Que la severidad de las acciones
sepan medir la vara que los guía,
porque a través de la ilusión lejana
sobre las aguas, el reflejo mira.
La culpa, introduce al prisionero
en una cárcel de sucia rutina,
se curvan las verdades en desorden
y ruedan por ciudades sin justicia.
El polvo del otoño limpia y sana,
como el vientre materno, purifica,
que la severidad de las acciones,
no se transmute en tumbas con escombros
y soledad infinita.
Hay corazones, que en su trono desierto
masticando su orgullos se marchitan
y hay almas que en las lágrimas y espadas
resplandecen con una luz divina.
Morada de fantasmas y vocablos,
estériles tormentas,
en la cintura infiel de esta reliquia,
que son los ojos, derramando sangre
y regando la tierra
de una muerte elegida…