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Inicio / Cuenteros Locales / gringopresa / 2. De los Aare

[C:480814]

Inexplicablemente, con sus palabras, el alma se me fue al piso. Me sentí
si ya hubiera conocido el cuarto en la torre, y como que allí había algo
espantoso. Jack se paró instantáneamente, y yo comprendí que tenía que
seguirlo. En silencio pasamos a través del vestíbulo, y subimos una gran
escalera de roble, con muchas esquinas, llegando por fin a un pequeño
pasillo con dos puertas. Él abrió una de las puertas para mí, y yo entré,
luego de lo cuál, él la cerró. Fue entonces que me di cuenta que la
anterior conjetura estaba correcta: había algo desagradable en la
estancia, y con el terror de la pesadilla que me envolvía, desperté en
espasmos de pánico.
Este mismo sueño, o variaciones del mismo, fue el que experimenté con
intermitencias, durante quince años. Muy a menudo sucedía exactamente de
esta manera: el arribo, el té en el jardín, el silencio mortal quebrado
por una sentencia mortal, la subida con Jack Stone hacia el cuarto en la
torre, donde estaba el horror, y, al final, siempre llegaba a acercarme al
terror, aunque nunca pude ver que era con exactitud. Otras veces
experimentaba variaciones sobre el mismo tema. Ocasionalmente era que
estábamos sentados a una mesa, la misma que se veía a través de la ventana
por el jardín. Sin embargo el silencio sepulcral era siempre el mismo, la
misma sensación de opresión y aburrimiento. Y el silencio siempre era roto
por Mrs. Stone que me decía: "Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto
de la torre." Luego de esto (esto era invariable), tenía que seguir a Jack
a través de la escalera de roble, con muchas esquinas y entrar en ese
mismo lugar, que cada vez odiaba más y más. O, de nuevo, podía ser que
estaba jugando a las cartas en un cuarto con inmensos candelabros, los que
daban una iluminación lúgubre. Qué juego era, no tenía idea; lo que si
recuerdo, con una sensación de miserable anticipación, que es que pronto
Mrs. Stone se pararía y me diría su "Jack te mostrará tu cuarto: te di el
cuarto en la torre". Esta estancia donde jugábamos a las cartas era la
habitación siguiente del comedor, y siempre estaba iluminado, aunque el
resto de la casa permanecía siempre en penumbras. Y aún, a pesar de estos
bouquets de luces, no podía darme cuenta de las cartas que me habían
tocado, ya que por alguna razón no podía distinguirlas. Sus diseños,
también, me eran extraños: no había colores rojos, sino que todas eran
negras, y entre ellas había ciertas cartas que eran todas negras. Odiaba y
temía aquello.
A medida que el sueño se hacía recurrente, iba conociendo la mayor parte
de la casa. Más allá del cuarto de juegos, al final de un pasillo tras una
puerta revestida de paño verde, había un salón de fumar. A los personajes
que poblaban este sueño también le pasaban curiosos acontecimientos, como
si fueran gente viva. Mrs. Stone, por ejemplo, que, cuando la vi por
primera vez, tenía cabello oscuro, se había encanecido, y su voz, al
principio enérgica, se había debilitado, como si la fuerza abandora sus
labios. Jack también creció, y se convirtió en un tipo enfermizo, con un
bigote marrón, mientras una de sus hermanas dejó de aparecer, y comprendí
al tiempo que se había casado.
En un momento pasó que no tuve este sueño por un lapso de unos seis meses
o un poco más, y comencé a esperar, inexplicablemente, que lo había
superado, y que se había ido para siempre. Pero una noche, luego de este
intervalo, nuevamente regresé al jardín del té, y Mrs. Stone ya no estaba
allí, mientras todos los demás estaban vestidos de negro. Al momento
adiviné la razón, y mi corazón dio un brinco, ya que tal vez en esta
ocasión, no tendría que ir a dormir al cuarto de la torre. Como era usual,
todos estaban sentados en silencio, pero en esta ocasión, el sentimiento
de alivio me hizo hablar y reír como nunca antes lo había hecho. Pero los
demás no se sentían igual, ya que nadie habló, limitándose a mirarse entre
ellos en forma furtiva. Y cuando el raudal de mi conversación enmudeció,
paulatinamente me fue asaltando una aprehensión peor que cualquier otra
que previamente hubiera experimentado en aquella casa, hasta que la luz se
extinguió.
Súbitamente una voz rompió la quietud, era la voz de Mrs. Stone, diciendo:
"Jack te mostrará tu habitación: te di el cuarto en la torre." Pareció
como si surgiera desde algún lugar cercano a la puerta de hierro en la
pared de ladrillos rojizos, y mirando hacia allí, vi entre la hierba la
presencia de unas tumbas. Una curiosa luz gris emanaba de cada sepulcro, y
pude leer el epitafio de la lápida más cercana, que decía: "En maldita
memoria de Julia Stone." Y como era usual, Jack se levantó, y nuevamente
lo seguí a través del vestíbulo y por la escalera con muchas esquinas. En
esta ocasión todo estaba mucho más oscuro que lo habitual, y al entrar en
el cuarto, solo pude ver los muebles, la posición de aquellos que me eran
familiares. También había un aroma a descomposición en la estancia, y esa
noche me desperté gritando.
El sueño, con algunas variaciones y circunstancias, como las que he
mencionado, siguió, con intervalos, por quince años. Algunas veces lo
soñaba durante tres noches seguidas; otras veces, como narré, había
recesos de seis meses, sin embargo, para tomar un promedio, podría decir
que lo soñé tan periódicamente como una vez al mes. El sueño siempre
terminaba en pesadilla, ya que la entrada en el ominoso cuarto me
provocaba cada vez más temor. Había algo, también, una extraña y pavorosa
coherencia sobre ello. Los personajes, como he mencionado, iban
envejeciendo, y la muerte y el matrimonio visitaban a esta silenciosa
familia. Jamás volví a ver en el sueño a Mrs. Stone. Pero siempre era su
voz la que me informaba que el cuarto en la torre estaba preparado para
mí, y tanto la escena estuviera en un té en el jardín, o en cualquiera de
las otras habitaciones de la casa, siempre veía su tumba junto a la puerta
de hierro. Pasaba lo mismo con la hija que se casó; usualmente ella no
estaba presente, pero cada tanto, regresaba acompañada por un hombre, que
supuse sería su marido. Él, al igual que los demás, permanecía siempre en
silencio. Debido a la constante repetición del sueño, le comencé a restar
importancia. Nunca volví a ver a Jack Stone durante todos aquellos años, y
jamás vi ninguna casa que me diera la impresión de parecerse a la temible
casa del sueño. Hasta que algo pasó.
Este año estuve en Londres hasta fines de julio, y durante la primer
semana de agosto me instalé con un amigo en una casa que había rentado por
el verano, en el bosque de Ashdown, en el distrito de Sussex. Partí de
Londres temprano, ya que John Clinton me esperaba en la estación Forest
Row, para ir a jugar al golf, y marchar a su casa por la noche. Él estaba
con su automóvil, y alrededor de las cinco de la tarde, luego de un día
esplendoroso, partimos ya que teníamos que recorrer unas diez millas. Como
llegamos tan temprano, no tuvimos el té en el club, así que esperamos a
llegar a casa. A medida que ibamos por la carretera, el clima, que hasta
el momento estaba si bien cálido, con brisas frescas, comenzó a estancarse
y a darme una sensación de opresión, tal y como la ominosidad que siento
antes de un trueno. John, sin embargo, no compartía mi sensación,
atribuyendo mi pérdida de claridad a que había caído derrotado en el
juego. Los siguientes eventos probaron que yo tenía razón, aunque no creía
que los nubarrones que hubo esa noche fueran la única causa de mi
depresión.
Nuestro camino a través de poco transitadas sendas, me indujo a una
somñolencia y posterior sueño, del que solo desperté cuando John detuvo el
motor del automóvil. Y con súbita emoción, mayormente de temor, pero
también de curiosidad, me encontré parado frente a la puerta de la casa de
mi sueño. Entramos y yo me preguntaba si esto no sería también un sueño,
mientras caminaba a través del vestíbulo con grandes paneles de roble, y
al llegar al jardín, donde el té había sido servido a la sombra de la
casa. Al fondo estaba la pared de ladrillos rojos, con una puerta en ella,
y también estaba el nogal erguido en una parte del césped. La fachada de
la casa era muy larga, y al final de la misma se veía la torre con los
tres pisos, que parecían ser más antigua que el resto de la construcción.
Aquí cesaban todas los parecidos con el sueño tantas veces repetido en mi
mente. No había ninguna silenciosa familia, sino en cambio una gran
asamblea de excitadas y alegres personas, todas las cuales me eran
conocidas. Además no sentía ninguna opresión ni temor, como la que en el
continuo sueño me asaltaba. Sin embargo estaba con mucha curiosidad acerca
de lo que iba a pasar.
El té prosiguió su alegre curso, y en determinado momento Mrs. Clinton se
paró. Y en ese momento yo supe que era lo que me iba a decir. Ella me
habló y me dijo:
"Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto en la torre."
Y por medio segundo, el horror del sueño me atacó de nuevo. Pero esta
aprehensión pasó rápidamente, y de nuevo no sentí más que una intensa
curiosidad. Y no pasó mucho hasta que esta fue totalmente satisfecha.
John se volvió a mí.
"Justo en el techo de la casa," me dijo, "pero creo que estarás cómodo.
Estamos con todas las habitaciones ocupadas. ¿Te gustaría ir a verla
ahora? Por Dios, creo que tenías razón, vamos a tener tormenta eléctrica.
Qué oscuro se está poniendo."
Me levanté y lo seguí. Pasamos a través del vestíbulo, y por la ya
perfectamente familiar escalera. Entonces él abrió la puerta, y entré. Y
en ese momento un terror puramente irracional se apoderó de mí. Y no sabía
a que le temía: simplemente temía. Fue como un recuerdo súbito, cuando uno
recuerda un nombre que hacía tiempo se le había escapado de la memoria, y
supe a que le temía. Le temía a Mrs. Stone, cuya tumba tenía la siniestra
inscripción "En maldita memoria", tantas veces había visto en sueños, casi
sobre el césped que yacía justo bajo mi ventana. Y entonces, una vez más,
el temor se esfumó por completo, a tal punto que me estaba preguntando que
era a lo que temía, y me sentía tranquilo y calmado, en el cuarto de la
torre, el nombre que tantas veces había escuchado en mi sueño, y la escena
que ya me era familiar.
Miré alrededor con cierto derecho de propiedad, y me di cuenta que nada
había sido cambiado del sueño nocturno que conocía tan bien. A la
izquierda de la puerta estaba la cama, longitudinalmente con la pared, con
la cabeza apuntando al ángulo. Alineada a la misma estaba la chimenea y un
pequeño armario de libros; opuesta a la puerta, la otra pared estaba
atravesada por dos ventanas enrejadas. Entre las mismas había una mesa de
tocador, en tanto que alineada con la cuarta pared había una cubeta para
lavarse. Mi equipaje ya había sido desempacado, ya que mis prendas estaban
ordenadas sobre el cobertor de la cama. Y entonces, con un súbito e
inexplicado desfallecimiento, vi que había dos objetos conspicuos que no
había visto antes en mi sueño: uno era una gran pintura al óleo de Mrs.
Stone, y el otro era un dibujo en blanco y negro de Jack Stone,
representándole tal y como se me apareció en la última serie de estos
sueños recurrentes que había tenido la pasada semana, un hombre de unos
treinta años con apariencia maligna. Su retrato colgaba entre las
ventanas, mirando derecho a través de la habitación hacia el otro cuadro,
que colgaba a un costado de la cama. Y nuevamente volví a experimentar el
horror de la pesadilla que me atenazaba.
Representaba a Mrs. Stone como la había visto por última vez en mi sueño:
vieja con el cabello encanecido. Pero en vez de la evidente debilidad del
cuerpo, la pintura mostraba una espeluznante exuberancia y la vitalidad
brillaba a través de la cobertura de la carne, una exuberancia por
completo maligna, una vitalidad que burbujeaba con inimaginable maldad. El
mal resplandecía desde esos angostos ojos; y en su boca tenía una sonrisa
demoníaca. El rostro entero estaba llevado por una horrorosa y
sobrecogedora hilaridad; las manos, una encima de la otra sobre la
rodilla, parecían conmocionadas con una inenarrable jovialidad. Entonces
vi la firma del cuadro, en la esquina inferior izquierda, y, preguntándome
quien habría sido el artista, me acerqué más para poder echar un vistazo,
y leí la inscripción: "Julia Stone por Julia Stone."
