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Inicio / Cuenteros Locales / alejandrofuentes / Rodolfo Tronqueras: el visionario

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Ayer, precisamente a las 18hs me dirigía, para Corrientes, provincia de la República Argentina, era el cumpleaños de un viejo amigo mío, y se disponía a celebrar la fiesta en uno de sus departamentos. Fui sin mucho interés, si se me permite la confesión, y en el colectivo buscaba varias excusas para volver más temprano a mi provincia, y por consiguiente a mi casa. Soy de Chaco. Sabía que el cumpleañero sea cual sea mi excusa no me iba a dejar volver, puesto que antes ya me había dicho que me había apartado una de las piezas para que yo duerma ahí. De todas formas, me parecía un divertido ejercicio pensar excusas. Y tampoco quería recaer en mi celular, porque aunque nadie diga nada, y sé bien que es ridículo que me sienta así, todavía me da cierto pudor embobarme con la pantallita en público, o solo.
Llegué a razón de las 18:45hs, de muy mal humor, cosa que contrastaba con el clima, puesto que era un día cálido y soleado y, se entenderá que esto me ponía de peor humor. Me costó cierto trabajo llegar al lugar. Yo no conozco la ciudad, y las personas a las que le preguntaba por la dirección parecían haber complotado en mí contra para mentirme. En fin, luego de pasear un tiempo interesante, con el peor de los humores gracias a las direcciones falsas que me iban dirigiendo a cualquier lugar menos al correcto, llegué casi diría que por casualidad a la casa de mi amigo. Toqué el portero. Se podrá prever que toqué en un portero que no era el indicado, pero esas cosas pasan. Avergonzado hice sonar el portero que necesitaba, y mi amigo me abrió la puerta del edificio luego de un jubiloso recibimiento.
Tiempo llevaba sin verlo, ya que él vivía lejos y, hacía muy poco había decidido mudarse a Corrientes. Estaba como antes de mudarse, realmente sabía esquivar los malos tratos del paso del tiempo. Me abrazó muy emocionado, y me invitó a pasar:
-¡Alejandro!-me dijo- ¡pasá, pasá!- Yo respondí con la misma efusividad aunque me sonó forzado. Luego de examinarme un poco arremetió diciendo:
-Estas viejo, che. ¿Cuantos ya, 35, verdad? Pelado y con barba, a la moda-. Y se rió muy fuerte.
-Claro, vos cumplís años, y a mi se me cuentan- contesté tratando de hacerme el gracioso.
Luego de eso me presentó a los presentes: la esposa, dos amigas muy lindas de la esposa, y una persona más, un tal Rodolfo Tronqueras. Naturalmente esperaba más invitados, pero en esa mesa estábamos los más íntimos. Esto último de todas formas me inquietaba, porque si bien me sentía feliz, por ser tenido en cuenta, por otro lado me incomodaba mucho no conocer a nadie de los que estaban en esa ocasión. El resto de los íntimos que yo conocía por uno u otro motivo se excusó y no fue. Por consiguiente quedaron todos los nuevos allegados de Ariel. Así, me vi obligado a guardar silencio. No porque me maltrataran o algo similar. Es mi forma de ser. Me alarma el contacto social y tiendo a retraerme. Creo, sin embargo que no hice el papel de estúpido en la charla, me desenvolví lo más natural que pude y dentro de todo creo que llegaron a quedar satisfechos con mi presencia. Aunque también es verdad que existe la posibilidad de que me equivoque de una manera monumental.
Con el correr de las horas fue llegando la gente, nadie fuera de lo particular, nadie muy conocido para mí tampoco. Llegado un momento de la noche decidí salir al balconcito. La vista del décimo piso era agradable, y el clima también, cuarto menguante, con algunas nubes alrededor. Creo que fue el único momento de tranquilidad desde que entré en ese departamento. Me sentía cómodo fuera del alboroto de adentro. Empecé nuevamente a barajar excusas, creía, en ese momento por lo menos, que capaz algo se me ocurriría.
-Alejandro, ¿el que quiere ser escritor, verdad?- dijo una voz detrás de mí. La reconocí como la voz de Tronqueras.
-Sí, el mismo- aunque cuando terminé de hablar, me di cuenta que yo no le había dicho eso en ningún momento, y Ariel tampoco lo sabía.
