De a poco me fui rindiendo. Cada parpadeo de sus ojos almendrados hacía compás con mis latidos. El mundo se detenía, era un segundo eterno. Los centímetros del espacio interior se empequeñecían con ese calor estático y mis manos temblaban como aliteradas por miles de mariposas. Trato de bajar la mirada buscando un microsegundo de arrepentimiento, de duda, de lógica razón para pensar que esto era un sueño. Pero sus ojos están ahí como dos colibríes sobre un botón de rosa.
el vértigo,
el miedo,
el mundo que toma violentamente su ritmo natural, acelera el tiempo y entonces

el beso.