practicados al joven no indicaban infección por lo que después de varios días le dieron el alta. No lograba recuperarse. Estaba siempre de mal humor, debido a la fiebre que lo postraba y le provocaba pesadillas delirantes. Sus padres, Mirta y Leonel pensaron consultar con un especialista. Siempre fueron una familia unida; Vasili ocupó el lugar de su hermano en el trabajo, junto a su padre hasta que se recuperara. Una tarde al volver, no lo encontraron en la casa y comenzó la búsqueda, incluso en los sembrados y el monte cercano. No pudieron hallarlo. Al anochecer aguardaban su regreso; hasta que muy entrada la madrugada la puerta se abrió y Usher quedó tirado en el suelo. Estaba empapado y sucio. Temblaba y gemía afiebrado. El médico también les sugirió un especialista, Esto no es normal, dijo. Mirta pasó el resto de la noche colocándole paños fríos, pero no alcanzaba para calmar sus delirios.
— ¡Te arrepentirás!—gritaba— ¡Tu conciencia no te dejara en paz!...¡Vasili! ¡Soy inocente! ¡No me hagas esto! ¡Noo! ¡Vasili!
Y así gritó incoherencias toda la noche. Cuando logró dormirse, también Mirta lo hizo sentada en un sillón al lado de la cama. Se despertó muy tarde y vio que el joven no se encontraba. La historia volvió a repetirse, ahora con el rumor de que el perro había vuelto y rondaba el pueblo. Pasaron el resto del día buscándolo sin resultados. En cambio en algún momento alguien se cruzó con el perro, que salía huyendo cada vez y lograba desaparecer rápidamente. En la madrugada, Usher entró en la casa tambaleante. Mirta lo abrazó llorando.
—Estoy bien, mamá, dejame
No respondió a las preguntas que le hicieron. Se metió al baño y se duchó con agua fría. A ratos lanzaba gritos de dolor. El frío del agua no logró calmar su ardor. Salió desnudo, mojado y rechazó toda ayuda posible. Se encerró en su cuarto sin hacer caso a los reclamos, ni a las lágrimas de la madre. Cuando pudieron abrir la puerta, yacía en el suelo, enroscado en si mismo e inconciente. Establecieron turnos para cuidarlo. Vasili tomó el primero. En el medio de la noche, Usher dio un salto, se sentó en la cama con los ojos vidriosos y extendiendo el brazo increpó a su hermano.
— ¡Yo te maldigo, juez Droyeski! ¡Te maldigo para siempre! ¡Mi sangre caerá sobre los hijos de los hijos de tus hijos!
Vasili se levantó del sillón y retrocedió asustado.
— ¿Qué estás diciendo?
Usher bajó de la cama y continuó.
— ¡No podrán escapar a mis palabras! ¡Pongo a Dios por testigo! ¡Nadie pronunciará tu nombre sin que traiga a su vida esta maldición!
Leonel entró en el cuarto y se puso delante de Vasili protegiéndolo, Usher se veía desfigurado.
— ¡Aquel que lo lleve será perseguido para siempre por el perro negro de la muerte! ¡Te maldigo y te veré arder en el infierno!
Cuando terminó de hablar comenzó a gritar desesperado hasta que su padre lo abrazó para contenerlo y se desmayó. Después de ese episodio durmió por varias horas. Al mediodía siguiente, tres hombres se presentaron a hablar con Leonel. Lo invitaron a cazar al perro. La búsqueda de la policía no había dado resultados, pero en cambio hallaron restos humanos en el maizal donde perdieron el rastro la primera vez.
—Parecen ser restos antiguos, de muchos años, dicen los especialistas. Lo extraño es que no estaban enterrados ni tienen restos de tierra. Estaban en la superficie, entre las cañas de maíz.
Leonel se excusó de participar por el momento, debido a la delicada salud de su hijo.
—Estamos haciendo esto también por él. Espero que se mejore. Te estaremos aguardando. —Al volverse para entrar en la casa vio a Usher parado a muy pocos pasos suyos, sudaba y tenía los ojos enrojecidos. Leonel lo abrazó y lo llevó a la cama mientras el joven hablaba incoherencias.
—No dejes que me maten… Quieren quemarme en una hoguera… No los dejes…
Cerca de las tres de la tarde, estaban almorzando cuando escucharon la puerta de su habitación que se abría y lo vieron salir decidido. Vasili lo detuvo.
—Usher, volvé a la cama
El joven le dio un golpe tan fuerte con el revés de la mano que lo tiró lejos de él
— ¡Traidor!—le gritó—¡Traicionaste a tu propia sangre! ¡La entregaste para ser condenada! ¡No tienes perdón!
Mirta se puso delante.
—Usher, ¿que pasa?
La miró con ojos confundidos. Había perdido todo atisbo de ternura y calma. Luego la apartó con firmeza, abrió la puerta y salió corriendo. Su padre lo quiso detener pero no lo alcanzó.
Horas más tarde, sabiendo que no iba a volver, Leonel se preparó para ir al monte.
