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Cómo iniciar una descripción de Catalina. Tal vez nunca lo hubiera intentado, sino ahora en esta fría sala. Podría indicar que es mi mejor amiga, aunque yo esté lejos ya de ser el suyo. Ella nunca tuvo un mejor amigo. Tenía muchos. Es decir, su sentido de fraternidad era tal que varios de quienes la rodeamos en este momento nos sentiríamos orgullosos de decirnos sus mejores amigos, pero ella nunca perdió el tiempo en catalogar los suyos, simplemente descubrió, extrajo y disfrutó lo mejor de cada cual. Es simple, espontánea, infantil, espiritualista, coqueta (sin consciencia), delicada, muy dulce o muy agria, y tiene un cabello que entre menos se peina mejor luce. Será por eso que ahora no luce tan bien.

Últimamente se le oía hablar mucho de Alberto. Yo no lo conocía, al menos personalmente. Al principio se sintió halagada con sus palabras y conmovida con su situación. Opuesto a ella, Alberto se auto describió como un ser mundano, algo materialista, vacío, y dueño de una constante frustración por un pasado no muy lejano del que luchaba por desprenderse, y en el que primaban las compañías insanas, las drogas y las actividades improductivas.

Precisamente vio en Catalina un madero firme flotando en medio de su océano de incertidumbre, del cual no dudó en asirse. Y como era de esperarse, ella no sólo lo escuchaba con paciencia, comprensión e indulgencia, sino que pensaba mucho en la forma de ayudarlo. Lo hacía de diferentes formas: trataba de aumentar su autoestima y de disminuir sus frustraciones, alentaba su talento en el trabajo de docente, en donde se comportaba tal como aquellos personajes que, como Dorian Gray, llevaban una doble vida, aunque a diferencia del personaje creado por Wilde no tuviera el privilegio de guardar una pintura que absorbiera sus pasiones desmedidas; y lo estimulaba a practicar algunos deportes que años atrás lo distraían y de los que al parecer las épocas oscuras no habían logrado borrar del todo sus aptitudes.

Y bueno, aunque tan diferentes entre ellos, siempre con algo de atención fue posible hallar algunas similitudes. Las descubrí por el hecho de conocer muy bien a mi amiga, con quien me trataba a diario, y de escuchar con atención lo que de Alberto ella me contaba.

La similitud que más me impactó fueron sus miedos frente a cosas para mí absurdas. Ambos jóvenes, sus edades se acercaban a los treinta años. Como hacía poco yo había cruzado ese umbral, trataba de comprender la ansiedad que les pudiera suscitar esta cifra, satanizada socialmente para quienes alcanzándola, aún no tenemos una pareja estable, unos hijos, o simplemente aún no hemos alcanzado esa plenitud laboral o económica a comparación de muchos compañeros de estudios.

Pero sus miedos, fuese cual fuese su causa, eran los siguientes.

Catalina sentía que sus relaciones sentimentales no completaban su ciclo. Si bien iniciaban con mucha emoción, con algún tipo de proyección, sin prisa pero construyéndose con firmeza, justo de antes de alcanzar la cima, todo se desboronaba, se destruía casi explosiva y súbitamente. Y poco a poco Alberto fue encontrando la manera de apoderarse de su inseguro corazón.

Los miedos que profesaba Alberto eran para mí más extraños. Soñaba con frecuencia que moría trágicamente en un accidente con su automóvil. Lo soñaba incluso en repetidas ocasiones dentro de una misma semana. Y despertaba ansioso, asustado, tembloroso. Pero eso no era todo: tenía la firme certeza de que su sueño, no sólo era premonitorio, sino que iba a hacerse realidad antes de que pudiera cumplir sus treinta años.