-Te preguntarás cómo sé que querés ser escritor- su cara cambió de repente, tomó un aire sombrío mientras hablaba casi sin mover la boca (cosa que me molestaba muchísimo)- Bueno, la respuesta es más fácil de lo que imaginas- “conocido del conocido del conocido…” pensé- vos me lo dijiste.
-Mentira, eso es imposible- le dije de manera severa, y realmente fastidiado.
-Bueno, no es que me lo dijiste, mejor dicho, me lo vas a decir. Dentro de un rato, todavía no- su cara era seria.
-Amigo, me parece que el alcohol le sienta bien a su imaginación, no me vengas a querer tomar el pelo.
-Ya vas a ver que me terminás por creer, vas a empezar a preguntarme con más curiosidad y a tomarme más en serio cuando dentro de un rato se nuble y empiece a llover. Cuando suene la alarma de mi celular.
-¿Qué buscás? ¿Es una apuesta, o una broma de los de adentro? No entiendo y me molesta- esto se lo dije en forma agresiva, aunque él seguía impasible.
-¿Esperamos?- me dijo mirándome de reojo, acodado en la baranda de la terraza.
En ese momento no sabía muy bien qué hacer, si irme o quedarme, o qué. Resolví quedarme, y actuar desinteresado, porque si era una broma y me iba, sería peor.
El tiempo pasó, y se empezó a nublar. Pero sin dudas nunca me sorprendió tanto la lluvia como en ese momento. Instante antes, instante después, sonaba la alarma del celular de Tronqueras. Me habré puesto pálido mientras caminaba hacia atrás, y él quedaba acodado en la baranda, mojándose.
De ahí en más, bien como Rodolfo Tronqueras había dicho, se despertó en mí la curiosidad. La conversación que tuvo lugar fue muy larga, por lo que la voy a referir tratando de obviar los pormenores, y de dejar bien explícita la idea central de la misma.
Me contó, sin dar más vueltas, que era una especie de adivino, de visionario. Pero lejos de tomarlo como un don, para él era un castigo, un castigo horrible. Puesto que según me explicó, su don o maldición, consistía en anticipar el día que estaba por ser. A la mañana o al momento en que despertaba, sufría una especie de trance en el cual tenía visiones “clarísimas”, según sus palabras, de lo que iba a pasar en el día, básicamente él calculaba que preveía lo que iba a pasar en el tiempo que estuviese despierto.¿Por qué una maldición? Me dijo que era horrible no poder saberse dueño de su vida, era horrible no tener azar en su cotidianeidad ¿No podía cambiar lo que pasaba en las visiones? No, Tronqueras me dijo casi llorando que no podía, todo de alguna forma pasaba, todo. Él creía que en los pormenores de sus visiones estaban los secretos para cambiarlas, pero su cerebro era humano, y no podía retener un día entero, por lo que sólo se acordaba de las cosas importantes, que sí o sí, pasaban ¿Hace cuanto tenía estas premoniciones? Desde hacía seis meses, después de que se vio victima de un gran stress porque lo echaron de su trabajo, y se vio prácticamente en la calle ¿Por qué se acordaba de la conversación? Porque era la primera vez que le contaba a alguien esto. Mintió.
La conversación fue muy agradable, Tronqueras en sí, era un sujeto agradable, pero yo todavía me debatía si creer o no en semejante confesión. Pensé seriamente en eso, cuando se fue tronqueras, cuando me acosté, cuando me levanté, cuando volvía a mi casa en el colectivo. Pero tuve la certeza de que era verdad, cuando leyendo un diario virtual en mi casa, me encuentro con una noticia en la que se anunciaba un suicidio misterioso de un sujeto Correntino, en la madrugada pasada. Rodolfo Tronqueras se fue
a las 4hs. Se mató a las 4:30hs. Ahora creo en la veracidad de su historia, Tronqueras sabía mientras hablaba conmigo que ese día se mataría y, la conversación la recordaba no porque fuese la primera vez que hablaba de su maldición, sino porque sabía que era la última. Y presumía que yo escribiría sobre él. Simplemente como un triste intento de arrancarlo del olvido…

Texto agregado el 26-05-2011, y leído por 59 visitantes. (1 voto)


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