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Aquí bajo el techo afiligranado de este jardín de invierno, entre columnas que alguna vez sostuvieron mis primeros pasos. Fue aquí donde mi padre supo hacerme entender cómo había que escuchar los partidos de fútbol que chirriaban en su adorada radio Spica. Fue aquí mismo donde todo nació para mí. Donde con Ana, mi mujer, nos dimos aquel temeroso y único primer beso; este precioso jardín que soporta incólume un nuevo siglo inmisericorde es testigo del silencioso y suave e impotente vaivén de una copa de vino tinto que contiene mucha de mi ira.

Hasta ayer, fui el mejor padre que Lucía pudo tener y para Ana, tal vez, el esposo soñado. Lucia, acaba de cumplir siete años. El techo cristalino es quien cobija sus juegos como a varios de sus amigos invisibles de nombres raros como Megafive. Esta niña adora los dibujos animados, esa gama inverosímil de criaturas coloridas, deformes y fantásticas, con las que se anima a bailar valses sin estilo; no sabe de técnicas y eso hace que cada paso sea una pieza única, irremplazable, me es muy placentero y gracioso ver como en sus disfraces se reencarna el cine mudo, la mímica cómica de una canción.

Ella y mi mujer no están conmigo en este momento, aun así, no las extraño, sé que en algún lugar de la casa debe haber alguna nota diciéndome hacia donde fueron, pero no tengo fuerzas para ir a buscarla, deben estar bien, con mi madre, supongo.

Las comodidades en mi trabajo no son las mejores, pero a pesar de ello intento recrear en él un ambiente acorde a la imagen debo simbolizar ante mis pacientes, al cubo de madera aglomerada, lo decoré con un suave filete dorado y una hermosa, aunque trillada frase acuñada por el mismo Sócrates, esta reza enorme justo detrás de mí: Conócete a ti mismo. La razón por la que abracé esta ciencia, este manojo de teorías, quizá no tenga mucha lógica, me sedujo su etimología, sus raíces: Psicología, viene de dos palabras griegas, una de ellas es Psique que traducida dice, Alma; la segunda es Logia y ésta traducida significa, ciencia, estudio, conocimiento. Hallé en dos palabras lo que siempre ambicioné, conocer el alma humana, los elementos que interfieren en la vida interior de cada individuo, sus recuerdos, imágenes, sueños, miedos, para luego llevarlos hacia una razón acorde a la realidad que siempre, lo sé, es maleable en las palabras...

- Montón de teorías, manojo de letras...-

Muchos de mis pacientes, tengo el orgullo de decirlo, jamás volvieron a pisar el interior del cubo de madera al que describo como el placard donde en cada sesión deben colgar parte de sus miedos, sus silencios, donde deben aprenden a endurecer o suavizar el gesto, donde la confianza debe ser el tono mutuo que debe fluir en nuestras voces. Así les describo aquel cubo de madera, apenas damos comienzo a nuestros diálogos; y si acaso les pareciera lo contrario apelo a un viejo truco heredado de mi abuela materna, ésta, apenas me veía temeroso, se acercaba a mi con una sonrisa suave y lentamente lograba que me abrace a ella. Y eso hago con ellos; consciente de lo mal que hago en hacerme cómplice, pero a fuerza de resultados pronto vi de pie a mas de uno, afeitado, prolijo, con un suave olor a colonia rodeando sus cuellos.

Detalle que yo mismo me encargo de obsequiárselos luego de la quinta o sexta sesión. Me gusta verlos despedirse de mí elegantes al bajar los escalones del hall de entrada, con pasos firmes, con otro andar.

Si, aquí es donde nací, bajo este techo de cristal tan diferente a los demás.

-´Conócete a ti mismo´-

En mi mente siento los neones rojos de aquel cartel titilándome sobre la espalda sobre cada trago silencioso.
Y me pregunto -Que es la conciencia...?- Aquí, ante el vaso que impotente contiene mi ira, bajo el techo cristalino que tampoco me responde
.
El hecho es que hoy en la mañana trajeron hasta mi consulta a un hombre al que bautizamos como Emilio en honor al enfermero que lo encontró oculto entre unas matas en una plaza no muy lejos del hospital. Este, llegó envuelto en un aroma pestilente de alcohol y orina, sus temblores avivaban una sabana gris.

Soy un hombre joven,mis ojos , ya lo se, son inexpresivos, los puedo ver, aunque no los estuviera mirando puedo sentirlos depositados en el fondo de sus cuencos. Mi rostro se encuentra cubierto de llagas secas que con sus casacaras le marcan cierta rigidez a mis pomulos de cobre. No puedo abandonar esta pose fetal y convulsa, mis dedos se contaren sobre mi ombligo

Era un hombre joven, de unos 27 o 28 años, sus ojos, inexpresivos, se encontraban depositados en el fondo de sus cuencos; su rostro, cubierto en llagas secas, cubrían de cáscaras la rigidez de sus pómulos. Sin abandonar su pose fetal y convulsa, tiritaba recostado en la camilla, contrayendo sus dedos contra el vientre, mientras su cuerpo se mecía suave como el vino que no logra borrar de mi vista el techo descripto por mi durante la tarde.

Una vez solos, el hombre comenzó a relatarme parte de su vida, sorprendiéndome sobremanera su modo tan correcto de expresarse. -Algo de lo que es difícil quedar inmune, es del prejuicio- Quizá su apariencia me llevo a esperar un léxico ordinario, hasta grosero.

Arrimé una silla hasta muy cerca de sus labios, del hedor balbuceante logre hilar una historia. Palabras, en un principio, inconexas entre sí. Bastó que me acostumbre a su voz para comprenderlo mejor. Luego de un profundo suspiro, comenzó un relato que, a continuacion, intentaré reflejárselos del modo mas sencillo...



Soy un hombre joven,mis ojos , ya lo se, son inexpresivos, los puedo ver, aunque no los estuviera mirando puedo sentirlos depositados en el fondo de sus cuencos. Mi rostro se encuentra cubierto de llagas secas que con sus casacaras le marcan cierta rigidez a mis pomulos de cobre. No puedo abandonar esta pose fetal y convulsa, mis dedos se contaren sobre mi ombligo.


