2 de mayo de 2011

A todos los amantes de la dignidad humana:

En la madrugada del 2 de mayo de 2011, “Navy Seals” de Estados Unidos le dieron muerte a Osama Bin Laden, el asesino en serie que el 11 de septiembre de 2001 acabó con las vidas de tres mil personas.

Entre las víctimas de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York estaba mi prima Angie. Ella era una joven profesional llena de alegría, sueños y esperanza. Se iba a casar en poco tiempo, pero el día de su boda nunca llegó. Uno de los aviones secuestrados fue estrellado contra la torre en la cual ella trabajaba. Su prometido también perdió la vida aquella fatídica mañana.

Durante semanas, miles de neoyorquinos ansiosos buscaron a sus seres queridos, tenían la esperanza de encontrarlos vivos. Mi familia también buscó a Angie. Tenían la ilusión de que ocurriera un milagro, que estuviese viva en algún hospital, que hubiese perdido la memoria—como en las novelas—y por eso no se hubiese comunicado con ellos. Colocaron su foto junto a tantas otras fotos de las víctimas del malvado. Esperaban que ella viera el retrato, recuperara la memoria y volviera a casa. Pero Angie nunca regresó.

En un solo día, Osama Bin Laden acabó con las vidas de miles de americanos y les rompió los corazones a decenas de miles de familiares. Nos aturdió. Nos mostró lo oscuro que puede ser el odio. Pero su maldad también nos despertó. Y al abrir los ojos, debemos reconocer la responsabilidad que tenemos de proteger la vida y la dignidad humana. Debemos repudiar los actos del asesino. Eso nos resulta fácil, lo que no parece ser tan sencillo para muchos es señalar la fuente de su maldad, no porque no la conozcan sino porque no tienen el valor de admitir la verdad, pues esa verdad es un espejo.

Bin Laden era radicalmente coránico, es decir, él creía firmemente en el libro “sagrado” de la religión musulmana. Para él, tal libro es la palabra de Dios. Según su fe fundamentalista, el libro es inerrante y debe ser interpretado literalmente. Por eso es que cuando el Corán ordena matar a los infieles—los que profesan otras religiones o ninguna religión—Bin Laden estaba dispuesto a obedecer. El libro “sagrado” no sólo ordena matar infieles, también da instrucciones de apedrear hasta la muerte a los que han cometido ciertos “pecados”, aun cuando sean de su religión. Además, aprueba y reglamenta la institución denigrante de la esclavitud. Entonces, la maldad de Bin Laden surgió de las instrucciones de un libro.

Hago un llamado a la cordura y a la razón. Preguntémonos, ¿puede ser inspirado por Dios un libro que ordena tales actos? Decir que Dios mandó a cometer tales atrocidades es un insulto a la moralidad del Creador y es una calumnia. El Creador del universo no es ignorante, malvado y cruel. Las instrucciones violentas—matar, apedrear y esclavizar—no vienen de Dios, vienen de mentes perversas que le atribuyen sus pensamientos a Dios para justificarse y para atraer seguidores que implementes sus ideas malévolas.

Dios nos ha dado piernas para caminar; nos ha dado manos para trabajar, pero el don más importante que nos ha otorgado es la capacidad para razonar. Debemos, entonces, escuchar la voz de la razón, la voz que nos grita que esas ideas son perversas. Esto es importante porque el libro “sagrado” usado en occidente incluye las mismas instrucciones que el Corán en cuanto a matar a los infieles, apedrear a pecadores y esclavizar a los conquistados.

Si yo que soy imperfecto puedo comprender que tales órdenes son abominables, ¿cómo es que hay gente que se atreve decir que hubo un tiempo en que Dios aprobó tales actos, o que todavía los aprueba? Tal aserción resulta inaceptable. El que promueve esas mentiras justifica el surgimiento de versiones de Bin Laden en las religiones judeocristianas.

Afortunadamente, la mayoría de los religiosos del mundo poseen estándares de moralidad más altos que los de sus libros “sagrados”. ¡Qué bueno que escuchan la voz de su consciencia y la razón sobre las instrucciones de un libro! La razón se opone a personas que, como Bin Laden, están dispuestos a perpetrar el mal en nombre de su dios. Promovamos entonces que se razone sobre lo que se lee, y si esto implica dejar de creer ciertas cosas, pues, que así sea.

Una última nota, hay quienes matan el cuerpo, otros dejan el cuerpo sano pero destrozan la dignidad humana. Ambos son sádicos que se placen del sufrimiento ajeno. Hago un llamado a la razón para que se respete tanto la vida humana como su dignidad.

Cordialmente, Jor-El Irizarry
deísta, ex-pastor bautista