Hubo un golpe en la puerta, y John Clinton entró.
"¿Necesitas algo más?" me preguntó.
"Mucho menos que lo que tengo," dije, apuntando al retrato.
Se rió.
"Una vieja y severa señora," dijo, "de cualquier manera, ella no puede
estar muy halagada."
"¿Pero, no lo vés?" cuestioné. "Apenas es un rostro humano. Es la cara de
alguna bruja o algún demonio."
Él miró el cuadro de más de cerca.
"Si, no es muy agradable," dijo. "Al lado de la cama, ¿eh? Si; me imagino
la pesadilla que voy a tener si llego a dormir con esto tan cerca de mi
cama. Lo bajaré si quieres."
"Realmente deseo que lo hagas," dije. Él tocó la campana, y con la ayuda
de un sirviente, removimos el retrato y este fue llevado fuera, al
pasillo, y puesto el rostro contra la pared.
"Por Dios, la vieja señora es bastante pesada," dijo John, secándose la
frente. "Me pregunto si ella tendría algo en mente."
El extraordinario peso del cuadro también me había molido. Estaba a punto
de replicar, cuando me miré la mano. Había una considerable cantidad de
sangre, que me cubría toda la mano.
"Me corté con algo," dije.
John pegó una pequeña exclamación.
"¿Cómo puede ser? Yo también," dijo.
Simultáneamente el sirviente sacó su pañuelo y le vendó la mano. Vi que
también la mano del lacayo estaba sangrando.
John y yo salimos del cuarto y fuimos a enjuagarnos la sangre; pero ni en
su mano ni en la mía había rastros del menor raspón. Me pareció que,
habiéndonos cerciorado de ello, ambos, por una especie de tácito
consentimiento, no nos referimos al hecho de nuevo. En mi caso, algo se me
había ocurrido y no deseaba pensar sobre ello. Era solo una conjetura,
pero supuse que la misma cosa le había ocurrido a él.
El calor y la opresión del aire, por la tormenta que esperábamos y que aún
no se había desencadenado, se incrementó mucho luego de la cena, y luego
la concurrencia, entre los que nos contábamos John Clinton y yo, nos
sentamos fuera, en el jardín, donde habíamos tomado el té. La noche estaba
absolutamente oscura, y no había estrellas o luna que pudiera penetrar el
paño mortuorio que opacaba el cielo. Paulatinamente, nuestra reunión se
fue despejando, las mujeres se fueron retirando a dormir, los hombres se
dispersaron hacia el salón de fumar o al cuarto del billar, y a eso de las
once de la noche mi anfitrión y yo quedamos solos. Toda la noche estuve
cavilando que él tendría algo en mente, y en cuanto estuvimos solos, habló.
"El hombre que nos ayudó a cargar el cuadro, tenía sangre en su mano, ¿lo
notaste?" dijo.
"Le pregunté había sido él quien se había cortado, y me dijo que supuso
que sí, pero al final no pudo encontrarse ninguna herida. Ahora bien, ¿de
dónde provino la sangre?"
De golpe al decirme esto, echaba por tierra todos mis propósitos de no
acordarme del tema, especialmente justo antes de ir a dormir.
"No lo se," dije, "y realmente no quiero averiguarlo en tanto que el
cuadro de Mrs. Stone no esté cerca de mi cama."
Él se paró.
"Pero es raro," dijo. "¡Ha! Ahora verás otra cosa extraña."
Su perro, un terrier irlandés de raza, había salido de la casa cuando
estábamos hablando. La puerta detrás nuestra, hacia el vestíbulo, estaba
abierta, y una luz iluminaba el jardín hasta la puerta de hierro que daba
afuera, donde el nogal estaba plantado. Vi que el perro estaba encrispado
y con todos sus pelos erizados, sus labios doblados hacia afuera de su
dentadura, como si estuviera listo para brincar sobre algo, gruñiendo
solo. Fue como no se diera cuenta de la presencia de su amo o la mía, y se
quedó tensamente dando vueltas en torno al césped frente a la puerta.
Luego se detuvo por un momento, mirando a través de los barrotes, aunque
continuó gruñendo. Después pareció como si su coraje lo abandonara: pegó
un largo aullido, y corrió de nuevo a la casa con un curioso paso.
"Lo hace una media docena de veces por día." dijo John. "Parece que ve
algo que odia y teme."
Caminé hacia la puerta y miré a través de ella. Algo se movía fuera, entre
las matas de pasto, y pronto llegó a mis oídos un sonido que no pude
identificar inmediatamente. Luego recordé que era: el ronroneo de un gato.
Prendí una linterna y vi que era lo que ronroneaba: un gran gato persa que
daba vueltas alrededor de un pequeño círculo frente a la puerta, con la
cola flameando como una bandera. Sus ojos estaban brillantes, y a cada
rato bajaba su cabeza y olisqueaba el césped.
Me reí.
"El fin del misterio, me temo." Dije. "Aquí está este gato enorme, el
origen de todas las noches de Walpurgis."
"Si, este es Darius," dijo John. "Se pasa medio día y el resto de la noche
ahí. Pero este no es el fin del misterio del perro, ya que Toby y él son
los mejores amigos. Aquí comienza el misterio del gato. ¿Qué es lo que
hace ahí? ¿Y porqué Darius está complacido y Toby aterrorizado?"
En ese momento recordé aquel horrible detalle en mi sueño, cuando veía la
puerta, justo donde el gato estaba ahora, la blanca lápida con la
siniestra inscripción. Pero antes que pudiera responder a mi pregunta,
comenzó el aguacero, súbita e intempestivamente, como si se hubiera
destapado el cielo, y simultáneamente el gran gato saltó a través de las
rejas de la puerta de hierro, y corrió por el jardín hasta la casa en
busca de refugio. Luego se sentó en el portal y se quedó mirando
ansiosamente a la oscuridad.
De alguna manera, con el retrato de Julia Stone fuera, en el pasillo, el
cuarto en la torre no me alarmaba en absoluto, y cuando fui a la cama, me
sentía con mucho sueño y cansancio. No sentía más que curiosidad por el
incidente de las manos manchadas de sangre, y por la conducta del gato y
del perro. La última cosa que vi antes de apagar la luz fue el rectángulo
de espacio vacío, a un lado de mi cama, donde había estado el retrato. En
esa porción el empapelado poseía su tinte original, que era rojo: sobre el
resto de las paredes este color se había desgastado. Luego apagué mi vela
y quede dormido casi instantáneamente.
Mi despertar fue igual de instantáneo, y me senté recto sobre la cama bajo
la impresión fuerte que una luz brillante me había alumbrado la cara, a
pesar que estaba todo muy oscuro. Sabía perfectamente en donde estaba, en
el cuarto que tantas veces había temido en sueños, pero ningún horror que
hubiera sentido en sueños se comparaba al que ahora me atenazaba y
congelaba mi mente. Inmediatamente después el bramido de un trueno sacudió
toda la casa, pero la probabilidad que esto hubiera sido el origen de la
luz que me despertó no fue consuelo para mi agitado corazón. Sabía que
había algo más, conmigo, en la habitación, e instintivamente saqué mi mano
derecha, que era la que estaba más cercana a la pared, y palpé el borde de
un marco, como de un cuadro, colgando cerca mío.
Salté de la cama, volcando la mesita de luz, y escuché mi reloj, vela y
fósforos cayendo contra el piso. Pero por el momento, no había necesidad
de luces, ya que otro enceguecedor relámpago iluminó la estancia y me
mostró que sobre mi cama colgaba de nuevo el cuadro de Mrs. Stone. Otra
vez el cuarto quedó sumido en la penumbra. Pero en este relámpago pude ver
otra cosa, particularmente una figura que estaba apoyada a los pies de la
cama, que me miraba. Estaba vestida con una suerte de vestimenta
blanquecina, manchada con musgo, y su rostro era el del retrato.
Más arriba, bramió el trueno y cuando cesó y regresó la mortal quietud,
escuché un susurro como de movimiento, que se me acercaba, más y más,
horriblemente, percibiendo al mismo tiempo un olor a corrupción y
putrefacción. Entonces una mano se colocó a un lado de mi cuello, y muy
cerca de mi oído pude escuchar una ansiosa y acelerada respiración. Y supe
que esa cosa, a pesar que podía ser percibida por el tacto, el olfato, la
vista y el oído, no era de este mundo, sino que era algo había podido
transponer al cuerpo y que tenía el poder de manifestarse a sí misma.
Entonces una voz, que ya me era familiar, se dejó oir:
thing, though it could be perceived by touch, by smell, by eye and by ear,
was still not of this earth, but something that had passed out of the body
and had power to make itself manifest. Then a voice, already familiar to
me, spoke.
"Supe que vendrías al cuarto en la torre," dijo. "Te he estado esperando
por mucho tiempo. Al final has venido. Esta noche cenaré; en breve
cenaremos juntos."
Y la respiración entrecortada se acercó un poco más; la podía sentir sobre
mi cuello.
Y este terror, que yo creía me había paralizado por el momento, derivó en
un salvaje instinto de auto preservación. Manoteé el aire salvajemente con
ambos brazos, pateé al mismo momento, y escuché un chirrido bestial, y
algo blando cayó frente mío con un ruido sordo. Di unos pasos hacia
adelante, esquivando lo que fuera que yacía ahí, y por casualidad encontré
el picaporte de la puerta. Al siguiente instante salté al pasillo, y azoté
estrepitósamente la puerta tras mío. Casi al mismo momento escuché una
puerta que se abría en algún sitio, abajo, y John Clinton, candelabro en
mano, acudió corriendo escaleras arriba.
"¿Qué pasa?" preguntó. "Dormía justo aquí abajo, y escuché ruidos como
sí... Dios santo, hay sangre en tu hombro."
Me quedé parado ahí, según me contó después, moviéndome de un lado a otro,
pálido como una hoja de papel, con la marca sobre mi hombro como si una
mano cubierta de sangre se hubiera apoyado ahí mismo.
"Está ahí dentro," dije, apuntando. "Ella, tu sabes. El retrato está
dentro, también, colgando del mismo lugar de donde lo sacamos."
A esto contestó con una sonrisa.
"Mi querido amigo, esta ha sido meramente una pesadilla," me contestó.
Abrió la puerta, y yo quedé parado inerte, presa del terror, incapaz de
detenerlo, incapaz de moverme.
"¡Phew! Huele horrible," dijo.
Luego hubo un silencio; desapareció de mi vista. Al siguiente momento
salió tan pálido como estaba yo mismo, y cerró rápidamente.
"Sí, el cuadro está ahí," dijo, "y sobre el piso hay una cosa, una cosa
manchada de barro, como las que hay en los sepulcros. Vamos, rápido,
vámonos de aquí."
Como bajamos las escaleras difícilmente lo supe. Un estremecimiento y unas
náuseas más espirituales que carnales me apresaron, y más de una vez él me
tuvo que ayudar a poner el pie en el escalón, mientras a cada momento
echaba miradas de terror y aprehensión hacia atrás. Pero al final, cuando
llegamos a su habitación, en el piso de abajo, le conté todo lo que aquí
he descripto.
La segunda puede ser corta, ciertamente como muchos de mis lectores quizás
ya lo hayan adivinado, si recuerdan el inexplicable asunto de la iglesia
en West Fawley, hace unos ocho años atrás, donde se en tres oportunidades
se trató de enterrar el cuerpo de cierta mujer que se había suicidado. En
cada ocasión el ataúd fue encontrado salido de su sitio, como emergiendo
del suelo. Luego del tercer intento, con el objetivo de que la cosa no
trascendiera, el cuerpo fue incinerado en algún lugar sobre tierra no
consagrada. ¿Y dónde había sido enterrado? Justamente frente a la puerta
de hierras del jardín de la misma casa en que la mujer había vivido. Ella
se había suicidado en el cuarto superior de la torre, su nombre era Julia
Stone.