… Recuerdo el camino que tome aquella noche, iba rumbo a un bar cuando recordé que los dueños del mismo no me fiaban un trago desde que les rompí un par de mesas y sillas, les rompi parte de una caja registradora y un diente al mozo. Y todo por un trago que nunca llego, entonces, me fui, sediento, malhumorado. Entonces emprendi el regreso hacia a la mesa de la cual huia con la conciencia plena, lúcido, volvía a la mesa a escuchar planteos absurdos sin antes haber tomado siquiera una gota de alcohol. Dios! Me veía una vez mas partícipe de un espectáculo sin sentido, comiendo de un plato sin gusto, entre bocas que nunca hicieron nada mas que masticar.

Paso a paso volvía a sentarme entre rostros que jamás mostraron una sola de las tantas emociones reflejables en un gesto, volvía a la mesa donde era costumbre tener un rostro neutro para cada y toda ocasión, vacío. -Quizá sea mejor así- Me consolaba interiormente- Jamás una sonrisa o un enojo- Volvía hacia la mesa masticando polvo, sediento.

Lo mío tampoco merecia mucho mas respeto, lo mío, de miles de borracheras no paso, cargaba una piedra enorme en cada paso y estos me hacían recordar cada uno de aquellos molares, masticándose entre sí una procesión sin sentido, uno detrás de otro rumiaban en mi mente.

De pronto, en uno de mis bolsillos sentí el papel de un billete, me reí, para luego correr hacia el supermercado chino mas cercano. Mis brazos se desvanecieron sobre la heladera. Pague las cervezas, y me senté en el umbral a disfrutar de mi suerte mientras veía pasar a la gente indiferente, tristes. Era temprano, y estaba seguro que me encontraría con otra gente dispuesta a beber conmigo. Seguí ahí sentado, tranquilo, en paz.

Se hicieron las tres de la madrugada cuando me encontre borracho jugando a la pelota en una plaza, no muy lejos de la mesa, con gente que nunca había visto, feliz. Me había tomado mucho mas que la cerveza que tanto añore en un principio y mucho mas que un vino. Y en la mesa, ya no estaría nadie


II ( delirium....)

- Levantáte la concha de tu madre, llegáste borracho, me vaciaste la heladera y ahora te queres dormir hasta las seis de la tarde!- Yo, hacia caso omiso de aquellos gritos que parecían sonar desde mi mas profundo sueño.
-Levantáte borracho de mierda!-

La mañana se mostraba cálida invitándome a dar un par de vueltas mas en la cama antes de estirar mis brazos y encender la radio, también mi cabeza me invito a seguir así, tirado sin mover nada parecido a un músculo, mis pestañas se apretaban a propósito entre si. Encendí la radio y seguí dando vueltas en la cama, deje que me enrollaran por completo las sabanas, estas eran finas. Hasta ese momento todo seguía su curso normal de mañana y resaca, o por lo menos era lo que aparentaba ser.
De la radio surgía una canción que no me decía nada nuevo, Joaquín Sabina tarareaba algo sobre unos peces de hielo. Dormitaba entre las cuerdas rasposas que se tensaban en esa garganta de madrugadas, cuando esta se llamó a silencio para darle paso a un timbre que anunciaba la hora de las noticias.

Boletín Radial
Radio La voz del Interior informa.
Buenos días, nos acaba de llegar un cable informándonos sobre la horrible escena que le toco vivir esta mañana a una mujer del populoso barrio Ensueños, la mujer de nombre Celeste Quelecueste de 46 años se encontró esta mañana al entrar al cuarto de uno de sus hijos con un billete de veinte pesos totalmente gastado, se desconoce hasta ahora el móvil de los hechos, el cuerpo de policía de la provincia de las Esquinas sigue investigando. Ampliaremos en breves instantes, seguimos con nuestra habitual programación, muchas gracias por tan amable atención, informó para ustedes La Voz del Interior
Fin del Boletín Radial

Sobre el final del boletín sentí frío y que ya nada seria igual a todos los días que deje atrás al despertarme -cague fuego- dije asustado, y me agarre de las sabanas que en vano intentaban protegerme, estaba desesperado, me dije -estas muerto- Y las sabanas, esta vez no podían hacer nada, absolutamente nada. Fue entonces que supe que la mañana que se desataba detrás de la ventana ya no seria igual a todas las que deje atrás. Mis ganas de salir a la calle, prontamente, se redujeron a nada, mientras la noticia se repetía puntualmente cada quince minutos.
El ultimo habló sobre los innumerables testigos que vieron al billete en manos de un joven de aproximadamente unos veintitrés o veinticuatro años -Yo tengo veintidós- decía al escuchar las noticias, tranquilizándome. La noche anterior, es cierto, estuve con un billete de veinte pesos pero éramos muchos los de 23 y 24 años charlando, y yo estuve con ellos, si, y como de costumbre nos habíamos tomado varias cervezas en compañía de otros muchos varios veinte pesos mas. No tenia porque preocuparme, apagué la radio. El frío desapareció y se olvidó de llevarse consigo aquella sensación de miedo que erizaba mi cuerpo, no era frío y yo lo sabia, era miedo, un miedo de aparente sin sentido.

La remera que llevaba puesta hacia juego con las sabanas y con mi rostro reflejado en el espejo del baño, las sabanas, mi remera y rostro eran un conjunto de telas arrugadas, con hilos de baba colgando en cada una de ellas, hilos secos que parecían estar de acuerdo con aquella manifestación y la apoyaban de esa manera, ninguno de ellos era blanco, ninguno de ellos era recto, de líneas perfectas no tenían nada, eran líneas de baba secas arrugadas y muertas sobre tela, no eran nada mas que eso.
Descalzo, di vueltas por el cuarto tropezándome a cada paso con botellas vacías de cerveza. Giré por el mismo un millón de veces sin ver que el jeans que buscaba siempre estuvo al pie de mi cama justo al lado de una de mis sabanas que cobarde se había rendido sin oponer resistencia alguna al crujir de aquella noticia, tome el jeans y me vestí. Sabana cobarde -pensé-mientras me preparaba para hacer otro día.

