-¡Si he de derramar el fuego de mis entrañas en infaustas praderas, que sea por el bendito, cuan divino clamor de tu amanecer!
Entonces el Coronel Iñigo Armendáriz cayó desplomado al suelo, en medio de los relinchidos y el olor a pólvora, de los «mi coronel, mi coronel» que cada vez sentía más lejanos. El campo se difuminaba en una neblina densa, como un lodo grisáceo que flotaba y del cual salían bridones, cañones estrepitosos, soldados con fusiles y su amada Beatriz. Entonces el Coronel Iñigo Armendáriz murió.

José Darío Bustamante