Subsecuentemente el cuerpo fue desenterrado en secreto, y el ataúd fue
hallado repleto de sangre
Inexplicablemente, con sus palabras, el alma se me fue al piso. Me sentí
si ya hubiera conocido el cuarto en la torre, y como que allí había algo
espantoso. Jack se paró instantáneamente, y yo comprendí que tenía que
seguirlo. En silencio pasamos a través del vestíbulo, y subimos una gran
escalera de roble, con muchas esquinas, llegando por fin a un pequeño
pasillo con dos puertas. Él abrió una de las puertas para mí, y yo entré,
luego de lo cuál, él la cerró. Fue entonces que me di cuenta que la
anterior conjetura estaba correcta: había algo desagradable en la
estancia, y con el terror de la pesadilla que me envolvía, desperté en
espasmos de pánico.
Este mismo sueño, o variaciones del mismo, fue el que experimenté con
intermitencias, durante quince años. Muy a menudo sucedía exactamente de
esta manera: el arribo, el té en el jardín, el silencio mortal quebrado
por una sentencia mortal, la subida con Jack Stone hacia el cuarto en la
torre, donde estaba el horror, y, al final, siempre llegaba a acercarme al
terror, aunque nunca pude ver que era con exactitud. Otras veces
experimentaba variaciones sobre el mismo tema. Ocasionalmente era que
estábamos sentados a una mesa, la misma que se veía a través de la ventana
por el jardín. Sin embargo el silencio sepulcral era siempre el mismo, la
misma sensación de opresión y aburrimiento. Y el silencio siempre era roto
por Mrs. Stone que me decía: "Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto
de la torre." Luego de esto (esto era invariable), tenía que seguir a Jack
a través de la escalera de roble, con muchas esquinas y entrar en ese
mismo lugar, que cada vez odiaba más y más. O, de nuevo, podía ser que
estaba jugando a las cartas en un cuarto con inmensos candelabros, los que
daban una iluminación lúgubre. Qué juego era, no tenía idea; lo que si
recuerdo, con una sensación de miserable anticipación, que es que pronto
Mrs. Stone se pararía y me diría su "Jack te mostrará tu cuarto: te di el
cuarto en la torre". Esta estancia donde jugábamos a las cartas era la
habitación siguiente del comedor, y siempre estaba iluminado, aunque el
resto de la casa permanecía siempre en penumbras. Y aún, a pesar de estos
bouquets de luces, no podía darme cuenta de las cartas que me habían
tocado, ya que por alguna razón no podía distinguirlas. Sus diseños,
también, me eran extraños: no había colores rojos, sino que todas eran
negras, y entre ellas había ciertas cartas que eran todas negras. Odiaba y
temía aquello.
A medida que el sueño se hacía recurrente, iba conociendo la mayor parte
de la casa. Más allá del cuarto de juegos, al final de un pasillo tras una
puerta revestida de paño verde, había un salón de fumar. A los personajes
que poblaban este sueño también le pasaban curiosos acontecimientos, como
si fueran gente viva. Mrs. Stone, por ejemplo, que, cuando la vi por
primera vez, tenía cabello oscuro, se había encanecido, y su voz, al
principio enérgica, se había debilitado, como si la fuerza abandora sus
labios. Jack también creció, y se convirtió en un tipo enfermizo, con un
bigote marrón, mientras una de sus hermanas dejó de aparecer, y comprendí
al tiempo que se había casado.
En un momento pasó que no tuve este sueño por un lapso de unos seis meses
o un poco más, y comencé a esperar, inexplicablemente, que lo había
superado, y que se había ido para siempre. Pero una noche, luego de este
intervalo, nuevamente regresé al jardín del té, y Mrs. Stone ya no estaba
allí, mientras todos los demás estaban vestidos de negro. Al momento
adiviné la razón, y mi corazón dio un brinco, ya que tal vez en esta
ocasión, no tendría que ir a dormir al cuarto de la torre. Como era usual,
todos estaban sentados en silencio, pero en esta ocasión, el sentimiento
de alivio me hizo hablar y reír como nunca antes lo había hecho. Pero los
demás no se sentían igual, ya que nadie habló, limitándose a mirarse entre
ellos en forma furtiva. Y cuando el raudal de mi conversación enmudeció,
paulatinamente me fue asaltando una aprehensión peor que cualquier otra
que previamente hubiera experimentado en aquella casa, hasta que la luz se
extinguió.
Súbitamente una voz rompió la quietud, era la voz de Mrs. Stone, diciendo:
"Jack te mostrará tu habitación: te di el cuarto en la torre." Pareció
como si surgiera desde algún lugar cercano a la puerta de hierro en la
pared de ladrillos rojizos, y mirando hacia allí, vi entre la hierba la
presencia de unas tumbas. Una curiosa luz gris emanaba de cada sepulcro, y
pude leer el epitafio de la lápida más cercana, que decía: "En maldita
memoria de Julia Stone." Y como era usual, Jack se levantó, y nuevamente
lo seguí a través del vestíbulo y por la escalera con muchas esquinas. En
esta ocasión todo estaba mucho más oscuro que lo habitual, y al entrar en
el cuarto, solo pude ver los muebles, la posición de aquellos que me eran
familiares. También había un aroma a descomposición en la estancia, y esa
noche me desperté gritando.
El sueño, con algunas variaciones y circunstancias, como las que he
mencionado, siguió, con intervalos, por quince años. Algunas veces lo
soñaba durante tres noches seguidas; otras veces, como narré, había
recesos de seis meses, sin embargo, para tomar un promedio, podría decir
que lo soñé tan periódicamente como una vez al mes. El sueño siempre
terminaba en pesadilla, ya que la entrada en el ominoso cuarto me
provocaba cada vez más temor. Había algo, también, una extraña y pavorosa
coherencia sobre ello. Los personajes, como he mencionado, iban
envejeciendo, y la muerte y el matrimonio visitaban a esta silenciosa
familia. Jamás volví a ver en el sueño a Mrs. Stone. Pero siempre era su
voz la que me informaba que el cuarto en la torre estaba preparado para
mí, y tanto la escena estuviera en un té en el jardín, o en cualquiera de
las otras habitaciones de la casa, siempre veía su tumba junto a la puerta
de hierro. Pasaba lo mismo con la hija que se casó; usualmente ella no
estaba presente, pero cada tanto, regresaba acompañada por un hombre, que
supuse sería su marido. Él, al igual que los demás, permanecía siempre en
silencio. Debido a la constante repetición del sueño, le comencé a restar
importancia. Nunca volví a ver a Jack Stone durante todos aquellos años, y
jamás vi ninguna casa que me diera la impresión de parecerse a la temible
casa del sueño. Hasta que algo pasó.
Este año estuve en Londres hasta fines de julio, y durante la primer
semana de agosto me instalé con un amigo en una casa que había rentado por
el verano, en el bosque de Ashdown, en el distrito de Sussex. Partí de
Londres temprano, ya que John Clinton me esperaba en la estación Forest
Row, para ir a jugar al golf, y marchar a su casa por la noche. Él estaba
con su automóvil, y alrededor de las cinco de la tarde, luego de un día
esplendoroso, partimos ya que teníamos que recorrer unas diez millas. Como
llegamos tan temprano, no tuvimos el té en el club, así que esperamos a
llegar a casa. A medida que ibamos por la carretera, el clima, que hasta
el momento estaba si bien cálido, con brisas frescas, comenzó a estancarse
y a darme una sensación de opresión, tal y como la ominosidad que siento
antes de un trueno. John, sin embargo, no compartía mi sensación,
atribuyendo mi pérdida de claridad a que había caído derrotado en el
juego. Los siguientes eventos probaron que yo tenía razón, aunque no creía
que los nubarrones que hubo esa noche fueran la única causa de mi
depresión.
Nuestro camino a través de poco transitadas sendas, me indujo a una
somñolencia y posterior sueño, del que solo desperté cuando John detuvo el
motor del automóvil. Y con súbita emoción, mayormente de temor, pero
también de curiosidad, me encontré parado frente a la puerta de la casa de
mi sueño. Entramos y yo me preguntaba si esto no sería también un sueño,
mientras caminaba a través del vestíbulo con grandes paneles de roble, y
al llegar al jardín, donde el té había sido servido a la sombra de la
casa. Al fondo estaba la pared de ladrillos rojos, con una puerta en ella,
y también estaba el nogal erguido en una parte del césped. La fachada de
la casa era muy larga, y al final de la misma se veía la torre con los
tres pisos, que parecían ser más antigua que el resto de la construcción.
Aquí cesaban todas los parecidos con el sueño tantas veces repetido en mi
mente. No había ninguna silenciosa familia, sino en cambio una gran
asamblea de excitadas y alegres personas, todas las cuales me eran
conocidas. Además no sentía ninguna opresión ni temor, como la que en el
continuo sueño me asaltaba. Sin embargo estaba con mucha curiosidad acerca
de lo que iba a pasar.
El té prosiguió su alegre curso, y en determinado momento Mrs. Clinton se
paró. Y en ese momento yo supe que era lo que me iba a decir. Ella me
habló y me dijo:
"Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto en la torre."
Y por medio segundo, el horror del sueño me atacó de nuevo. Pero esta
aprehensión pasó rápidamente, y de nuevo no sentí más que una intensa
curiosidad. Y no pasó mucho hasta que esta fue totalmente satisfecha.
John se volvió a mí.
"Justo en el techo de la casa," me dijo, "pero creo que estarás cómodo.
Estamos con todas las habitaciones ocupadas. ¿Te gustaría ir a verla
ahora? Por Dios, creo que tenías razón, vamos a tener tormenta eléctrica.
Qué oscuro se está poniendo."
Me levanté y lo seguí. Pasamos a través del vestíbulo, y por la ya
perfectamente familiar escalera. Entonces él abrió la puerta, y entré. Y
en ese momento un terror puramente irracional se apoderó de mí. Y no sabía
a que le temía: simplemente temía. Fue como un recuerdo súbito, cuando uno
recuerda un nombre que hacía tiempo se le había escapado de la memoria, y
supe a que le temía. Le temía a Mrs. Stone, cuya tumba tenía la siniestra
inscripción "En maldita memoria", tantas veces había visto en sueños, casi
sobre el césped que yacía justo bajo mi ventana. Y entonces, una vez más,
el temor se esfumó por completo, a tal punto que me estaba preguntando que
era a lo que temía, y me sentía tranquilo y calmado, en el cuarto de la
torre, el nombre que tantas veces había escuchado en mi sueño, y la escena
que ya me era familiar.
Miré alrededor con cierto derecho de propiedad, y me di cuenta que nada
había sido cambiado del sueño nocturno que conocía tan bien. A la
izquierda de la puerta estaba la cama, longitudinalmente con la pared, con
la cabeza apuntando al ángulo. Alineada a la misma estaba la chimenea y un
pequeño armario de libros; opuesta a la puerta, la otra pared estaba
atravesada por dos ventanas enrejadas. Entre las mismas había una mesa de
tocador, en tanto que alineada con la cuarta pared había una cubeta para
lavarse. Mi equipaje ya había sido desempacado, ya que mis prendas estaban
ordenadas sobre el cobertor de la cama. Y entonces, con un súbito e
inexplicado desfallecimiento, vi que había dos objetos conspicuos que no
había visto antes en mi sueño: uno era una gran pintura al óleo de Mrs.
Stone, y el otro era un dibujo en blanco y negro de Jack Stone,
representándole tal y como se me apareció en la última serie de estos
sueños recurrentes que había tenido la pasada semana, un hombre de unos
treinta años con apariencia maligna. Su retrato colgaba entre las
ventanas, mirando derecho a través de la habitación hacia el otro cuadro,
que colgaba a un costado de la cama. Y nuevamente volví a experimentar el
horror de la pesadilla que me atenazaba.
Representaba a Mrs. Stone como la había visto por última vez en mi sueño:
vieja con el cabello encanecido. Pero en vez de la evidente debilidad del
cuerpo, la pintura mostraba una espeluznante exuberancia y la vitalidad
brillaba a través de la cobertura de la carne, una exuberancia por
completo maligna, una vitalidad que burbujeaba con inimaginable maldad. El
mal resplandecía desde esos angostos ojos; y en su boca tenía una sonrisa
demoníaca. El rostro entero estaba llevado por una horrorosa y
sobrecogedora hilaridad; las manos, una encima de la otra sobre la
rodilla, parecían conmocionadas con una inenarrable jovialidad. Entonces
vi la firma del cuadro, en la esquina inferior izquierda, y, preguntándome
quien habría sido el artista, me acerqué más para poder echar un vistazo,
y leí la inscripción: "Julia Stone por Julia Stone."