Salí a la calle, esta no estaba como la había visto detrás de la ventana, el frío que de a cachetazos se apoyaba sobre mi rostro, hizo que volviera tras mis pasos en busca de un buzo, dicen que es de muy mala suerte el que uno, una vez afuera vuelva tras sus pasos, en ese momento me importaba poco aquel consejo de viejas agoreras.
La mañana estaba desierta, el viento helado impedía que el sol se derritiera sobre el asfalto, día bárbaro, perfecto, vacío con el cielo azul rajando de su patio nubes traviesas, daba vueltas y de vez en cuando miraba para arriba. -Que carajo hay mas allá de todo- Pensaba. Entonces comprendí que la resaca seguía su curso normal, ya que cuando me atacaban ese tipo de pensamientos era cuando me sentía realmente complicado. Me paré junto a una ventana, enrejada pero con un pequeño hueco cuadrado en el medio y sin siquiera saludarla me compre unos cigarrillos. Seguí dando vueltas sobre la mañana. ¨Hermosa mañana, bendita mañana ¨ Caminaba y hablaba solo a la vez, jamás tuve reparos en hacerlo y que la gente me mire extrañada.
En aquel momento me preocupaban las noticias, también la mirada con la que me despidió la señora que me despacho los cigarros, aunque la de esta un poco menos, ya que jamás antes de ese día me saludó ni dirigió palabra alguna. Formaba parte de aquella mesa sin ser invitada, jamás un carajo. Aun así, destiló hacia mi una mirada rencorosa, como si yo fuese el culpable de todos sus males. Esa semana era el de la ´dulzura´.
Quizá esperó algunas golosinas a cambio de una de sus tantas sonrisas comerciales, quizá espero a que le regale los 20 centavos de vuelto, quizá, pero no, hay cosas que no se regalan y una de esas, es el dinero, el motor de todo este mundo, no, con eso no se jode, y yo, no estaba dispuesto a derrochar lo poco que me quedaba en golosinas, me despreocupe por completo de aquella mirada.

Boletin Radial
Seguimos ampliando el caso del billete de veinte pesos asesinado brutalmente en una esquina del populoso barrio Ensueños, según la policía, el billete que fue encontrado esta mañana completamente gastado fue visto por ultima vez en compañía de un joven de aproximadamente unos veintitrés años, de tez morena, barba creciente, cabello negro y ojos semi estirados, la policía sin mas pistas que estas, busca afanosamente al o los culpables del dinericidio...
Fin del Boletin Radial

Cada vez me faltaba menos para terminar de cruzar los limites imaginarios de mi barrio, y el nombre cuasi cómico, de mal gusto, que esta señora cargaba me preocupó. ¨ Celeste Quelecueste¨ Y en vez de dejar de creer en esa noticia, me convencía cada vez mas de lo real de aquella mañana; de la radio, del frío, las babas secas en mi remera, y al populoso barrio, inconcientemente, creia conocerlo de punta a punta.



Boletin Radial
Seguimos ampliando sobre el caso del billete de veinte pesos asesinado brutalmente en una esquina del populoso barrio Ensueños, según la policía, el billete encontrado esta mañana completamente gastado fue visto por ultima vez en compañía de un joven de aproximadamente unos veintitrés años, de tez morena barba creciente cabello negro y ojos semi estirados - Cable de ultimo momento, un billete de veinte pesos fue asesinado brutalmente en una esquina del populoso barrio Ensueños. Según la agencia, el billete encontrado esta mañana completamente gastado fue visto por ultima vez en compañía de un joven de aproximadamente unos veintitrés años de tez oscura, barba creciente, cabello negro, ojos semi estirados, la policía, tendría datos certeros sobre el autor material de tan horrible suceso, la fuerza a cercado por completo al dinericida... estaremos informando, muchas gracias.
Fin del Boletin Radial

La noticia, puta noticia, zumbaba en mis oídos. Un par de cuadras mas adelante serian las 6 de la tarde, hora en que por lo menos dos o tres de los que estuvieron conmigo la noche anterior se despertarían arrugados como yo, para plancharse el rostro con un poco de agua y salir a la calle a aparentar ser lo que no son, ciudadanos comunes y corrientes, cada uno cargando en sus espaldas con sus mentiras y sus sueños sin verdades, ciudadanos comunes en el populoso barrio.

Boletin Radial
Tez oscura, barba creciente, cabello negro, ojos semi estirados, la policía tendría datos certeros sobre el autor material de tan horrible suceso, la fuerza a cercado por completo al dinericida. A continuación el testimonio exclusivo para esta emisora de la madre del joven sospechoso de haber cometido tan miserable crimen. La mujer nacida hace cuarenta y seis años atrás es de origen e hija de inmigrantes ilegales, su educación como es de esperarse corrió por cuenta de la escuela publica, y no es de extrañar su torpeza al relatar los hechos ocurridos este ultimo amanecer en su casa, estas fueron sus textuales palabras -Yo no fui, fue el mi esperanza perdida ya no tengo nada yo no fui- Estas fueron sus textuales palabras por lo tanto las investigaciones se detuvieron en este punto al tratar de descifrar las declaraciones de la señora...
Fin del Boletin Radial

La noticia sonaba fuerte en cada receptor que me cruzaba y estos estaban en todos lados, no podía detenerme a mirar ninguna de las tantas vidrieras que cruzaba, no podía dejar de pensar en ella, pobre señora, que nombre!, pero yo no fui, no soy el culpable de su tan horrible nombre, –Yo! no fui
-Donde esta el dinero?!!.... Donde?...... Mierda!!!- Mis sabanas, súbitamente, dejaron de abrazarme, el peso de las evidencias derrumbó ante mi una pregunta que nunca antes pensé escuchar, esta se desplomó a mis pies y ellos extrañamente aun seguían descalzos, el piso aun seguía frío, y en el espejo se reflejaban por entero, mi rostro arrugado, mis ojos estirados, mi barba creciente, en el, pude ver pedazos de una noche larga haciendo de piel en mi cuerpo
-Yo no fui- me repetía una y otra vez, la respuesta para aquella pregunta no estaba en el espejo o quizás para mis ojos ella desaparecía.

