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Cuando Cesar despertó, por fin, no se levantó. Se quedó echado mirando el techo y pensando en ella. En ella que había querido tanto y que le había pagado tan mal. En ella que lo dejó y, peor aún, lo ridiculizó.
Él aun recordaba, con dolorosa nitidez, el momento exacto en que se enamoró de ella. Hacía tres años, Cesar había llegado a un nuevo colegio. No conocía absolutamente a nadie y se sentía completamente perdido. Temeroso e introvertido como era, demoró un poco en hacer amigos y no se fijaba mucho en sus compañeros de clase. La primera vez que se fijó en ella fue en la clase de matemática. Un profesor viejo hablaba, pero él no escuchaba. Miraba volar una paloma por la ventana y pensaba en nada importante cuando una voz interrumpió sus pensamientos.
- Tú te apellidas Cortéz ¿no?
Al levantar la mirada, la vio, perfecta como era, sonriéndole.
Cesar balbuceo un “si” y ella se volvió hacia su cuaderno. A partir de ese momento él quedo prendido de ella.
Pero ahora todo eso había pasado y ya no importaba. Echado, intentaba olvidar todo sobre ella, pero parecía que todos sus recuerdos estuvieran marcados con fuego en su mente. Rendido por el esfuerzo se dejó llevar y se encontró viendo como la había conquistado después de casi medio año de ser muy buenos amigos.
Casi al finalizar el año escolar, Cesar se armó de valor y se declaró a Helena. Estaban solos en el salón de clases y ella lo miró un poco angustiada por lo repentino de la situación. Ella le dijo un escueto “lo voy a pensar” y salió corriendo del salón. Él quedó nervioso, pensando que ella le iba a decir que no.
Y, en efecto, le dijo que no. Ese simple par de letras lo destrozaron. No quería comer, no quería, ni siquiera, vivir. Pero eso no le duró mucho porque a la semana ella le dijo que quería hablar con él. Se quedaron en el aula después de que todos se fueron y ella le dijo que le gustaba un montón y que si quería estar con él.
Echado y triste como estaba pensó que hubiera sido mejor nunca enamorarse de ella y ser amigos para siempre. Pero muy en el fondo sabía que eso no era verdad, el no podía concebir la vida sin ella desde esa fatídica clase de matemática. Hubiera preferido morir antes de vivir sin ella, pero ahora triste y sin ella, como estaba, no sabía qué hacer.
Mientras pensaba, otro recuerdo se le vino a la mente. Recordó una vez que pelearon por alguna estúpida razón y, en su desesperación, le dedicó un poema escrito por él.

Esos ojos tan tuyo, tan míos,
Tan nuestros.


Esos labios deliciosos, tan tuyos, tan míos
Tan nuestros.

Ese largo y frondosos cabello,
Deliciosamente perfumado
Tan tuyo, tan mío
Tan nuestro.

Ese cuello
Tan tuyo, tan mío,
Tan nuestro
Me lo comería cada noche y por el resto de mi vida
Cual vampiro sediento de sangre.

Ese cuerpo
Tan tuyo y tan solo tuyo
Bendecido por dios
Lo deseo a escondidas.
Con esto se reconciliaron, pero ahora echado es su cama le dolía pensar que había sentido (y que seguía sintiendo) todo eso por ella y que ella simplemente lo había dejado.
Lo había dejado como cuando se deja a un perro que uno ya no quiere más. Aunque si te encariñas con el perro te es un poco más difícil dejarlo. Quizás ella nunca, ni siquiera, se encariño con ese perro que era Cesar. Simplemente lo usó a su conveniencia. Por eso le fue tan fácil ir y besarse con el que de verdad quería en frente de todos.

Sonó el teléfono, deprimido como estaba dejo que sonara esperando que alguien más conteste pero nadie atendió, así que fue y encontró una nota diciendo que todos habían salido. Estaba solo y sonó el teléfono de nuevo. Contestó y era ella.

-Hola ¿está Cesar?

- sí, soy yo.

-ah, hola.

-¿Qué quieres?-con clara voz de irritación.

-bueno…

-ya sé todo. Todos me lo contaron.

-¿y les crees a ellos en vez de a mi?

-hasta tus amigas me contaron.

-no les creas. Yo te amo. Eres súper importante para mí.

-de verdad? Pues es rara tu manera de demostrarlo.

-¿podemos vernos?

-Tú crees que soy tu mascota. Un perro que un rato le haces cariño y después lo dejas por otro. Y cuando te aburres cambias. No Helena. Anda con el otro cojudo. A mi déjame en paz.

-por favor….-se le quebró la voz.

-vete a la mierda- y colgó.

Dejo el teléfono en su sito. Sonó de nuevo, lo miro por un momento y después lo desconectó.

Se sentía un poco confundido (había mandado a volar al amor de su vida) pero tranquilo. Sus sentimientos no lo habían traicionado y la había puesto en su sitio sin dudar un momento.

Subió y se echó de nuevo. Ya en la cama se le vino a la mente esta pregunta ¿y ahora qué? y el mismo se respondió Ahora seguro van a joder en el colegio.

No importa…





Texto agregado el 13-03-2011, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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