Hubo un golpe en la puerta, y John Clinton entró.
"¿Necesitas algo más?" me preguntó.
"Mucho menos que lo que tengo," dije, apuntando al retrato.
Se rió.
"Una vieja y severa señora," dijo, "de cualquier manera, ella no puede
estar muy halagada."
"¿Pero, no lo vés?" cuestioné. "Apenas es un rostro humano. Es la cara de
alguna bruja o algún demonio."
Él miró el cuadro de más de cerca.
"Si, no es muy agradable," dijo. "Al lado de la cama, ¿eh? Si; me imagino
la pesadilla que voy a tener si llego a dormir con esto tan cerca de mi
cama. Lo bajaré si quieres."
"Realmente deseo que lo hagas," dije. Él tocó la campana, y con la ayuda
de un sirviente, removimos el retrato y este fue llevado fuera, al
pasillo, y puesto el rostro contra la pared.
"Por Dios, la vieja señora es bastante pesada," dijo John, secándose la
frente. "Me pregunto si ella tendría algo en mente."
El extraordinario peso del cuadro también me había molido. Estaba a punto
de replicar, cuando me miré la mano. Había una considerable cantidad de
sangre, que me cubría toda la mano.
"Me corté con algo," dije.
John pegó una pequeña exclamación.
"¿Cómo puede ser? Yo también," dijo.
Simultáneamente el sirviente sacó su pañuelo y le vendó la mano. Vi que
también la mano del lacayo estaba sangrando.
John y yo salimos del cuarto y fuimos a enjuagarnos la sangre; pero ni en
su mano ni en la mía había rastros del menor raspón. Me pareció que,
habiéndonos cerciorado de ello, ambos, por una especie de tácito
consentimiento, no nos referimos al hecho de nuevo. En mi caso, algo se me
había ocurrido y no deseaba pensar sobre ello. Era solo una conjetura,
pero supuse que la misma cosa le había ocurrido a él.
El calor y la opresión del aire, por la tormenta que esperábamos y que aún
no se había desencadenado, se incrementó mucho luego de la cena, y luego
la concurrencia, entre los que nos contábamos John Clinton y yo, nos
sentamos fuera, en el jardín, donde habíamos tomado el té. La noche estaba
absolutamente oscura, y no había estrellas o luna que pudiera penetrar el
paño mortuorio que opacaba el cielo. Paulatinamente, nuestra reunión se
fue despejando, las mujeres se fueron retirando a dormir, los hombres se
dispersaron hacia el salón de fumar o al cuarto del billar, y a eso de las
once de la noche mi anfitrión y yo quedamos solos. Toda la noche estuve
cavilando que él tendría algo en mente, y en cuanto estuvimos solos, habló.
"El hombre que nos ayudó a cargar el cuadro, tenía sangre en su mano, ¿lo
notaste?" dijo.
"Le pregunté había sido él quien se había cortado, y me dijo que supuso
que sí, pero al final no pudo encontrarse ninguna herida. Ahora bien, ¿de
dónde provino la sangre?"
De golpe al decirme esto, echaba por tierra todos mis propósitos de no
acordarme del tema, especialmente justo antes de ir a dormir.
"No lo se," dije, "y realmente no quiero averiguarlo en tanto que el
cuadro de Mrs. Stone no esté cerca de mi cama."
Él se paró.
"Pero es raro," dijo. "¡Ha! Ahora verás otra cosa extraña."
Su perro, un terrier irlandés de raza, había salido de la casa cuando
estábamos hablando. La puerta detrás nuestra, hacia el vestíbulo, estaba
abierta, y una luz iluminaba el jardín hasta la puerta de hierro que daba
afuera, donde el nogal estaba plantado. Vi que el perro estaba encrispado
y con todos sus pelos erizados, sus labios doblados hacia afuera de su
dentadura, como si estuviera listo para brincar sobre algo, gruñiendo
solo. Fue como no se diera cuenta de la presencia de su amo o la mía, y se
quedó tensamente dando vueltas en torno al césped frente a la puerta.
Luego se detuvo por un momento, mirando a través de los barrotes, aunque
continuó gruñendo. Después pareció como si su coraje lo abandonara: pegó
un largo aullido, y corrió de nuevo a la casa con un curioso paso.
"Lo hace una media docena de veces por día." dijo John. "Parece que ve
algo que odia y teme."
Caminé hacia la puerta y miré a través de ella. Algo se movía fuera, entre
las matas de pasto, y pronto llegó a mis oídos un sonido que no pude
identificar inmediatamente. Luego recordé que era: el ronroneo de un gato.
Prendí una linterna y vi que era lo que ronroneaba: un gran gato persa que
daba vueltas alrededor de un pequeño círculo frente a la puerta, con la
cola flameando como una bandera. Sus ojos estaban brillantes, y a cada
rato bajaba su cabeza y olisqueaba el césped.
Me reí.
"El fin del misterio, me temo." Dije. "Aquí está este gato enorme, el
origen de todas las noches de Walpurgis."
"Si, este es Darius," dijo John. "Se pasa medio día y el resto de la noche
ahí. Pero este no es el fin del misterio del perro, ya que Toby y él son
los mejores amigos. Aquí comienza el misterio del gato. ¿Qué es lo que
hace ahí? ¿Y porqué Darius está complacido y Toby aterrorizado?"
En ese momento recordé aquel horrible detalle en mi sueño, cuando veía la
puerta, justo donde el gato estaba ahora, la blanca lápida con la
siniestra inscripción. Pero antes que pudiera responder a mi pregunta,
comenzó el aguacero, súbita e intempestivamente, como si se hubiera
destapado el cielo, y simultáneamente el gran gato saltó a través de las
rejas de la puerta de hierro, y corrió por el jardín hasta la casa en
busca de refugio. Luego se sentó en el portal y se quedó mirando
ansiosamente a la oscuridad.
De alguna manera, con el retrato de Julia Stone fuera, en el pasillo, el
cuarto en la torre no me alarmaba en absoluto, y cuando fui a la cama, me
sentía con mucho sueño y cansancio. No sentía más que curiosidad por el
incidente de las manos manchadas de sangre, y por la conducta del gato y
del perro. La última cosa que vi antes de apagar la luz fue el rectángulo
de espacio vacío, a un lado de mi cama, donde había estado el retrato. En
esa porción el empapelado poseía su tinte original, que era rojo: sobre el
resto de las paredes este color se había desgastado. Luego apagué mi vela
y quede dormido casi instantáneamente.
Mi despertar fue igual de instantáneo, y me senté recto sobre la cama bajo
la impresión fuerte que una luz brillante me había alumbrado la cara, a
pesar que estaba todo muy oscuro. Sabía perfectamente en donde estaba, en
el cuarto que tantas veces había temido en sueños, pero ningún horror que
hubiera sentido en sueños se comparaba al que ahora me atenazaba y
congelaba mi mente. Inmediatamente después el bramido de un trueno sacudió
toda la casa, pero la probabilidad que esto hubiera sido el origen de la
luz que me despertó no fue consuelo para mi agitado corazón. Sabía que
había algo más, conmigo, en la habitación, e instintivamente saqué mi mano
derecha, que era la que estaba más cercana a la pared, y palpé el borde de
un marco, como de un cuadro, colgando cerca mío.
Salté de la cama, volcando la mesita de luz, y escuché mi reloj, vela y
fósforos cayendo contra el piso. Pero por el momento, no había necesidad
de luces, ya que otro enceguecedor relámpago iluminó la estancia y me
mostró que sobre mi cama colgaba de nuevo el cuadro de Mrs. Stone. Otra
vez el cuarto quedó sumido en la penumbra. Pero en este relámpago pude ver
otra cosa, particularmente una figura que estaba apoyada a los pies de la
cama, que me miraba. Estaba vestida con una suerte de vestimenta
blanquecina, manchada con musgo, y su rostro era el del retrato.
Más arriba, bramió el trueno y cuando cesó y regresó la mortal quietud,
escuché un susurro como de movimiento, que se me acercaba, más y más,
horriblemente, percibiendo al mismo tiempo un olor a corrupción y
putrefacción. Entonces una mano se colocó a un lado de mi cuello, y muy
cerca de mi oído pude escuchar una ansiosa y acelerada respiración. Y supe
que esa cosa, a pesar que podía ser percibida por el tacto, el olfato, la
vista y el oído, no era de este mundo, sino que era algo había podido
transponer al cuerpo y que tenía el poder de manifestarse a sí misma.
Entonces una voz, que ya me era familiar, se dejó oir:
thing, though it could be perceived by touch, by smell, by eye and by ear,
was still not of this earth, but something that had passed out of the body
and had power to make itself manifest. Then a voice, already familiar to
me, spoke.
"Supe que vendrías al cuarto en la torre," dijo. "Te he estado esperando
por mucho tiempo. Al final has venido. Esta noche cenaré; en breve
cenaremos juntos."
Y la respiración entrecortada se acercó un poco más; la podía sentir sobre
mi cuello.
Y este terror, que yo creía me había paralizado por el momento, derivó en
un salvaje instinto de auto preservación. Manoteé el aire salvajemente con
ambos brazos, pateé al mismo momento, y escuché un chirrido bestial, y
algo blando cayó frente mío con un ruido sordo. Di unos pasos hacia
adelante, esquivando lo que fuera que yacía ahí, y por casualidad encontré
el picaporte de la puerta. Al siguiente instante salté al pasillo, y azoté
estrepitósamente la puerta tras mío. Casi al mismo momento escuché una
puerta que se abría en algún sitio, abajo, y John Clinton, candelabro en
mano, acudió corriendo escaleras arriba.
"¿Qué pasa?" preguntó. "Dormía justo aquí abajo, y escuché ruidos como
sí... Dios santo, hay sangre en tu hombro."
Me quedé parado ahí, según me contó después, moviéndome de un lado a otro,
pálido como una hoja de papel, con la marca sobre mi hombro como si una
mano cubierta de sangre se hubiera apoyado ahí mismo.
"Está ahí dentro," dije, apuntando. "Ella, tu sabes. El retrato está
dentro, también, colgando del mismo lugar de donde lo sacamos."
A esto contestó con una sonrisa.
"Mi querido amigo, esta ha sido meramente una pesadilla," me contestó.
Abrió la puerta, y yo quedé parado inerte, presa del terror, incapaz de
detenerlo, incapaz de moverme.
"¡Phew! Huele horrible," dijo.
Luego hubo un silencio; desapareció de mi vista. Al siguiente momento
salió tan pálido como estaba yo mismo, y cerró rápidamente.
"Sí, el cuadro está ahí," dijo, "y sobre el piso hay una cosa, una cosa
manchada de barro, como las que hay en los sepulcros. Vamos, rápido,
vámonos de aquí."
Como bajamos las escaleras difícilmente lo supe. Un estremecimiento y unas
náuseas más espirituales que carnales me apresaron, y más de una vez él me
tuvo que ayudar a poner el pie en el escalón, mientras a cada momento
echaba miradas de terror y aprehensión hacia atrás. Pero al final, cuando
llegamos a su habitación, en el piso de abajo, le conté todo lo que aquí
he descripto.
La segunda puede ser corta, ciertamente como muchos de mis lectores quizás
ya lo hayan adivinado, si recuerdan el inexplicable asunto de la iglesia
en West Fawley, hace unos ocho años atrás, donde se en tres oportunidades
se trató de enterrar el cuerpo de cierta mujer que se había suicidado. En
cada ocasión el ataúd fue encontrado salido de su sitio, como emergiendo
del suelo. Luego del tercer intento, con el objetivo de que la cosa no
trascendiera, el cuerpo fue incinerado en algún lugar sobre tierra no
consagrada. ¿Y dónde había sido enterrado? Justamente frente a la puerta
de hierras del jardín de la misma casa en que la mujer había vivido. Ella
se había suicidado en el cuarto superior de la torre, su nombre era Julia
Stone.