¿Cuál iba a ser mi ser mi respuesta ?

Antes de decir nada apreté mis manos contra los bolsillos de mi gastado y sucio jeans buscando en ellos una mano, mire para un lado y pude ver como esta vez no había una sino dos sabanas en el piso, ellas esta vez no podían hacer nada, intente dibujar un movimiento en mis labios, una respuesta. La mujer seguía atenta a todos mis movimientos sin dejar de maldecirse por dentro, los dos no dejábamos de transpirar, volví a tocarme los bolsillos con sus ojos siguiendo y devorándome las manos.
Pude ver cómo el hartazgo se hizo sangre y cuerpo en sus ojos ávidos de una respuesta afin a su furia, el tiempo entre su pregunta y mi aun nonata respuesta crecía, mientras la noche anterior no se animaba a mostrarse entera para mi memoria, se ocultaban pedazos de ella, había perdido grandes trozos de aquella noche.
Que había sido de mi la anoche anterior? Agregué esa pregunta al ya difícil cuestionario por responder. Y sin pensarlo, respondí - Demasiadas preguntas - Bastó esa respuesta para que sus gritos rasgaran el cielo y sus manos las ya arrugadas sabanas.
Hoy mis sabanas están un poco arrugadas, están sanas pero jamás volvieron a abrigarme como antes, ante cualquier grito se arrojan a un rincón traumadas, temblorosas. El callejón sin salida que me rodeó después de aquella mañana esta a muchas cuadras de aquel barrio. La noticia dejo de ser tal, justo en el momento en que abrí mis ojos, el nombre se transformo en un rostro con ojos que dejaron de verme, y mis pies, extrañamente seguían descalzos


Boletin Radial
Nos alegra informarles que el resonante caso de dinericidio fue resuelto esta misma mañana.
Fin del Boletin Radial


Apenas respondí la pregunta fui a parar junto con todas mis remeras, mis pantalones sucios y mi único par de zapatos a la calle. Resignado a mi suerte, tome la mochila y mi resaca al hombro. Caminé las calles de mi barrio, cruce hacia otros; mientras buscaba saber qué fue de mí la noche anterior se sucedieron mil noches mas, muchas de ellas las esquive en autos o casas abandonadas, en camas improvisadas de amigos improvisados. El hambre que tantas veces me mareó se hizo cómplice de mi mente y juntos devoraban el tiempo. Igual ya nada me haría regresar, la realidad de amanecer tapado en un cartón comenzaba a mostrárseme de frente...

Y, que esperabas, esto es así, soy un pasatiempo, un juego, un silencio, un montón de lagrimas suspendidas, un placebo para tu realidad aunque ésta no te duela, soy el edén de los sonidos, aquí sobre mi, es donde todo se muere, la oscuridad las palabras, la carnada perfecta para todos los pasos huérfanos de cuerpo, y que esperabas, esto es así, estar despierto cuesta sueños y no tenés nada que compre uno

Poco a poco fui transformando mi bagaje en cómodas almohadas, adecuaba mi cuerpo a los rincones, corregía posturas una y mil veces. Muchas veces me di de frente contra algún que otro puño sin saber de razones. Así me hice de imagen y reputación, a fuerza de abrazos borrachos, conocí mucha buena gente.

Y que esperabas esto es así... y en mitad de mediodías paranoicos, esa voz. Sin embargo, no todos los amaneceres que me abrazaron a partir de aquel día fueron malos y violentos, hubo momentos memorables, noches ricas en alcohol, mujeres, frío, drogas, lluvias, risas, amigos ocasionales, plazas dentro de aquella plaza donde pasé un buen tiempo... Si, no todo fue tan malo.

En ella vi cómo las personas se desarman en lagrimas, aprendí a llorar en secreto, a soltar lagrimas entre risa y risa, como casuales, sin importancia, aprendí a decir que no, a soñar entre insomnes, escuchar, mirar, callar, a ver, aprendí a llorar, vi a la tristeza misma sentada bajo la sombra de un árbol. Adopte el rincón mas oscuro de ella para ocultar mis trapos bajo un trozo de sommier. Por mobiliario usé sus listonados bancos; sobre ellos recuerdo haber tenido sueños de poeta y cantor, hasta me anime a rimar borracheras infinitas con palabras inexistentes para muchos de los que me rodeaban. Sobre aquellos amaneceres veía seres atrapados en apretadas auras que no se extendían mas allá de un par de milímetros de sus cuerpos.

Estos iban vestidos en trajes de súper héroes, sin capa ni brillo, apretados como en góticos comics, con golpes fuera de libreto y lluvias perpetuas, navegaban somnolientos los habitantes de esas mañanas, en las que en vano, intentaba acomodar mi cuerpo, aun sabiendo que aquella tarea era imposible sin antes haber relajado buena parte de mis músculos, entonces miraba las luces que aun seguían encendidas, alertas, caprichosas. El amanecer mas allá de todo, seguía su curso y su inevitable muerte, con el paso del ultimo patrullero de turno, apretaba mi cuerpo sobre la trama del suave sommier reciclado, me camuflaba sobre el banco, rasante al pasto, entre el piso y las matas, mutaba en el follaje del paisaje urbano. De ese modo obtenía tres horas mas de sueño contínuo hasta la próxima ronda. El amanecer y su agonía me apretaban a su paisaje.

La mañana llenaba la plaza de paseadores, paseantes, paseados y todo tipo de pasos, algunos veloces, como si sus vidas dependiesen de cuan obsecuentes sean con el reloj, otros lentos, muy lentos, somnolientos, autómatas, resignados a ser un pequeño e insignificante eslabón, obligados a votar, pagar, llorar, cagar.

Otros marchaban felices de sentirse grasa y no eslabón, felices de ser parte importante de este motor imaginario, felices de ser una rara especie de lubricante, votando contentos, pagando contentos, cagando contentos. Idiotas. Ver a estos hombres lograba despertarme por completo. Muchas noches la compañía de otros colegas le daban color a mis ganas de ser telón. Aun así, a mi colchón no lo tendía por miedo al arrebato de algún mal educado, unos pocos respetaban el lugar sagrado del sueño de otros y ese colchón fue el santuario mas cómodo e imponente que tuvieron mis sueños desde aquel viejo catre donde pase buena parte de mi niñez.