Fue así como en Catalina fue creciendo la ansiedad, hasta llegar casi a consumir su dulzura. Percibía que los sentimientos entre ellos iban encaminados a una relación sólida y confortante, pues aunque no los habían expresado directamente, los podían detectar, intuir…pero su miedo era más fuerte. Y el destino, implacable, no dudó en usarme. No sé por qué se me ocurrió aconsejarle que si hasta el momento siempre había llegado a este punto o un poco más adelante en sus relaciones anteriores, para luego precipitarse en un fracaso súbito cargado de decepciones mutuas; lo que debía hacer entonces era intentar algo diferente, basados en el principio de no pretender esperar resultados distintos si se sigue actuando de igual manera. Jamás imaginaría que hacerme caso le costara tanto. Nunca me comentó sus planes, pero alcanzó a compartir conmigo los primeros pasos. En primera instancia lo llamó y lo citó a su apartamento, en quince minutos. Como estábamos tomando un café a unas cuadras de su casa, me pidió que la llevara en mi automóvil. Se veía, aunque ansiosa, segura, confiada y esperanzada. Al menos intentaría algo diferente para lograr al fin el cierre de su brecha histórica al momento de consolidar una relación de pareja, y eso la hacía lucir optimista.

Alberto hizo lo propio. Emocionado por aquella llamada con tono inusual, ilusionado por lo que Catalina tenía para revelarle, y considerando que no podía desaprovechar una oportunidad para ser feliz antes de que su sueño se cumpliera, dejó su trabajo, corrió al sótano del edificio, encendió su automóvil, tomó un par de tragos de un aguardiente que escondía en la guantera y salió muy deprisa.

Yo pagué los cafés y me dirigí con Catalina hacia el vehículo, el cual se encontraba aparcado en la acera de al frente de la vía doble que estábamos por cruzar. En esos casos Catalina acostumbraba agarrarme del brazo, como si quisiera sentir un apoyo al momento de atravesar las calles para tomar juntos la decisión de arriesgarnos a pasar o de esperar un poco más. Pero esta vez las ansias lograron romper la rutina y se apresuró a cruzar sin mirar en ambos sentidos.

Alberto conducía muy deprisa, imaginaba las muchas situaciones que podrían esperarlo en al apartamento de la mujer que deseaba, que lo estaba ayudando a lograr ese cambio que ansiaba en su vida desde que la conoció. Las imágenes que construía mentalmente cobraron vida de tal manera, que comenzó a hablar solo y se apoderaron de toda su atención por un instante. El instante preciso para arrollar a Catalina a una velocidad de 80Km/h.

Ahora, en esta fría sala de velación lo comprendo todo. Aunque jamás llegué a descubrir la decisión que motivó en ella mi consejo, confirmé que sus intuiciones estaban ahora totalmente fundamentadas: nunca llegó a consumarse su relación más prometedora. Pero me aterra más la intuición de Alberto. Al fin hoy lo conocí personalmente. Sus miedos nunca estuvieron menos fundamentados. A pesar de que ahora lo veo sólo, con la mirada perdida y con un cigarrillo encendido, aquel muchacho murió realmente en un accidente con su automóvil meses antes de cumplir sus treinta años.








Texto agregado el 11-04-2011, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-04-2011 A mí no me molesta lo lineal mientras esté bien narrado,como es el caso. Tampco me parece previsible; al contrario, si hubiera que criticarle algo -de mi parte- sería ese final tan de cuento -no sé si me explico- cuando todo el relato describe tan bien un contexto contidiano para cualquiera. Es decir, el accidente me resultó demasiada casualidad y en cierto sentido como si se alejara de lo "real" ahí descrito. Aún así, el remate es muy bueno. Y una cosa más respecto al comentario dedonbombillo: eso de las palabras "que se usan" es un error de quienes creen que la literatura "habla" como la calle, siendo que es precisamente su no-hablar-así lo que le da sentido. Aristidemo
11-04-2011 Pues primero Bienvenido memin; el texto tiene elementos bien rescatables, pero su estructura narrativa es muy lineal, al punto que llega a ser un tanto prevesible; por otro lado hay que "alivianarse" un poco con algunas palabras comunes como "me dirigí con Catalina hacia el vehículo" sumercé en la realidad no dice vehículo dice carro. No le dé miedo que eso no le quita fuerza a los textos, por contrario los nace más veráces donbombillo
 
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