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Bolas de vidrio

Las blancas y las negras al frente suyo. Tentándola. Codos levantados, dedos dispuestos. Y el maldito fantasma. Se para y huye corriendo. Mamá, mamá!.

En un parque. En una banca del parque. En la mirada de una niña, en la banca del parque, se reflejan mis ojos. En la profundidad de sus ojos todo se ve hermoso. Incluso yo. Me pregunto si ella lo ve todo como el reflejo, que yo sin que ella lo note, percibo en sus ojos. Es difícil descifrarla.

Camina una pareja por un sendero en un parque. A su lado un perro, mas atrás una banca. En la banca un letrero que delata el amor de Bonifacio y Carlota. Ellos andan al lado del perro sin que nadie más lo sepa. Es el perro el único testigo de su amor. Por ahora.


Sin que yo lo note (eso cree) mira en mis ojos tratando de advertir, estoy segura, la forma en que yo veo el mundo. El sabe que yo no veo. Cuando el mira, cuando el mira a través de mis ojos, nuestros hermosos ojos, yo no veo. El me mira con cara de idiota, tratando de descifrarme. El amor no se trata de descifrarnos, Bonifacio.

Otro día, otro día y otro día. Muchos días, en el parque, en su banca, han pasado Bonifacio y Carlota. Al frente suyo, un perro, el único testigo. Bonifacio la mira, con sus hermosos, grandes y radiantes ojos. El tiempo ha pasado y Carlota no tiene la piel de hace años. El tiempo ha pasado, y Carlota no tiene el cabello de hace años. El tiempo, y ella no tiene el olor de hace años, el tiempo y sus dientes, sus manos. Si, Carlota no es la misma, pero sus ojos, sus ojos siguen siendo radiantes, grandes y hermosos. Sus ojos. El perro al frente, como el único testigo. De su ignominia.


Un día Bonifacio, cansado de escarbarle, cansado de tratar, de tratar y tratar de descifrarla, lo decidió. Mientras estaba al frente de las blancas y las negras. Era el mejor momento. Ella tocaba. Interpretaba de forma magistral “Para Elisa”. Tras el gran final, puso sobre su nariz el pañuelo y ella durmió.

Y fue como él lo pensaba. Realmente no debió. Ya lo sabía. Sin embargo, el amor es egoísta. Él es egoísta. Bonifacio el amargado, Bonifacio, que nunca había visto lo hermoso del mundo, lo hermoso de la pobreza, lo hermoso del parque y de la banca. Bonifacio ahora lo veía todo con sus ojos, los que todo lo veían hermoso.

Es jueves. Han pasado días, tras días, tras días, muchos días. Años. El tiempo y el olvido se han encargado de que él pueda volver donde su amada sin que nadie lo sepa. Solo el perro, el único testigo de su ignominia de hace años. Ahora se llama Gregorio. Los jueves debe ver a su amada, Carlota. Llevarla al parque. A la banca. Al perro. El único testigo.

!Mamá, mamá! chilla mientras corre Carlota. !Mamá, mamá, ¡El fantasma! ¡El fantasma!

Mija, cálmese! Cálmese! Aquí no hay ningún fantasma. Mas bien prepárese, que llego Gregorio. Tan querido que es Gregorio que la lleva siempre al parque.

Y quiere llorar. Quiere llorar. Quiere llorar. Porque ella sabe quien es Gregorio, porque ha palpado con sus dedos la banca de concreto en el que Bonifacio talló los nombres de los dos, un corazón y una flecha. Quiere llorar, pero no puede, porque Gregorio es el fantasma que le robó los ojos. Y ahora en sus cuencas hay solo dos bolas de vidrio.

Texto agregado el 12-07-2004, y leído por 159 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
12-07-2004 que texto!!, me a encantado, es muy bueno y tiene una muy buena narracion, ha sido un placer encontrarte, besos. LORENAP
 
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