Mis colegas, la mayoría ancianos en sus gestos, uno a uno taper y monedas o cartones y trapos en mano caían a mi alrededor. Me respetaban, y no me era difícil convencerlos de comprar un par de cartones tintos, Arizú, mi estomago refinado no podría resistir otra marca. Alguna vez me sentí orgulloso de ser lubricante. Los que compartían conmigo esos raptos de vulgar refinamiento, no me entendían, mis colegas, como los llamo, aun así me respetaban, yo tampoco entendía el fin de toda aquella mímica de mal gusto, de supuesto asco hacia tal o cual marca, si al final, en aquella plaza, lo que todos queríamos era formar parte del telón de fondo, nada mas. Desaparecer.

En un teatro, los actores hacen la imagen sobre la gran tela o pared, mismo en la ciudad, el fondo son las avenidas, el sonido histérico de bocinas, el esquive continuo de colectivos, el choque hombro a hombro con otras prisas, las calles paralelas, nadie ve nada. Lo que buscábamos nosotros era ser parte de ese grandísimo telón, a veces lo lográbamos y tomábamos hasta que las primeras arcadas y los primeros trastabilleos balanceaban nuestra lengua e inclinaban nuestras cabezas hacia el piso, entonces, yo, tendía en un rincón de la plaza aquel presente, mientas trataba de olvidar mi pasado, tendía mi cuerpo y mi mente hechos telón en un suave sommier. Mis amigos, se ocultaban de a uno, nunca supe donde, se hacían telón hasta para mi, hermosos. Que seria de ellos sin mis rabietas ateas, que seria de mi sin esas largas discusiones filosóficas sobre si en verdad la pelota dobla o no en la altura, donde se ocultaban?.

Un tiempo después, de un modo iluso quizá, me presenté a varias entrevistas laborales, sabiéndome capaz de realizar cualquier tarea que me encomendasen. Al colegio secundario lo había aprobado con buenas notas, y aquello, de algo tendría que servirme -Si lo que cuenta son las ganas- les decía, de ninguna recibí respuesta alguna.

Un día, uno me ofreció el puesto de limpia baños, lo hizo al ver lo prolijo que había dejado el suyo. Antes de aceptarlo, pensé unos segundos en que por fin podría alquilarme un cuarto en cualquier pensión, que por fin tendría como mínimo dos comidas por día. Y que, obviamente la pasaría mejor dentro de cuatro paredes reales. Por supuesto, acepté. Los primeros días dormí en el piso del local, sobre la alfombra, al frío lo ignoraba con una liviana cobija hecha de alcohol, la alfombra era mas suave que los listones de madera de aquel banco de plaza, aunque el piso siempre fue mucho mas rígido que el sommier reciclado que no me dejaban tenerlo debido a su olor. Limpiábamos mierda, y les molestaba el olor de mi colchón.

Al mes me alquilé un cuarto no muy lejos de ahí, este era espacioso, barato, me acompañaron las mismas sabanas que herede de aquellos tíos. Las paredes de mi habitación eran como tantas veces las imaginé en aquella plaza, metralladas por ráfagas de clavos mal martillados, torcidos, con vibrantes y silenciosos recortes de El Gráfico, golazos de papel matizados con fotografías grises de viejos amores posando abrigadas en una plaza, gigantescas como estatuas de Botero. Grises.

Tenían su encanto las pecas en mi pared, las ráfagas me contaban historias, aquel cuarto siempre fue de mi agrado, bajo su techo pude cobijar viejos amigos, tirarles un cartón y una sabana, a ellos lo único que les interesaba era el techo y un lugar donde tomarse un buen vino, abrigados.

También pude llevar putas, sabiendo que a ellas no les interesa ni las pecas en las paredes ni el techo y mucho menos les interesa una buena erección, solo les interesa el tiempo y el dinero, y a veces yo tenia lo suficiente, tiempo y dinero. Con trabajo y dos comidas por día, hasta creí ser otra persona, por poco tiempo me arrope de pudores y nuevas manías, regocijaba mi lengua con jugos extraños del beso tonto que una niña, enamorada de mucha de mi charla incoherente y borracha, me obsequiaba. Quizá ella simplemente sintió lastima al verme sentada desde su caja, tan inútil y perfumado, regateando con el chino el precio de los recortes de fiambres mohosos del fondo de aquel mostrador.

Recuerdo su rostro al verse desnuda, explotaba en dulces tonos rojos al intentar cubrir sus senos con alguna de mis sabanas agujereadas. Muchas noches me abrigue en su pequeño y ancho cuerpo, luego la acompañaba hasta la casa. Su madre, santa, aun creía en esto de la castidad hasta el santo matrimonio. Aun hoy recuerdo sus pestañas, eran como delgadas líneas negras que rozaban al techo, y el, estoy seguro, sigue riéndose del cuadro que pintábamos los dos.

Lo nuestro duró poco, pronto se dio cuenta que toda mi charla giraba alrededor de mi. Para mi suerte ella siguió trabajando en el mismo supermercado, y a veces, amorosa, me hacía grandes descuentos sin preguntarme nada, ni edad, ni religión, ni estado civil, absolutamente nada, gordita hermosa, huequita hermosa, es extraño, creo no haberle preguntado algo mas importante que el gusto de preservativos que prefería. No. Jamás tuvimos una charla. Jamás.
En aquel cuarto aparte de niñas castas también pude llevar putas. Puedo decir, orgulloso, que durante mucho tiempo la extrañé; en la cuadra ya nadie mas me fiaba y cada vez me costaba mas dormir sin un poco de alcohol que humedezca las fetas de mis cenas....


