Caminar sobre la planta  
de la tierra, como las 
herbóreas y fructíferas 
             raíces del mal, 
  
recorrer la agonía de tus manos 
con la mirada inculta del ojo 
gitano en la mano rasgada, 
  
lamer el fruto inconcluso del vientre 
  
sortear las piernas en el fango 
  
abrir los ojos con el cansancio del rebelde. 
  
(Obligarte a comprender la noche, 
a los violadores de medio tiempo, 
a los poetas de la basura, 
a los cantores niños de un país desconocido, 
a los geógrafos del sexo antiguo, 
a los que traducen - en lenguas 
espartanas - la lujuria de sus propios sueños) 
  
Sentarte en la falda de tu madre, 
enrollarte en sus pechos hasta el 
mismo nacimiento fetal de tu sangre, 
sentir el palpitar cansado de tu ingle, 
lo efímero del tiempo, 
lo cautivo de la eternidad, 
lo grande de los seres imaginarios 
en tiempos de pentecostés. 
  
Olvida en 
              mi a la religión infecunda, 
  
alaba a los seres de barro que otrora los 
mismos egipcios daban cánticos judíos, 
  
sientate, recorre el cobertizo azul del cielo 
con la nariz gastada, 
                                pégate al sigilo. 
  
La relación de la medusa con el agua 
tenla en la boca del vientre, 
  
              mujer 
  
         explota en sonidos tu sonrisa fría, 
  
engaña, que estamos en tiempos de verdad, 
véndete, que el cuerpo no es mercancía barata, 
suicídate, que el costo de la muerte es alto. 
  
Nosotras que no entendemos a los hombres, 
las incomprendidas parturientas de la carne marchita, 
las defecadoras de la virginidad bella, 
las putas, 
     las falsas, 
          las maracas olvidadas en el río. 
  
Nosotras que no cantamos al comienzo de  
la voz con el sonido del Eufrates, que 
no sentimos en las agallas el retorcimiento 
de la burbuja verde de la codicia,  
  
bailamos con los paganos y a los bastardos 
dimos recios hijos: hombres de guerra, 
                              nativos muertos del ensueño, 
  
dimos carne fresca de leche rancia a los 
gusanos del inframundo, 
  
parimos muerte con los ojos cerrados 
para amortajar el silencio entre nuestras 
carnes rojas y suaves. 
  
Amantes fuimos de los guerreros, 
orgullosas nos sentimos de abrir a sus bellos 
cuellos la sonrosada voz de nuestros cuerpos.  |