Subsecuentemente el cuerpo fue desenterrado en secreto, y el ataúd fue
hallado repleto de sangre
Inexplicablemente, con sus palabras, el alma se me fue al piso. Me sentí
si ya hubiera conocido el cuarto en la torre, y como que allí había algo
espantoso. Jack se paró instantáneamente, y yo comprendí que tenía que
seguirlo. En silencio pasamos a través del vestíbulo, y subimos una gran
escalera de roble, con muchas esquinas, llegando por fin a un pequeño
pasillo con dos puertas. Él abrió una de las puertas para mí, y yo entré,
luego de lo cuál, él la cerró. Fue entonces que me di cuenta que la
anterior conjetura estaba correcta: había algo desagradable en la
estancia, y con el terror de la pesadilla que me envolvía, desperté en
espasmos de pánico.
Este mismo sueño, o variaciones del mismo, fue el que experimenté con
intermitencias, durante quince años. Muy a menudo sucedía exactamente de
esta manera: el arribo, el té en el jardín, el silencio mortal quebrado
por una sentencia mortal, la subida con Jack Stone hacia el cuarto en la
torre, donde estaba el horror, y, al final, siempre llegaba a acercarme al
terror, aunque nunca pude ver que era con exactitud. Otras veces
experimentaba variaciones sobre el mismo tema. Ocasionalmente era que
estábamos sentados a una mesa, la misma que se veía a través de la ventana
por el jardín. Sin embargo el silencio sepulcral era siempre el mismo, la
misma sensación de opresión y aburrimiento. Y el silencio siempre era roto
por Mrs. Stone que me decía: "Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto
de la torre." Luego de esto (esto era invariable), tenía que seguir a Jack
a través de la escalera de roble, con muchas esquinas y entrar en ese
mismo lugar, que cada vez odiaba más y más. O, de nuevo, podía ser que
estaba jugando a las cartas en un cuarto con inmensos candelabros, los que
daban una iluminación lúgubre. Qué juego era, no tenía idea; lo que si
recuerdo, con una sensación de miserable anticipación, que es que pronto
Mrs. Stone se pararía y me diría su "Jack te mostrará tu cuarto: te di el
cuarto en la torre". Esta estancia donde jugábamos a las cartas era la
habitación siguiente del comedor, y siempre estaba iluminado, aunque el
resto de la casa permanecía siempre en penumbras. Y aún, a pesar de estos
bouquets de luces, no podía darme cuenta de las cartas que me habían
tocado, ya que por alguna razón no podía distinguirlas. Sus diseños,
también, me eran extraños: no había colores rojos, sino que todas eran
negras, y entre ellas había ciertas cartas que eran todas negras. Odiaba y
temía aquello.
A medida que el sueño se hacía recurrente, iba conociendo la mayor parte
de la casa. Más allá del cuarto de juegos, al final de un pasillo tras una
puerta revestida de paño verde, había un salón de fumar. A los personajes
que poblaban este sueño también le pasaban curiosos acontecimientos, como
si fueran gente viva. Mrs. Stone, por ejemplo, que, cuando la vi por
primera vez, tenía cabello oscuro, se había encanecido, y su voz, al
principio enérgica, se había debilitado, como si la fuerza abandora sus
labios. Jack también creció, y se convirtió en un tipo enfermizo, con un
bigote marrón, mientras una de sus hermanas dejó de aparecer, y comprendí
al tiempo que se había casado.
En un momento pasó que no tuve este sueño por un lapso de unos seis meses
o un poco más, y comencé a esperar, inexplicablemente, que lo había
superado, y que se había ido para siempre. Pero una noche, luego de este
intervalo, nuevamente regresé al jardín del té, y Mrs. Stone ya no estaba
allí, mientras todos los demás estaban vestidos de negro. Al momento
adiviné la razón, y mi corazón dio un brinco, ya que tal vez en esta
ocasión, no tendría que ir a dormir al cuarto de la torre. Como era usual,
todos estaban sentados en silencio, pero en esta ocasión, el sentimiento
de alivio me hizo hablar y reír como nunca antes lo había hecho. Pero los
demás no se sentían igual, ya que nadie habló, limitándose a mirarse entre
ellos en forma furtiva. Y cuando el raudal de mi conversación enmudeció,
paulatinamente me fue asaltando una aprehensión peor que cualquier otra
que previamente hubiera experimentado en aquella casa, hasta que la luz se
extinguió.
Súbitamente una voz rompió la quietud, era la voz de Mrs. Stone, diciendo:
"Jack te mostrará tu habitación: te di el cuarto en la torre." Pareció
como si surgiera desde algún lugar cercano a la puerta de hierro en la
pared de ladrillos rojizos, y mirando hacia allí, vi entre la hierba la
presencia de unas tumbas. Una curiosa luz gris emanaba de cada sepulcro, y
pude leer el epitafio de la lápida más cercana, que decía: "En maldita
memoria de Julia Stone." Y como era usual, Jack se levantó, y nuevamente
lo seguí a través del vestíbulo y por la escalera con muchas esquinas. En
esta ocasión todo estaba mucho más oscuro que lo habitual, y al entrar en
el cuarto, solo pude ver los muebles, la posición de aquellos que me eran
familiares. También había un aroma a descomposición en la estancia, y esa
noche me desperté gritando.
El sueño, con algunas variaciones y circunstancias, como las que he
mencionado, siguió, con intervalos, por quince años. Algunas veces lo
soñaba durante tres noches seguidas; otras veces, como narré, había
recesos de seis meses, sin embargo, para tomar un promedio, podría decir
que lo soñé tan periódicamente como una vez al mes. El sueño siempre
terminaba en pesadilla, ya que la entrada en el ominoso cuarto me
provocaba cada vez más temor. Había algo, también, una extraña y pavorosa
coherencia sobre ello. Los personajes, como he mencionado, iban
envejeciendo, y la muerte y el matrimonio visitaban a esta silenciosa
familia. Jamás volví a ver en el sueño a Mrs. Stone. Pero siempre era su
voz la que me informaba que el cuarto en la torre estaba preparado para
mí, y tanto la escena estuviera en un té en el jardín, o en cualquiera de
las otras habitaciones de la casa, siempre veía su tumba junto a la puerta
de hierro. Pasaba lo mismo con la hija que se casó; usualmente ella no
estaba presente, pero cada tanto, regresaba acompañada por un hombre, que
supuse sería su marido. Él, al igual que los demás, permanecía siempre en
silencio. Debido a la constante repetición del sueño, le comencé a restar
importancia. Nunca volví a ver a Jack Stone durante todos aquellos años, y
jamás vi ninguna casa que me diera la impresión de parecerse a la temible
casa del sueño. Hasta que algo pasó.
Este año estuve en Londres hasta fines de julio, y durante la primer
semana de agosto me instalé con un amigo en una casa que había rentado por
el verano, en el bosque de Ashdown, en el distrito de Sussex. Partí de
Londres temprano, ya que John Clinton me esperaba en la estación Forest
Row, para ir a jugar al golf, y marchar a su casa por la noche. Él estaba
con su automóvil, y alrededor de las cinco de la tarde, luego de un día
esplendoroso, partimos ya que teníamos que recorrer unas diez millas. Como
llegamos tan temprano, no tuvimos el té en el club, así que esperamos a
llegar a casa. A medida que ibamos por la carretera, el clima, que hasta
el momento estaba si bien cálido, con brisas frescas, comenzó a estancarse
y a darme una sensación de opresión, tal y como la ominosidad que siento
antes de un trueno. John, sin embargo, no compartía mi sensación,
atribuyendo mi pérdida de claridad a que había caído derrotado en el
juego. Los siguientes eventos probaron que yo tenía razón, aunque no creía
que los nubarrones que hubo esa noche fueran la única causa de mi
depresión.
Nuestro camino a través de poco transitadas sendas, me indujo a una
somñolencia y posterior sueño, del que solo desperté cuando John detuvo el
motor del automóvil. Y con súbita emoción, mayormente de temor, pero
también de curiosidad, me encontré parado frente a la puerta de la casa de
mi sueño. Entramos y yo me preguntaba si esto no sería también un sueño,
mientras caminaba a través del vestíbulo con grandes paneles de roble, y
al llegar al jardín, donde el té había sido servido a la sombra de la
casa. Al fondo estaba la pared de ladrillos rojos, con una puerta en ella,
y también estaba el nogal erguido en una parte del césped. La fachada de
la casa era muy larga, y al final de la misma se veía la torre con los
tres pisos, que parecían ser más antigua que el resto de la construcción.
Aquí cesaban todas los parecidos con el sueño tantas veces repetido en mi
mente. No había ninguna silenciosa familia, sino en cambio una gran
asamblea de excitadas y alegres personas, todas las cuales me eran
conocidas. Además no sentía ninguna opresión ni temor, como la que en el
continuo sueño me asaltaba. Sin embargo estaba con mucha curiosidad acerca
de lo que iba a pasar.
El té prosiguió su alegre curso, y en determinado momento Mrs. Clinton se
paró. Y en ese momento yo supe que era lo que me iba a decir. Ella me
habló y me dijo:
"Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto en la torre."
Y por medio segundo, el horror del sueño me atacó de nuevo. Pero esta
aprehensión pasó rápidamente, y de nuevo no sentí más que una intensa
curiosidad. Y no pasó mucho hasta que esta fue totalmente satisfecha.
John se volvió a mí.
"Justo en el techo de la casa," me dijo, "pero creo que estarás cómodo.
Estamos con todas las habitaciones ocupadas. ¿Te gustaría ir a verla
ahora? Por Dios, creo que tenías razón, vamos a tener tormenta eléctrica.
Qué oscuro se está poniendo."
Me levanté y lo seguí. Pasamos a través del vestíbulo, y por la ya
perfectamente familiar escalera. Entonces él abrió la puerta, y entré. Y
en ese momento un terror puramente irracional se apoderó de mí. Y no sabía
a que le temía: simplemente temía. Fue como un recuerdo súbito, cuando uno
recuerda un nombre que hacía tiempo se le había escapado de la memoria, y
supe a que le temía. Le temía a Mrs. Stone, cuya tumba tenía la siniestra
inscripción "En maldita memoria", tantas veces había visto en sueños, casi
sobre el césped que yacía justo bajo mi ventana. Y entonces, una vez más,
el temor se esfumó por completo, a tal punto que me estaba preguntando que
era a lo que temía, y me sentía tranquilo y calmado, en el cuarto de la
torre, el nombre que tantas veces había escuchado en mi sueño, y la escena
que ya me era familiar.
Miré alrededor con cierto derecho de propiedad, y me di cuenta que nada
había sido cambiado del sueño nocturno que conocía tan bien. A la
izquierda de la puerta estaba la cama, longitudinalmente con la pared, con
la cabeza apuntando al ángulo. Alineada a la misma estaba la chimenea y un
pequeño armario de libros; opuesta a la puerta, la otra pared estaba
atravesada por dos ventanas enrejadas. Entre las mismas había una mesa de
tocador, en tanto que alineada con la cuarta pared había una cubeta para
lavarse. Mi equipaje ya había sido desempacado, ya que mis prendas estaban
ordenadas sobre el cobertor de la cama. Y entonces, con un súbito e
inexplicado desfallecimiento, vi que había dos objetos conspicuos que no
había visto antes en mi sueño: uno era una gran pintura al óleo de Mrs.
Stone, y el otro era un dibujo en blanco y negro de Jack Stone,
representándole tal y como se me apareció en la última serie de estos
sueños recurrentes que había tenido la pasada semana, un hombre de unos
treinta años con apariencia maligna. Su retrato colgaba entre las
ventanas, mirando derecho a través de la habitación hacia el otro cuadro,
que colgaba a un costado de la cama. Y nuevamente volví a experimentar el
horror de la pesadilla que me atenazaba.
Representaba a Mrs. Stone como la había visto por última vez en mi sueño:
vieja con el cabello encanecido. Pero en vez de la evidente debilidad del
cuerpo, la pintura mostraba una espeluznante exuberancia y la vitalidad
brillaba a través de la cobertura de la carne, una exuberancia por
completo maligna, una vitalidad que burbujeaba con inimaginable maldad. El
mal resplandecía desde esos angostos ojos; y en su boca tenía una sonrisa
demoníaca. El rostro entero estaba llevado por una horrorosa y
sobrecogedora hilaridad; las manos, una encima de la otra sobre la
rodilla, parecían conmocionadas con una inenarrable jovialidad. Entonces
vi la firma del cuadro, en la esquina inferior izquierda, y, preguntándome
quien habría sido el artista, me acerqué más para poder echar un vistazo,
y leí la inscripción: "Julia Stone por Julia Stone."