Hubo días en que el techo del cuarto parecía mofarse de mi estatura mostrándome dos ganchos oxidados incrustados en él, como brazos que apuntaban al piso, estos lo hacían realmente inalcanzable. Supuse entonces que estos fueron el sostén de algún ventilador o simplemente estaban ahí, como tantas cosas que simplemente están y uno no sabe por y para que. El cielo raso cuarteado, parecía hacerme muecas y se despedazaba sobre mi y el tiempo se reía de nosotros, teníamos la piel seca y ajada y en los claros que ofrecían sus ríos navegaban islas salpicadas con una increíble gama de colores. Lo admiraba, era realmente inalcanzable por mi, lo admito. El, aun con todas sus rajaduras se mostraba cálido. Distante y cálido, como un atardecer en las plazas de la Costanera.
Exponía sus trazos descascarados ante mi, quizá consciente de lo nulo en mi critica artística, y yo, oculto detrás de aquellas agujereadas sabanas, le sonreía, me daba placer ver aquello, o quizá simplemente estaba contento por haber alquilado el cuarto, no se.

Algunas noches, creía escuchar como recitaba palabras vagas y graciosas, incoherentes. En un primer verso habló de las pezuñas de una vaca, decía algo así: Tu onceava pezuña rasgo mi alma, ternerita estacada. Tras el recitado limbico, temblaba sobre mi, dibujaba caleidoscópicas escenas en mis sueños, y una fina lluvia de polvo ahogaba mis ronquidos que sonaban feroces en mitad de la noche. Hubo noches en que sus frases me desvelaron, otras en las que se pasó hablando de los mismos pies deformes. Tu onceava pezuña- decía, y yo, recostado en mi catre con todo mi armario a cuestas, veía como el humo del cigarrillo se enroscaba en mis dedos mientras pensaba en qué animal tiene once pezuñas.
Mis vecinos, en las mañanas, murmuraban historias en los pasillos, mientras yo no encontraba normal el hecho de apagar velas o arrugar estampitas cada vez que llegaba o me retiraba del cuarto, miraba hacia todas las demás puertas y en ninguna de ellas se repetía esta escena.
No soy de los que cree en dios, ni en fantasmas, bah!, creo en otra vida, a veces hasta creo tener alma, pero no creo en Dios, doy por sentado el hecho de que existe un antes y un después de esta vida. Mi pensamiento creo se acerca mas al budismo, y lo digo por lo de la contemplación, aunque nunca me definí con respecto a lo espiritual, tampoco le di la importancia que debería darle, si es que realmente debo. Sin embargo me asustaban las estampas en mi puerta, no es agradable toparse con ellas. Dios!.
Muchas veces pensé que eso que yacía sobre mi no siempre fue la insulsa mezcla de cielo raso y humedad, y mis vecinos apenas oían mis pasos, y ante mi mirada curiosa hacia ellos, uno a uno, lentamente, se abrían del circulo y se disparaban del sucio criadero de cucarachas que algunos llamaban cocina, unos corrían hacia el frío del baño, otros simplemente tomaban el bolso y se despedían asustados, sin siquiera mirarme, partían quien sabe hacia donde, tampoco me interesaba.

Quien o que fue mi antecesor, eso me preguntaba apenas ponía los pies sobre los pasillos helados del hotel. Como correria el velo que cubría al silencioso circulo de oradores, como?. Creo haber sido el primero en animarse a dormir en ese cuarto, supuse esto al ver como se persignaban apenas corría las gruesas cadenas que cruzaban de hoja a hoja la puerta. Entraba, miraba al techo, seguía ahí, sordo.
Las personas desconfían de la soledad, yo desconfío de ella, es por eso que un segundo antes que me abrazase me desmayaba en la cama, borracho. Si, desconfío de la soledad, de la verdadera soledad, de la que nos aprieta por dentro, en silencio. Y en aquel lugar viví la misma historia todos los días, cosechando velas, revoleando estampitas.

Los pasillos del edificio eran estrechos, en ellos apenas cabía una persona, de lado a lado estaban decorados con pequeñas piezas de cerámica, miles de piezas pegadas una a una, los azules que decoraban ese pasillo aumentaban la sensación de frío apenas uno las rozaba, los caños rotos que bañaban sus paredes le agregaban el verde de manchas y musgos mohosos congelados, me deleitaba mirar el cuadro que dibujan esas piezas.

Mis vecinos no me dirigían la palabra y yo necesitaba saber quien o que fue mi antecesor, escuchaba historias que lo describían oscuro, silencioso, nocturno. Doña Sincracia, era la habitante mas anciana y antigua en aquella pensión, su piel arrugada en infinitos pliegues morenos, no lograban disimular las penas y sus ciento y tantos años de edad. Sin embargo aun trabajaba, aun penaba, y era admirable la fortaleza con que se mantenía de pie, se ganaba, o perdía la vida, cocinando para el albañil que aun vive frente a ese cuarto. La anciana remendaba ruedos invisibles a pálidos trajes de novia alquilados una y otra vez por todo el barrio. La anciana era todo misterio, y a la vez, la mas ferviente devota de mi puerta, algunas mañanas veía la sombra de sus pies bajo el marco de mi puerta y la imaginaba orando en silencio vela en mano, sosteniéndose de pie a duras penas. Todas las mañanas, aun hoy , me pregunto que es lo que hizo para llegar hasta este tiempo, hasta este
amanecer, la razón de su tan larga vida. Será el Karma ese que le dicen. No se. Quizá ella y sus oraciones y sus velas y sus miedos simplemente están, como tantas cosas en esta vida, como yo, como esos dos ganchos incrustados en el techo que a mi no me servían de nada, ni siquiera saltando pude llegar a ellos.

Con el tiempo, me acostumbré a la presencia sombría de la Doña tras mi puerta. Al final, fue la única mujer que me sonreiría todas las mañanas al verme increíblemente despierto, segura de su milagro diario. Sin saber que desde hacia tiempo era el insomnio quien alejaba de mi cualquier atisbo suicida. Y que gracias a un leve coma alcohólico, no hubiese podido dormir nunca dentro de aquellas paredes que en un principio me parecían hermosas. Así fue como supe quien fue quien velaba por mi todos los días. Todos alguna vez escuchamos el tintineo de botellas y vemos el humo espeso de cigarrillos mal apagados escapándose por los huecos. Los que habitamos aquella pensión éramos un cúmulo de paranoicos, atrapados en una infinita escala de grises.