— ¿Adonde vas?—preguntó Vasili
—Al monte. No se que hace Usher cuando se va, pero tal vez lo encuentre allá.
—Yo daré una vuelta por las afueras del pueblo
El hombre suspiró preocupado.
—Tal vez no debas. Usher esta agresivo con vos, esas cosas raras que dice, no entiendo que significan.
—Justamente, tengo que saber que le pasa conmigo.
Ambos salieron en distintas direcciones. Después de caminar un rato, el muchacho recordó una casa que estaba abandonada a la que solían ir a jugar de niños y dirigió sus pasos hacia allá. Al llegar, los recuerdos lo estremecieron. La recorrió lentamente y dejó que pasara el tiempo esperando que algo sucediera. De pronto escuchó un ruido y se escondió. Reconoció el inconfundible jadear de un perro. Se asomó con sigilo y lo vió. Alli estaba aquella bestia, grande y negra como la muerte. Tenía una cabeza de gran porte, pelo corto, musculoso y ojos rojos. Tuvo una convulsión y quedó tirado. Comenzó a retorcerse en el suelo; se mezclaban los gemidos del animal con el llanto de un ser humano. Ante los ojos espantados de Vasili el perro desapareció y en su lugar quedo su hermano, temblando y sollozando. El joven se acercó con cautela. Se quitó la ropa del torso y lo cubrió como pudo. Lo sujetó entre sus brazos.
—Tranquilo, te llevaré a casa y encontraremos una solución.
—Usher abrió los ojos y de un salto se alejó, quedando agazapado contra una pared.
— ¿Qué haces acá?—preguntó
—Te estoy buscando
—Mal negocio, hermano ¿no te dijo papá que te quedaras en la casa y no te asomaras ni a la puerta? El perro te quiere a vos, yo sólo soy un puente.
— ¿Estuviste con papá en el monte?
—Yo no. El perro lo halló y le dijo que te advirtiera. En algún momento te encontrará y no podrás escapar de su furia.
— ¿El perro? ¿Qué es esto, Usher?
El enfermo tardó en contestar dada su debilidad.
—Somos presos de una maldición de hace ciento cuarenta y cuatro años, Vasisli. Un juez con tu mismo nombre condenó a la hoguera a alguien de su propia sangre y él lo maldijo. Estamos condenados desde que naciste y te llamaron Vasili Droyeski.
— ¿Una maldición? ¡Que tontería! ¿Acaso crees…?
— ¡Claro que lo creo!—le gritó— ¡Estoy consumiéndome en el fuego desde que el perro me atacó! Pero yo soy sólo un puente, Vasili. Ya estoy muerto. Si el perro no te ha atacado ahora es por que estoy demasiado débil. Pero no tardara en hacerlo y tendré que soportar que me use para matarte.
Hubo un momento de silencio, luego Usher se incorporo acercándose a su hermano.
—Sólo hay una solución. Si te enfrentas al perro te matará, no podrás vencerlo. Tenes que matarme a mí
— ¡¿Qué?!
—Si lo haces será como si lo enfrentaras y nos libraras a todos de esta condena. —tiró a sus pies un puñal
— ¡No puedo hacerlo!
— ¿No querés salvarte? ¿No querés salvarme a mí de esta hoguera que me consume desde hace tantos días? No sabes lo doloroso que es. ¡Por favor, ayudame! ¡Yo ya estoy muerto! ¡Si me matas, no es a mi, es al perro!
Vasili se levantó y salió corriendo, Usher quiso seguirlo pero no pudo. El joven que corría sintió como la voz de su hermano le desgarraba los oídos. Llegó a la casa desconsolado y se encerró en su cuarto. Cerca de la medianoche al ver que su padre no volvía, preguntó a Mirta.
—Se fue con las cuadrillas a cazar al perro. Volvió muy alterado del monte. Me dijo que se le había presentado esa bestia y le habló diciéndole que le advirtiera al juez Droyeski que pronto lo iba a encontrar, que no podrá escapar de él. No sabemos que quiso decir, pero estamos asustados. Al nombrar nuestro apellido nos involucra directamente, él cree que puede tener que ver con Usher. Espera que puedan cazarlo esta misma noche.
Vasili reflexionó un momento recordando lo que le había dicho su hermano en la casa abandonada. Buscó su escopeta con las municiones y el cuchillo que Leonel guardaba para cazar jabalíes.
—Me voy con ellos mamá. Cerra bien todas las puertas y las ventanas y no habras por nada, ni siquiera si viene Usher. Mucho menos si viene él. ¡No habras!
—Pero, porqué, hijo. ¡¿Por qué?!
El joven se fue sin contestar. Corrió por las calles hacia la comisaría llamando a su padre, pero aún estaba lejos. El viento arrastraba sus palabras que eran sepultadas por el ruido de motores encendidos, ladridos de perros ansiosos y gritos de hombres. Vasili alzó su voz como trueno, desafiando a la muerte que reinaba en aquella noche

Texto agregado el 27-01-2011, y leído por 70 visitantes. (0 votos)


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