Hubo un golpe en la puerta, y John Clinton entró.
"¿Necesitas algo más?" me preguntó.
"Mucho menos que lo que tengo," dije, apuntando al retrato.
Se rió.
"Una vieja y severa señora," dijo, "de cualquier manera, ella no puede
estar muy halagada."
"¿Pero, no lo vés?" cuestioné. "Apenas es un rostro humano. Es la cara de
alguna bruja o algún demonio."
Él miró el cuadro de más de cerca.
"Si, no es muy agradable," dijo. "Al lado de la cama, ¿eh? Si; me imagino
la pesadilla que voy a tener si llego a dormir con esto tan cerca de mi
cama. Lo bajaré si quieres."
"Realmente deseo que lo hagas," dije. Él tocó la campana, y con la ayuda
de un sirviente, removimos el retrato y este fue llevado fuera, al
pasillo, y puesto el rostro contra la pared.
"Por Dios, la vieja señora es bastante pesada," dijo John, secándose la
frente. "Me pregunto si ella tendría algo en mente."
El extraordinario peso del cuadro también me había molido. Estaba a punto
de replicar, cuando me miré la mano. Había una considerable cantidad de
sangre, que me cubría toda la mano.
"Me corté con algo," dije.
John pegó una pequeña exclamación.
"¿Cómo puede ser? Yo también," dijo.
Simultáneamente el sirviente sacó su pañuelo y le vendó la mano. Vi que
también la mano del lacayo estaba sangrando.
John y yo salimos del cuarto y fuimos a enjuagarnos la sangre; pero ni en
su mano ni en la mía había rastros del menor raspón. Me pareció que,
habiéndonos cerciorado de ello, ambos, por una especie de tácito
consentimiento, no nos referimos al hecho de nuevo. En mi caso, algo se me
había ocurrido y no deseaba pensar sobre ello. Era solo una conjetura,
pero supuse que la misma cosa le había ocurrido a él.
El calor y la opresión del aire, por la tormenta que esperábamos y que aún
no se había desencadenado, se incrementó mucho luego de la cena, y luego
la concurrencia, entre los que nos contábamos John Clinton y yo, nos
sentamos fuera, en el jardín, donde habíamos tomado el té. La noche estaba
absolutamente oscura, y no había estrellas o luna que pudiera penetrar el
paño mortuorio que opacaba el cielo. Paulatinamente, nuestra reunión se
fue despejando, las mujeres se fueron retirando a dormir, los hombres se
dispersaron hacia el salón de fumar o al cuarto del billar, y a eso de las
once de la noche mi anfitrión y yo quedamos solos. Toda la noche estuve
cavilando que él tendría algo en mente, y en cuanto estuvimos solos, habló.
"El hombre que nos ayudó a cargar el cuadro, tenía sangre en su mano, ¿lo
notaste?" dijo.
"Le pregunté había sido él quien se había cortado, y me dijo que supuso
que sí, pero al final no pudo encontrarse ninguna herida. Ahora bien, ¿de
dónde provino la sangre?"
De golpe al decirme esto, echaba por tierra todos mis propósitos de no
acordarme del tema, especialmente justo antes de ir a dormir.
"No lo se," dije, "y realmente no quiero averiguarlo en tanto que el
cuadro de Mrs. Stone no esté cerca de mi cama."
Él se paró.
"Pero es raro," dijo. "¡Ha! Ahora verás otra cosa extraña."
Su perro, un terrier irlandés de raza, había salido de la casa cuando
estábamos hablando. La puerta detrás nuestra, hacia el vestíbulo, estaba
abierta, y una luz iluminaba el jardín hasta la puerta de hierro que daba
afuera, donde el nogal estaba plantado. Vi que el perro estaba encrispado
y con todos sus pelos erizados, sus labios doblados hacia afuera de su
dentadura, como si estuviera listo para brincar sobre algo, gruñiendo
solo. Fue como no se diera cuenta de la presencia de su amo o la mía, y se
quedó tensamente dando vueltas en torno al césped frente a la puerta.
Luego se detuvo por un momento, mirando a través de los barrotes, aunque
continuó gruñendo. Después pareció como si su coraje lo abandonara: pegó
un largo aullido, y corrió de nuevo a la casa con un curioso paso.
"Lo hace una media docena de veces por día." dijo John. "Parece que ve
algo que odia y teme."
Caminé hacia la puerta y miré a través de ella. Algo se movía fuera, entre
las matas de pasto, y pronto llegó a mis oídos un sonido que no pude
identificar inmediatamente. Luego recordé que era: el ronroneo de un gato.
Prendí una linterna y vi que era lo que ronroneaba: un gran gato persa que
daba vueltas alrededor de un pequeño círculo frente a la puerta, con la
cola flameando como una bandera. Sus ojos estaban brillantes, y a cada
rato bajaba su cabeza y olisqueaba el césped.
Me reí.
"El fin del misterio, me temo." Dije. "Aquí está este gato enorme, el
origen de todas las noches de Walpurgis."
"Si, este es Darius," dijo John. "Se pasa medio día y el resto de la noche
ahí. Pero este no es el fin del misterio del perro, ya que Toby y él son
los mejores amigos. Aquí comienza el misterio del gato. ¿Qué es lo que
hace ahí? ¿Y porqué Darius está complacido y Toby aterrorizado?"
En ese momento recordé aquel horrible detalle en mi sueño, cuando veía la
puerta, justo donde el gato estaba ahora, la blanca lápida con la
siniestra inscripción. Pero antes que pudiera responder a mi pregunta,
comenzó el aguacero, súbita e intempestivamente, como si se hubiera
destapado el cielo, y simultáneamente el gran gato saltó a través de las
rejas de la puerta de hierro, y corrió por el jardín hasta la casa en
busca de refugio. Luego se sentó en el portal y se quedó mirando
ansiosamente a la oscuridad.
De alguna manera, con el retrato de Julia Stone fuera, en el pasillo, el
cuarto en la torre no me alarmaba en absoluto, y cuando fui a la cama, me
sentía con mucho sueño y cansancio. No sentía más que curiosidad por el
incidente de las manos manchadas de sangre, y por la conducta del gato y
del perro. La última cosa que vi antes de apagar la luz fue el rectángulo
de espacio vacío, a un lado de mi cama, donde había estado el retrato. En
esa porción el empapelado poseía su tinte original, que era rojo: sobre el
resto de las paredes este color se había desgastado. Luego apagué mi vela
y quede dormido casi instantáneamente.
Mi despertar fue igual de instantáneo, y me senté recto sobre la cama bajo
la impresión fuerte que una luz brillante me había alumbrado la cara, a
pesar que estaba todo muy oscuro. Sabía perfectamente en donde estaba, en
el cuarto que tantas veces había temido en sueños, pero ningún horror que
hubiera sentido en sueños se comparaba al que ahora me atenazaba y
congelaba mi mente. Inmediatamente después el bramido de un trueno sacudió
toda la casa, pero la probabilidad que esto hubiera sido el origen de la
luz que me despertó no fue consuelo para mi agitado corazón. Sabía que
había algo más, conmigo, en la habitación, e instintivamente saqué mi mano
derecha, que era la que estaba más cercana a la pared, y palpé el borde de
un marco, como de un cuadro, colgando cerca mío.
Salté de la cama, volcando la mesita de luz, y escuché mi reloj, vela y
fósforos cayendo contra el piso. Pero por el momento, no había necesidad
de luces, ya que otro enceguecedor relámpago iluminó la estancia y me
mostró que sobre mi cama colgaba de nuevo el cuadro de Mrs. Stone. Otra
vez el cuarto quedó sumido en la penumbra. Pero en este relámpago pude ver
otra cosa, particularmente una figura que estaba apoyada a los pies de la
cama, que me miraba. Estaba vestida con una suerte de vestimenta
blanquecina, manchada con musgo, y su rostro era el del retrato.
Más arriba, bramió el trueno y cuando cesó y regresó la mortal quietud,
escuché un susurro como de movimiento, que se me acercaba, más y más,
horriblemente, percibiendo al mismo tiempo un olor a corrupción y
putrefacción. Entonces una mano se colocó a un lado de mi cuello, y muy
cerca de mi oído pude escuchar una ansiosa y acelerada respiración. Y supe
que esa cosa, a pesar que podía ser percibida por el tacto, el olfato, la
vista y el oído, no era de este mundo, sino que era algo había podido
transponer al cuerpo y que tenía el poder de manifestarse a sí misma.
Entonces una voz, que ya me era familiar, se dejó oir:
thing, though it could be perceived by touch, by smell, by eye and by ear,
was still not of this earth, but something that had passed out of the body
and had power to make itself manifest. Then a voice, already familiar to
me, spoke.
"Supe que vendrías al cuarto en la torre," dijo. "Te he estado esperando
por mucho tiempo. Al final has venido. Esta noche cenaré; en breve
cenaremos juntos."
Y la respiración entrecortada se acercó un poco más; la podía sentir sobre
mi cuello.
Y este terror, que yo creía me había paralizado por el momento, derivó en
un salvaje instinto de auto preservación. Manoteé el aire salvajemente con
ambos brazos, pateé al mismo momento, y escuché un chirrido bestial, y
algo blando cayó frente mío con un ruido sordo. Di unos pasos hacia
adelante, esquivando lo que fuera que yacía ahí, y por casualidad encontré
el picaporte de la puerta. Al siguiente instante salté al pasillo, y azoté
estrepitósamente la puerta tras mío. Casi al mismo momento escuché una
puerta que se abría en algún sitio, abajo, y John Clinton, candelabro en
mano, acudió corriendo escaleras arriba.
"¿Qué pasa?" preguntó. "Dormía justo aquí abajo, y escuché ruidos como
sí... Dios santo, hay sangre en tu hombro."
Me quedé parado ahí, según me contó después, moviéndome de un lado a otro,
pálido como una hoja de papel, con la marca sobre mi hombro como si una
mano cubierta de sangre se hubiera apoyado ahí mismo.
"Está ahí dentro," dije, apuntando. "Ella, tu sabes. El retrato está
dentro, también, colgando del mismo lugar de donde lo sacamos."
A esto contestó con una sonrisa.
"Mi querido amigo, esta ha sido meramente una pesadilla," me contestó.
Abrió la puerta, y yo quedé parado inerte, presa del terror, incapaz de
detenerlo, incapaz de moverme.
"¡Phew! Huele horrible," dijo.
Luego hubo un silencio; desapareció de mi vista. Al siguiente momento
salió tan pálido como estaba yo mismo, y cerró rápidamente.
"Sí, el cuadro está ahí," dijo, "y sobre el piso hay una cosa, una cosa
manchada de barro, como las que hay en los sepulcros. Vamos, rápido,
vámonos de aquí."
Como bajamos las escaleras difícilmente lo supe. Un estremecimiento y unas
náuseas más espirituales que carnales me apresaron, y más de una vez él me
tuvo que ayudar a poner el pie en el escalón, mientras a cada momento
echaba miradas de terror y aprehensión hacia atrás. Pero al final, cuando
llegamos a su habitación, en el piso de abajo, le conté todo lo que aquí
he descripto.
La segunda puede ser corta, ciertamente como muchos de mis lectores quizás
ya lo hayan adivinado, si recuerdan el inexplicable asunto de la iglesia
en West Fawley, hace unos ocho años atrás, donde se en tres oportunidades
se trató de enterrar el cuerpo de cierta mujer que se había suicidado. En
cada ocasión el ataúd fue encontrado salido de su sitio, como emergiendo
del suelo. Luego del tercer intento, con el objetivo de que la cosa no
trascendiera, el cuerpo fue incinerado en algún lugar sobre tierra no
consagrada. ¿Y dónde había sido enterrado? Justamente frente a la puerta
de hierras del jardín de la misma casa en que la mujer había vivido. Ella
se había suicidado en el cuarto superior de la torre, su nombre era Julia
Stone.