Porqué la quietud que hoy nos abraza es mas real que las lluvias que ayer nos azotaban... del alma y del sueño ajeno.

Esa oración se desmayaba conmigo, casi como una afirmación, aun hoy no sé qué significa la palabra , yo solo seguía mirando al techo mientras afuera todos dormían. Mis ojos no le perdían pisada a ese continente que crujía y se mostraba como el agua en su primer brote de hervor, luego, revuelto como un río, violento.
Buscaba un poco de paz en las líneas que se quebraban sobre mi, buscaba paz en el trafico caudaloso de sonidos que atrapaba mi insomnio en su silencio, mientras mas oscura era la noche, mas frío era el pasillo y sus piezas dispersas, mientras más lejano era el choque, había muchos mas cuerpos atrapados entre chapones y era mas caudaloso el trafico de sonidos que encerraba el insomnio.
A veces me quedaba nada mas que esa ultima gota que sabia era el boleto hacia el sueño profundo. El paisaje de islas mutaba en cada uno de mis despertares conscientes.

Escuché una y otra vez la misma frase de formas distintas, con y sin acentos, como si quisiese escribir en mi: Porqué nos abraza la quietud, de lluvias.
Pocas veces coincidían su silencio, el mío y el de la noche, de los ganchos colgaban pequeñas fibras de hilo amuchadas, estas se mecían silenciosas, inclinándose ante cada brisa, de ellas colgaba el cielo raso, como esperando un rezo.
Una noche el techo rompió mas cáscaras, muchas mas islas que las que me tenia habituado, los últimos gajos de color se desprendieron en un temblor imperceptible.

Una vez convencido de mi completa locura. Pregunté -Te gustan las flores– Nunca me gustaron las flores, pero no se me había ocurrido mejor pregunta que esa, estaba asustado. Se que no es normal hablar con el techo en esta sociedad tan cierta y racional en sus actos, en sus palabras.

De pronto, y con voz rasgada, difónica, me respondió. - No, hay demasiadas flores y una sola vida, además está el silencio, te gusta el silencio? -le respondí que no, que por eso hablaba con el. Noté un pequeño tartamudeo en mi voz.

Luego, me pregunto si sabia con quien hablaba. No le respondí, esperando, de ese modo, conocer a mi antecesor -Porque hablas conmigo?- preguntó. Yo, le respondí con otra pregunta - Como es esa teoría sobre que existe una sola vida?- Por fin creí hacer una pregunta interesante, me respondió. - No tengo explicación coherente para alguno de mis pensamientos, quizá solo sean palabras, es muy fácil filosofar para quien el tiempo no existe. Se que esto no es vida y que tampoco es muerte. Desde el segundo siguiente en que decidí ser uno menos o uno mas, no se, quede atrapado aquí y ni siquiera se si tengo alma, o si, ciertamente, soy una especie de alma en pena. En otro tiempo, escuché historias de almas atrapadas en un limbo intermedio, entre la muerte física y esto, no se que es lo que hay ni mas allá ni mas acá del techo. Jamás creí en la supuesta redención de los hombres, ni siquiera en paraísos flotando entre colchones de nubes, siempre me parecieron ficciones de hombres
drogados intentando huir de la mierda en que viven, definitivamente existe una sola vida y una sola muerte y el lugar donde me encuentro no es ni uno ni otro-

Dijo esto y calló, mientras mi cuerpo se hundía contra el colchón. Mas, sin esperar otra pregunta vomitó sobre mi otra catarata de palabras. -El hombre es la peor de todas las evoluciones, los hombres no tienen perdón, no existe ser capaz de perdonar el dolor que causan desde el segundo en que nacen hasta el ultimo suspiro y un poco mas, en que mueren. Además, si existe tal ser, tendría que darme muchas explicaciones del porque de su perdón, y quien es el?, además, existe la maldad o la bondad que tanto predican algunos tipos, existe?. El hombre no tiene perdón, no existe el perdón, estoy convencido de ello, dentro de todas mis incredulidades es lo único en lo que creo.
En otro tiempo, muchas veces ese tipo de hombres que antes nombré, esos que a cambio de unas monedas dominicales perdonan todo tipo de error, golpearon esa puerta, queriendo redimirme, redimirme!?....de que!?! –

Calló por unos instantes, para luego, retornar con mas fuerza. -Las velas las puso la anciana. Ella me hace sonreír con sus oraciones, suenan a canciones de cuna y puedo dormitar por dos segundos, y en cada segundo siento como me inundo de este polvoriento cielo raso. Me elevo, siento el cosquilleo de cal, arena y yeso, siento mi cuerpo. Si, extraño algunas sensaciones corporales, añoro la sal de la carne contra la carne, el sudor y el frío de todo principio luego el calor y el olor del sudor ajeno, el contínuo y hasta a veces mecánico roce de cuerpos, ya sean violentos ya sea en caricias, desteñirme en suciedad, si, alguna vez habité un cuerpo.-

Atónito, me pregunte, porqué el deseo aun invadía aquel etéreo deambular de cuatro paredes, fue muy penoso para mi, quizá yo no merezca el perdón de nadie, aquella voz me dio mas que una simple respuesta, quede abrumado con todo aquel relato que escuché de principio a fin. De vez en cuando en partes de su relato, la voz vibraba, y arrojaba sobre mis ojos perplejos parte de su cuerpo. Un sórdido silencio nos mantuvo prisioneros en el cuarto. Pensé en mi padre boyando contra algún techo, me veía a mi boyando en algún otro tiempo y en algún otro cuarto, o en el mismo. Para mi, el contínuo peregrinar en busca de un empleo, hoy, es peor que todas las estaciones y las cruces que pueden soportar un alma, somos muchos los que limpiamos baños y la competencia es mucha, la gente se cuelga cartelitos que rezan: Limpio baños a domicilio, baratito. Creo que esta vida es la muerte que tanto temen los hombres. Mi fantasma, luego de una larga pausa, siguió su discurso - Así, me transformé
en una burda copia del fantasma de Canterville. Alguna vez leí sobre el, y me burlaba de sus cadenas penando por todo el castillo. Jamás me imagine tomar su lugar dos o tres siglos después en esta ciudad. Si este edificio tuviese la forma de un castillo, de ser así seria diferente, a pesar de los helado de sus pasillos y que sus paredes simulen una fortaleza, esto no es un castillo, de ser así seria diferente, hubiese significado otro estilo de muerte, como en los cuentos, grandes banquetes, senos gigantes, grandes putas, mucho menos trágica, no se, seria muy diferente, creo. Si, seria diferente, aunque en ningún tiempo me imagine estar así, boyando-

