| MÓRBIDO ROSAL   606  palabras
 Una pálida mañana;
 De casi desfalleciente aurora,
 Entré al jardín de mis hespérides.
 Era un jardín lleno de festivas rosas;
 Crecido bajo un sol blondo.
 Maceradas, hechas como
 De ceras virginales;
 Fastosas, acariciadoras,
 Pálidas y evocadoras;
 Con sus labios tendidos
 Al frío calcinante de la muerte,
 Pétalos apilonados en sarcófagos
 De alabastro;
 Por la tétrica y gélida noche.
 Era un poema de amor.
 
 Era un lamento de ilusión,
 Un grito de  aflicción;
 Un clamor hacia mí por la vida.
 ¡Un temor a la muerte!
 
 Hablé en silencio con cada
 Una de aquellas rosas
 Tronchadas por la bruma,
 En secretos áridos
 Y lenguajes misteriosos
 Musitaban calladamente.
 Susurraban con vocablos de pasión.
 
 ¡Pensativo…! Ante este
 Jardín melódico,
 Contemplando los misteriosos
 Matices de esas flores que
 Hablaban a mi corazón sangrante.
 
 Allá, una rosa había robado
 
 Al ámbar su palidez.
 Otra con transparencia ortiva
 De un ópalo en perfección,
 Me habla de tristezas silenciadas,
 Coronadas con perlas de rocío,
 Que la dura niebla formó en sus altares
 Temblando de vergüenza ante su amante.
 
 Otra casi extinguida,
 Amarillenta, diademada;
 Gesto quejumbroso; cristalina
 Cual diamante encendido,
 Brotado del fondo del
 Volcán de la caricia.
 Ansiosa por ser adorno de
 Princesas en palacios encantados
 Llenos de candor, donde el
 Fruto del amor llena el vacío.
 
 Esa… de color anémico,
 Engendrada por los cirios de la
 Noche, me habla de los entumecidos
 Besos del desdén;
 Con fiebres clausúrales
 De la envidia,
 De los negros altares de la vida.
 
 Allí, otra de color bermejo,
 Me dice del pesar, del sufrimiento,
 Del crimen, del ensueño,
 Las caricias, del dolor
 Profundo, de la felicidad.
 
 Y ésta… de pétalos fuliginosos,
 Me habla del sacrificio de
 Una virgen, violada
 Ante el Dios de las tormentas,
 
 En la escollosa espesura de la noche.
 Arrojada al abismo del olvido.
 
 Y ésta… con fasto rosado pálido,
 Me habla de las cosas muertas;
 Bajo la presión de los besos Per-filáticos
 Nauseosos, la verdad de la mentira.
 
 Aquella… que su pulpa ha desaparecido,
 En su lamento, añora las tardes
 Virginales muertas, en éxtasis
 De amor maldito, cuando,
 Tendido su vientre hacia al deseo;
 Yace cual fardo soso,
 Destrozado y yerto.
 
 Allí otra, que tiene sus noches
 En su corola,
 Lleva en sus estambres,
 Ojeras consumidas por
 Las barbas del tiempo solitario;
 En los surcos de sus pliegues
 Sudorosos, susurra el polen
 Del sufrimiento.
 Me habla de un lecho sin auroras,
 De horas de lujuria,
 Delitos bacanales,
 De licores extraídos
 De plantas venenosas,
 Jugosas y altaneras.
 
 Ahí otra, simétrica, naciente.
 Tierna cual niño de alabastro,
 De ojos lívidos, ensoñadores,
 De labios trémulos, suplicantes,
 De caricias suaves celestiales,
 De pétalos ensortijados;
 
 Cual guedejas de querubes;
 De voz flamenca y apagada,
 Me habla con dulzura
 De la ternura, de la pena,
 De la inocencia, de la dicha;
 Del ilusorio sufrimiento,
 Del sopor de la esperanza;
 Del contrito de lo eterno.
 
 ¡Ho! Todas mis flores han muerto.
 ¡Mi pobre rosal desaparece!
 
 ¡Ah! Y ésta…Ésta que tiembla
 Entre mis manos yertas,
 Con voces suplicantes,
 Me conmueve;
 Quiere ser bastión de una corona,
 Llegar hasta el altar
 Sin mancillarse,
 Embriagar con su aroma
 Otro ambiente
 Donde mi cuerpo llegará dormido,
 Quiere estar en mi sepulcro,
 Brindándome de su cáliz
 El néctar de su vida.
 Quiere que mis cantos;
 Que en ella se germinen.
 Me exige el amor que
 No le he dado.
 De mis débiles manos
 Se me escapa; lentamente,
 La tomo de nuevo,
 A mis labios mustios,
 Acerco sus pétalos casi desgarrados;
 Y en un beso de amor efervescente,
 Le entrego mi amor,
 Mi canto, mis deidades;
 
 Y absorto me quedo,
 En el inmenso, árido jardín, de mis
 Desiertos madrigales.
 
 Reinaldo Barrientos G.
 
 Rebaguz
 
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