Subsecuentemente el cuerpo fue desenterrado en secreto, y el ataúd fue
hallado repleto de sangre
Inexplicablemente, con sus palabras, el alma se me fue al piso. Me sentí
si ya hubiera conocido el cuarto en la torre, y como que allí había algo
espantoso. Jack se paró instantáneamente, y yo comprendí que tenía que
seguirlo. En silencio pasamos a través del vestíbulo, y subimos una gran
escalera de roble, con muchas esquinas, llegando por fin a un pequeño
pasillo con dos puertas. Él abrió una de las puertas para mí, y yo entré,
luego de lo cuál, él la cerró. Fue entonces que me di cuenta que la
anterior conjetura estaba correcta: había algo desagradable en la
estancia, y con el terror de la pesadilla que me envolvía, desperté en
espasmos de pánico.
Este mismo sueño, o variaciones del mismo, fue el que experimenté con
intermitencias, durante quince años. Muy a menudo sucedía exactamente de
esta manera: el arribo, el té en el jardín, el silencio mortal quebrado
por una sentencia mortal, la subida con Jack Stone hacia el cuarto en la
torre, donde estaba el horror, y, al final, siempre llegaba a acercarme al
terror, aunque nunca pude ver que era con exactitud. Otras veces
experimentaba variaciones sobre el mismo tema. Ocasionalmente era que
estábamos sentados a una mesa, la misma que se veía a través de la ventana
por el jardín. Sin embargo el silencio sepulcral era siempre el mismo, la
misma sensación de opresión y aburrimiento. Y el silencio siempre era roto
por Mrs. Stone que me decía: "Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto
de la torre." Luego de esto (esto era invariable), tenía que seguir a Jack
a través de la escalera de roble, con muchas esquinas y entrar en ese
mismo lugar, que cada vez odiaba más y más. O, de nuevo, podía ser que
estaba jugando a las cartas en un cuarto con inmensos candelabros, los que
daban una iluminación lúgubre. Qué juego era, no tenía idea; lo que si
recuerdo, con una sensación de miserable anticipación, que es que pronto
Mrs. Stone se pararía y me diría su "Jack te mostrará tu cuarto: te di el
cuarto en la torre". Esta estancia donde jugábamos a las cartas era la
habitación siguiente del comedor, y siempre estaba iluminado, aunque el
resto de la casa permanecía siempre en penumbras. Y aún, a pesar de estos
bouquets de luces, no podía darme cuenta de las cartas que me habían
tocado, ya que por alguna razón no podía distinguirlas. Sus diseños,
también, me eran extraños: no había colores rojos, sino que todas eran
negras, y entre ellas había ciertas cartas que eran todas negras. Odiaba y
temía aquello.
A medida que el sueño se hacía recurrente, iba conociendo la mayor parte
de la casa. Más allá del cuarto de juegos, al final de un pasillo tras una
puerta revestida de paño verde, había un salón de fumar. A los personajes
que poblaban este sueño también le pasaban curiosos acontecimientos, como
si fueran gente viva. Mrs. Stone, por ejemplo, que, cuando la vi por
primera vez, tenía cabello oscuro, se había encanecido, y su voz, al
principio enérgica, se había debilitado, como si la fuerza abandora sus
labios. Jack también creció, y se convirtió en un tipo enfermizo, con un
bigote marrón, mientras una de sus hermanas dejó de aparecer, y comprendí
al tiempo que se había casado.
En un momento pasó que no tuve este sueño por un lapso de unos seis meses
o un poco más, y comencé a esperar, inexplicablemente, que lo había
superado, y que se había ido para siempre. Pero una noche, luego de este
intervalo, nuevamente regresé al jardín del té, y Mrs. Stone ya no estaba
allí, mientras todos los demás estaban vestidos de negro. Al momento
adiviné la razón, y mi corazón dio un brinco, ya que tal vez en esta
ocasión, no tendría que ir a dormir al cuarto de la torre. Como era usual,
todos estaban sentados en silencio, pero en esta ocasión, el sentimiento
de alivio me hizo hablar y reír como nunca antes lo había hecho. Pero los
demás no se sentían igual, ya que nadie habló, limitándose a mirarse entre
ellos en forma furtiva. Y cuando el raudal de mi conversación enmudeció,
paulatinamente me fue asaltando una aprehensión peor que cualquier otra
que previamente hubiera experimentado en aquella casa, hasta que la luz se
extinguió.
Súbitamente una voz rompió la quietud, era la voz de Mrs. Stone, diciendo:
"Jack te mostrará tu habitación: te di el cuarto en la torre." Pareció
como si surgiera desde algún lugar cercano a la puerta de hierro en la
pared de ladrillos rojizos, y mirando hacia allí, vi entre la hierba la
presencia de unas tumbas. Una curiosa luz gris emanaba de cada sepulcro, y
pude leer el epitafio de la lápida más cercana, que decía: "En maldita
memoria de Julia Stone." Y como era usual, Jack se levantó, y nuevamente
lo seguí a través del vestíbulo y por la escalera con muchas esquinas. En
esta ocasión todo estaba mucho más oscuro que lo habitual, y al entrar en
el cuarto, solo pude ver los muebles, la posición de aquellos que me eran
familiares. También había un aroma a descomposición en la estancia, y esa
noche me desperté gritando.
El sueño, con algunas variaciones y circunstancias, como las que he
mencionado, siguió, con intervalos, por quince años. Algunas veces lo
soñaba durante tres noches seguidas; otras veces, como narré, había
recesos de seis meses, sin embargo, para tomar un promedio, podría decir
que lo soñé tan periódicamente como una vez al mes. El sueño siempre
terminaba en pesadilla, ya que la entrada en el ominoso cuarto me
provocaba cada vez más temor. Había algo, también, una extraña y pavorosa
coherencia sobre ello. Los personajes, como he mencionado, iban
envejeciendo, y la muerte y el matrimonio visitaban a esta silenciosa
familia. Jamás volví a ver en el sueño a Mrs. Stone. Pero siempre era su
voz la que me informaba que el cuarto en la torre estaba preparado para
mí, y tanto la escena estuviera en un té en el jardín, o en cualquiera de
las otras habitaciones de la casa, siempre veía su tumba junto a la puerta
de hierro. Pasaba lo mismo con la hija que se casó; usualmente ella no
estaba presente, pero cada tanto, regresaba acompañada por un hombre, que
supuse sería su marido. Él, al igual que los demás, permanecía siempre en
silencio. Debido a la constante repetición del sueño, le comencé a restar
importancia. Nunca volví a ver a Jack Stone durante todos aquellos años, y
jamás vi ninguna casa que me diera la impresión de parecerse a la temible
casa del sueño. Hasta que algo pasó.
Este año estuve en Londres hasta fines de julio, y durante la primer
semana de agosto me instalé con un amigo en una casa que había rentado por
el verano, en el bosque de Ashdown, en el distrito de Sussex. Partí de
Londres temprano, ya que John Clinton me esperaba en la estación Forest
Row, para ir a jugar al golf, y marchar a su casa por la noche. Él estaba
con su automóvil, y alrededor de las cinco de la tarde, luego de un día
esplendoroso, partimos ya que teníamos que recorrer unas diez millas. Como
llegamos tan temprano, no tuvimos el té en el club, así que esperamos a
llegar a casa. A medida que ibamos por la carretera, el clima, que hasta
el momento estaba si bien cálido, con brisas frescas, comenzó a estancarse
y a darme una sensación de opresión, tal y como la ominosidad que siento
antes de un trueno. John, sin embargo, no compartía mi sensación,
atribuyendo mi pérdida de claridad a que había caído derrotado en el
juego. Los siguientes eventos probaron que yo tenía razón, aunque no creía
que los nubarrones que hubo esa noche fueran la única causa de mi
depresión.
Nuestro camino a través de poco transitadas sendas, me indujo a una
somñolencia y posterior sueño, del que solo desperté cuando John detuvo el
motor del automóvil. Y con súbita emoción, mayormente de temor, pero
también de curiosidad, me encontré parado frente a la puerta de la casa de
mi sueño. Entramos y yo me preguntaba si esto no sería también un sueño,
mientras caminaba a través del vestíbulo con grandes paneles de roble, y
al llegar al jardín, donde el té había sido servido a la sombra de la
casa. Al fondo estaba la pared de ladrillos rojos, con una puerta en ella,
y también estaba el nogal erguido en una parte del césped. La fachada de
la casa era muy larga, y al final de la misma se veía la torre con los
tres pisos, que parecían ser más antigua que el resto de la construcción.
Aquí cesaban todas los parecidos con el sueño tantas veces repetido en mi
mente. No había ninguna silenciosa familia, sino en cambio una gran
asamblea de excitadas y alegres personas, todas las cuales me eran
conocidas. Además no sentía ninguna opresión ni temor, como la que en el
continuo sueño me asaltaba. Sin embargo estaba con mucha curiosidad acerca
de lo que iba a pasar.
El té prosiguió su alegre curso, y en determinado momento Mrs. Clinton se
paró. Y en ese momento yo supe que era lo que me iba a decir. Ella me
habló y me dijo:
"Jack te mostrará tu cuarto: te di el cuarto en la torre."
Y por medio segundo, el horror del sueño me atacó de nuevo. Pero esta
aprehensión pasó rápidamente, y de nuevo no sentí más que una intensa
curiosidad. Y no pasó mucho hasta que esta fue totalmente satisfecha.
John se volvió a mí.
"Justo en el techo de la casa," me dijo, "pero creo que estarás cómodo.
Estamos con todas las habitaciones ocupadas. ¿Te gustaría ir a verla
ahora? Por Dios, creo que tenías razón, vamos a tener tormenta eléctrica.
Qué oscuro se está poniendo."
Me levanté y lo seguí. Pasamos a través del vestíbulo, y por la ya
perfectamente familiar escalera. Entonces él abrió la puerta, y entré. Y
en ese momento un terror puramente irracional se apoderó de mí. Y no sabía
a que le temía: simplemente temía. Fue como un recuerdo súbito, cuando uno
recuerda un nombre que hacía tiempo se le había escapado de la memoria, y
supe a que le temía. Le temía a Mrs. Stone, cuya tumba tenía la siniestra
inscripción "En maldita memoria", tantas veces había visto en sueños, casi
sobre el césped que yacía justo bajo mi ventana. Y entonces, una vez más,
el temor se esfumó por completo, a tal punto que me estaba preguntando que
era a lo que temía, y me sentía tranquilo y calmado, en el cuarto de la
torre, el nombre que tantas veces había escuchado en mi sueño, y la escena
que ya me era familiar.
Miré alrededor con cierto derecho de propiedad, y me di cuenta que nada
había sido cambiado del sueño nocturno que conocía tan bien. A la
izquierda de la puerta estaba la cama, longitudinalmente con la pared, con
la cabeza apuntando al ángulo. Alineada a la misma estaba la chimenea y un
pequeño armario de libros; opuesta a la puerta, la otra pared estaba
atravesada por dos ventanas enrejadas. Entre las mismas había una mesa de
tocador, en tanto que alineada con la cuarta pared había una cubeta para
lavarse. Mi equipaje ya había sido desempacado, ya que mis prendas estaban
ordenadas sobre el cobertor de la cama. Y entonces, con un súbito e
inexplicado desfallecimiento, vi que había dos objetos conspicuos que no
había visto antes en mi sueño: uno era una gran pintura al óleo de Mrs.
Stone, y el otro era un dibujo en blanco y negro de Jack Stone,
representándole tal y como se me apareció en la última serie de estos
sueños recurrentes que había tenido la pasada semana, un hombre de unos
treinta años con apariencia maligna. Su retrato colgaba entre las
ventanas, mirando derecho a través de la habitación hacia el otro cuadro,
que colgaba a un costado de la cama. Y nuevamente volví a experimentar el
horror de la pesadilla que me atenazaba.
Representaba a Mrs. Stone como la había visto por última vez en mi sueño:
vieja con el cabello encanecido. Pero en vez de la evidente debilidad del
cuerpo, la pintura mostraba una espeluznante exuberancia y la vitalidad
brillaba a través de la cobertura de la carne, una exuberancia por
completo maligna, una vitalidad que burbujeaba con inimaginable maldad. El
mal resplandecía desde esos angostos ojos; y en su boca tenía una sonrisa
demoníaca. El rostro entero estaba llevado por una horrorosa y
sobrecogedora hilaridad; las manos, una encima de la otra sobre la
rodilla, parecían conmocionadas con una inenarrable jovialidad. Entonces
vi la firma del cuadro, en la esquina inferior izquierda, y, preguntándome
quien habría sido el artista, me acerqué más para poder echar un vistazo,
y leí la inscripción: "Julia Stone por Julia Stone."