-Yo tampoco- dije esto y sonreí, en realidad lo hice a causa del comentario sobre el fantasma de Canterville, mi madre alguna vez me leyó aquel cuento. Le molestó. De nuevo el silencio nos ahogo en sus manos, seguí prisionero de una guerra sin sentido entre la vida y la muerte, nada me sacaría de ahí, mutabamos, pase a ser parte del silencio. Los hilos que colgaban del techo se mecían suaves. Como esperando un rezo, susurrante, amanecía. -Porqué nos abraza la quietud, de lluvias?- Me preguntó el techo, yo no tuve respuesta, mis amigos no se encontraban y los que quedaban no podían ver que es lo que se movía sobre nosotros. Hoy me rodea este temblor, y se que sigue sobre nosotros, esta ahi!! siempre estuvo ahi! sigue ahí, lo se.

La resurrección
Apenas Emilio termino de decir esto, pareció encogerse aun mas, y desde su pequeñez temblorosa lanzo un grito que despertaría a cualquier incauto comatoso del ala contigua del hospital -Doctor!- gritó -Enfermera!- grité conmocionado por el grito mientras lo abrigaba. Cesaron sus temblores y el vaivén que le daba vida al relato y al cuerpo de Emilio. Pedí que lo bañaran, y me fui sin poder firmar un documento que un agente de oficio extendió hacia mi de un modo rutinario.

Salí de la sala envuelto en mi bata, camine alrededor de los muros del hospital, fui a las plazas en busca de alguna prueba de su existencia, levanté los cartones que cubrían a los que el llamaba ¨colegas¨ preguntándoles si alguno lo vio alguna vez, y nadie, nunca, había visto nada, menos a el. Nada! Pensé en cuando decía... ¨ En un teatro, los actores hacen la imagen sobre la gran tela o pared, en la ciudad, el fondo son las avenidas, el sonido histérico de bocinas, los colectivos, el choque hombro a hombro, las calles paralelas, nadie ve nada ¨... Consternado, bordee infinitas avenidas y cuerpos encartonados ocultos en los rincones, abrigados con sus mantas. Por fin, llegué hasta este rincón, y siento como si hubiesen pasado diez años desde la ultima vez que estuve aquí, bajo este techo, dentro de este cristalino lugar. Fue ayer, que estuve aquí jugando con mis libros, con mi nena, ayer que la abrace regalándole cosquillas a cambio de unos besos. Me siento cansado.

Mis ojos son gotas secas enmarcadas dentro de unos pómulos que parecen querer abandonar mi gesto, es otro el rostro que refleja el cristal de la mesa en el centro de este jardín, son otras las manos que sostienen este vaso y están secas las hojas que adornaron cada uno de los pasos que di hasta lo que es mi bodega de vinos, acaban de sucederse diez años de la nada, como si el tiempo hubiese transcurrido en un pestañeo, como si el mañana fuese ayer.

Y me pregunto, porque me abraza la quietud? A mi, que tanto insistí en conocer los elementos que interfieren en la vida interior de cada individuo, Porque!? hoy siento que jamás hice nada en verdad por ellos, mas que recauchutarles el gesto y arrojarlos de nuevo a esa batalla que jamás, hoy soy conciente, viví. Porqué me abraza la quietud!?
Me pesan la futilidad del diván y las notas, las conclusiones que en mi ¨especializada¨ opinión son las correctas. Aquí, bajo este techo cristalino y transparente que nada me dice, busco la verdadera respuesta para aquella pregunta que antes fue respondida por la inmaculada razón de los libros y millones de años de evolución y demagogia, respondida para mi por tanta sabiduría de hombres, que, como yo, cruzaron el tiempo desde la comodidad del pensamiento, por ¨hombres sabios¨
Fue respondida para mi por este monstruo democrático y bien estructurado sistema social que nos , el cual, siempre creí era el correcto, el mas justo.

La conciencia es la suma de las experiencias desde el nacimiento hasta la muerte......

Si, así decía aquella respuesta: Mierda! ¿Es la conciencia la suma de experiencias desde el nacimiento hasta la muerte?. Y antes de llegar al estado mortal, ¿es imposible reconocer la conciencia?. ¿A eso se reduce la conciencia...!? Se que este hombre ha muerto, si, de eso estoy seguro. Sin embargo siento que este hombre, que acaba de abandonar el cuerpo frente a mis especializadas notas a un costado de los sillones que a pedido mío mando se sucedan cada tres meses para una mejor postura de mi, también, correcta, columna vertebral. Todo en mi me da asco, jamás viví.

Este hombre, no es la primera, ni la ultima vez que abandone este suelo así, tembloroso, envuelto en una sabana pestilente que quizá fue lo único que realmente lo cobijó. Si, ha muerto y resucitado mil veces y vivido mil mas en el mismo tiempo que yo viví una, completamente ciego, rodeado de educados calefones y ropa limpia, acolchado en almohadones de¨ big brother¨, idiota. A eso!, se reduce mi conciencia?
Se que este hombre ha dejado un tendal de cuerpos, sufrido inmortales sequías, y a cada amanecer le robó un poco de su savia, se que este hombre no ha muerto, como que las lluvias están ahí... Se que este hombre fue crucificado, muerto y sepultado, mil veces!, y miles mas resucitará, quizá lo acaba de hacer, en mi, quizá, lo acaba de hacer.....


Texto agregado el 03-03-2011, y leído por 343 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
16-08-2023 Los cuerpos son como las frases, llegan, maduran, y mueren. Aquí mis cinco Pentagramas_5_ Juan_Poeta
23-07-2023 Me gustó mucho leerte. Tu verbo es claro y muy interesante. ***** Un fuerte abrazo Victoria 6236013
 
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