Hubo un golpe en la puerta, y John Clinton entró.
"¿Necesitas algo más?" me preguntó.
"Mucho menos que lo que tengo," dije, apuntando al retrato.
Se rió.
"Una vieja y severa señora," dijo, "de cualquier manera, ella no puede
estar muy halagada."
"¿Pero, no lo vés?" cuestioné. "Apenas es un rostro humano. Es la cara de
alguna bruja o algún demonio."
Él miró el cuadro de más de cerca.
"Si, no es muy agradable," dijo. "Al lado de la cama, ¿eh? Si; me imagino
la pesadilla que voy a tener si llego a dormir con esto tan cerca de mi
cama. Lo bajaré si quieres."
"Realmente deseo que lo hagas," dije. Él tocó la campana, y con la ayuda
de un sirviente, removimos el retrato y este fue llevado fuera, al
pasillo, y puesto el rostro contra la pared.
"Por Dios, la vieja señora es bastante pesada," dijo John, secándose la
frente. "Me pregunto si ella tendría algo en mente."
El extraordinario peso del cuadro también me había molido. Estaba a punto
de replicar, cuando me miré la mano. Había una considerable cantidad de
sangre, que me cubría toda la mano.
"Me corté con algo," dije.
John pegó una pequeña exclamación.
"¿Cómo puede ser? Yo también," dijo.
Simultáneamente el sirviente sacó su pañuelo y le vendó la mano. Vi que
también la mano del lacayo estaba sangrando.
John y yo salimos del cuarto y fuimos a enjuagarnos la sangre; pero ni en
su mano ni en la mía había rastros del menor raspón. Me pareció que,
habiéndonos cerciorado de ello, ambos, por una especie de tácito
consentimiento, no nos referimos al hecho de nuevo. En mi caso, algo se me
había ocurrido y no deseaba pensar sobre ello. Era solo una conjetura,
pero supuse que la misma cosa le había ocurrido a él.
El calor y la opresión del aire, por la tormenta que esperábamos y que aún
no se había desencadenado, se incrementó mucho luego de la cena, y luego
la concurrencia, entre los que nos contábamos John Clinton y yo, nos
sentamos fuera, en el jardín, donde habíamos tomado el té. La noche estaba
absolutamente oscura, y no había estrellas o luna que pudiera penetrar el
paño mortuorio que opacaba el cielo. Paulatinamente, nuestra reunión se
fue despejando, las mujeres se fueron retirando a dormir, los hombres se
dispersaron hacia el salón de fumar o al cuarto del billar, y a eso de las
once de la noche mi anfitrión y yo quedamos solos. Toda la noche estuve
cavilando que él tendría algo en mente, y en cuanto estuvimos solos, habló.
"El hombre que nos ayudó a cargar el cuadro, tenía sangre en su mano, ¿lo
notaste?" dijo.
"Le pregunté había sido él quien se había cortado, y me dijo que supuso
que sí, pero al final no pudo encontrarse ninguna herida. Ahora bien, ¿de
dónde provino la sangre?"
De golpe al decirme esto, echaba por tierra todos mis propósitos de no
acordarme del tema, especialmente justo antes de ir a dormir.
"No lo se," dije, "y realmente no quiero averiguarlo en tanto que el
cuadro de Mrs. Stone no esté cerca de mi cama."
Él se paró.
"Pero es raro," dijo. "¡Ha! Ahora verás otra cosa extraña."
Su perro, un terrier irlandés de raza, había salido de la casa cuando
estábamos hablando. La puerta detrás nuestra, hacia el vestíbulo, estaba
abierta, y una luz iluminaba el jardín hasta la puerta de hierro que daba
afuera, donde el nogal estaba plantado. Vi que el perro estaba encrispado
y con todos sus pelos erizados, sus labios doblados hacia afuera de su
dentadura, como si estuviera listo para brincar sobre algo, gruñiendo
solo. Fue como no se diera cuenta de la presencia de su amo o la mía, y se
quedó tensamente dando vueltas en torno al césped frente a la puerta.
Luego se detuvo por un momento, mirando a través de los barrotes, aunque
continuó gruñendo. Después pareció como si su coraje lo abandonara: pegó
un largo aullido, y corrió de nuevo a la casa con un curioso paso.
"Lo hace una media docena de veces por día." dijo John. "Parece que ve
algo que odia y teme."
Caminé hacia la puerta y miré a través de ella. Algo se movía fuera, entre
las matas de pasto, y pronto llegó a mis oídos un sonido que no pude
identificar inmediatamente. Luego recordé que era: el ronroneo de un gato.
Prendí una linterna y vi que era lo que ronroneaba: un gran gato persa que
daba vueltas alrededor de un pequeño círculo frente a la puerta, con la
cola flameando como una bandera. Sus ojos estaban brillantes, y a cada
rato bajaba su cabeza y olisqueaba el césped.
Me reí.
"El fin del misterio, me temo." Dije. "Aquí está este gato enorme, el
origen de todas las noches de Walpurgis."
"Si, este es Darius," dijo John. "Se pasa medio día y el resto de la noche
ahí. Pero este no es el fin del misterio del perro, ya que Toby y él son
los mejores amigos. Aquí comienza el misterio del gato. ¿Qué es lo que
hace ahí? ¿Y porqué Darius está complacido y Toby aterrorizado?"
En ese momento recordé aquel horrible detalle en mi sueño, cuando veía la
puerta, justo donde el gato estaba ahora, la blanca lápida con la
siniestra inscripción. Pero antes que pudiera responder a mi pregunta,
comenzó el aguacero, súbita e intempestivamente, como si se hubiera
destapado el cielo, y simultáneamente el gran gato saltó a través de las
rejas de la puerta de hierro, y corrió por el jardín hasta la casa en
busca de refugio. Luego se sentó en el portal y se quedó mirando
ansiosamente a la oscuridad.
De alguna manera, con el retrato de Julia Stone fuera, en el pasillo, el
cuarto en la torre no me alarmaba en absoluto, y cuando fui a la cama, me
sentía con mucho sueño y cansancio. No sentía más que curiosidad por el
incidente de las manos manchadas de sangre, y por la conducta del gato y
del perro. La última cosa que vi antes de apagar la luz fue el rectángulo
de espacio vacío, a un lado de mi cama, donde había estado el retrato. En
esa porción el empapelado poseía su tinte original, que era rojo: sobre el
resto de las paredes este color se había desgastado. Luego apagué mi vela
y quede dormido casi instantáneamente.
Mi despertar fue igual de instantáneo, y me senté recto sobre la cama bajo
la impresión fuerte que una luz brillante me había alumbrado la cara, a
pesar que estaba todo muy oscuro. Sabía perfectamente en donde estaba, en
el cuarto que tantas veces había temido en sueños, pero ningún horror que
hubiera sentido en sueños se comparaba al que ahora me atenazaba y
congelaba mi mente. Inmediatamente después el bramido de un trueno sacudió
toda la casa, pero la probabilidad que esto hubiera sido el origen de la
luz que me despertó no fue consuelo para mi agitado corazón. Sabía que
había algo más, conmigo, en la habitación, e instintivamente saqué mi mano
derecha, que era la que estaba más cercana a la pared, y palpé el borde de
un marco, como de un cuadro, colgando cerca mío.
Salté de la cama, volcando la mesita de luz, y escuché mi reloj, vela y
fósforos cayendo contra el piso. Pero por el momento, no había necesidad
de luces, ya que otro enceguecedor relámpago iluminó la estancia y me
mostró que sobre mi cama colgaba de nuevo el cuadro de Mrs. Stone. Otra
vez el cuarto quedó sumido en la penumbra. Pero en este relámpago pude ver
otra cosa, particularmente una figura que estaba apoyada a los pies de la
cama, que me miraba. Estaba vestida con una suerte de vestimenta
blanquecina, manchada con musgo, y su rostro era el del retrato.
Más arriba, bramió el trueno y cuando cesó y regresó la mortal quietud,
escuché un susurro como de movimiento, que se me acercaba, más y más,
horriblemente, percibiendo al mismo tiempo un olor a corrupción y
putrefacción. Entonces una mano se colocó a un lado de mi cuello, y muy
cerca de mi oído pude escuchar una ansiosa y acelerada respiración. Y supe
que esa cosa, a pesar que podía ser percibida por el tacto, el olfato, la
vista y el oído, no era de este mundo, sino que era algo había podido
transponer al cuerpo y que tenía el poder de manifestarse a sí misma.
Entonces una voz, que ya me era familiar, se dejó oir:
thing, though it could be perceived by touch, by smell, by eye and by ear,
was still not of this earth, but something that had passed out of the body
and had power to make itself manifest. Then a voice, already familiar to
me, spoke.
"Supe que vendrías al cuarto en la torre," dijo. "Te he estado esperando
por mucho tiempo. Al final has venido. Esta noche cenaré; en breve
cenaremos juntos."
Y la respiración entrecortada se acercó un poco más; la podía sentir sobre
mi cuello.
Y este terror, que yo creía me había paralizado por el momento, derivó en
un salvaje instinto de auto preservación. Manoteé el aire salvajemente con
ambos brazos, pateé al mismo momento, y escuché un chirrido bestial, y
algo blando cayó frente mío con un ruido sordo. Di unos pasos hacia
adelante, esquivando lo que fuera que yacía ahí, y por casualidad encontré
el picaporte de la puerta. Al siguiente instante salté al pasillo, y azoté
estrepitósamente la puerta tras mío. Casi al mismo momento escuché una
puerta que se abría en algún sitio, abajo, y John Clinton, candelabro en
mano, acudió corriendo escaleras arriba.
"¿Qué pasa?" preguntó. "Dormía justo aquí abajo, y escuché ruidos como
sí... Dios santo, hay sangre en tu hombro."
Me quedé parado ahí, según me contó después, moviéndome de un lado a otro,
pálido como una hoja de papel, con la marca sobre mi hombro como si una
mano cubierta de sangre se hubiera apoyado ahí mismo.
"Está ahí dentro," dije, apuntando. "Ella, tu sabes. El retrato está
dentro, también, colgando del mismo lugar de donde lo sacamos."
A esto contestó con una sonrisa.
"Mi querido amigo, esta ha sido meramente una pesadilla," me contestó.
Abrió la puerta, y yo quedé parado inerte, presa del terror, incapaz de
detenerlo, incapaz de moverme.
"¡Phew! Huele horrible," dijo.
Luego hubo un silencio; desapareció de mi vista. Al siguiente momento
salió tan pálido como estaba yo mismo, y cerró rápidamente.
"Sí, el cuadro está ahí," dijo, "y sobre el piso hay una cosa, una cosa
manchada de barro, como las que hay en los sepulcros. Vamos, rápido,
vámonos de aquí."
Como bajamos las escaleras difícilmente lo supe. Un estremecimiento y unas
náuseas más espirituales que carnales me apresaron, y más de una vez él me
tuvo que ayudar a poner el pie en el escalón, mientras a cada momento
echaba miradas de terror y aprehensión hacia atrás. Pero al final, cuando
llegamos a su habitación, en el piso de abajo, le conté todo lo que aquí
he descripto.
La segunda puede ser corta, ciertamente como muchos de mis lectores quizás
ya lo hayan adivinado, si recuerdan el inexplicable asunto de la iglesia
en West Fawley, hace unos ocho años atrás, donde se en tres oportunidades
se trató de enterrar el cuerpo de cierta mujer que se había suicidado. En
cada ocasión el ataúd fue encontrado salido de su sitio, como emergiendo
del suelo. Luego del tercer intento, con el objetivo de que la cosa no
trascendiera, el cuerpo fue incinerado en algún lugar sobre tierra no
consagrada. ¿Y dónde había sido enterrado? Justamente frente a la puerta
de hierras del jardín de la misma casa en que la mujer había vivido. Ella
se había suicidado en el cuarto superior de la torre, su nombre era Julia
Stone.
Subsecuentemente el cuerpo fue desenterrado en secreto, y el ataúd fue
hallado repleto de sangre

Texto agregado el 24-06-2011, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


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