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EL AVE VIEJA


El ave vieja plegó hacia atrás sus alas negras y se estiro hasta parecer una flecha cayendo del cielo. Se zambullo bruscamente en el mar, dejando una estela de burbujas que se perdía hacia el fondo. Tras un momento emergió del agua, agotada y jadeando con el pico entreabierto. El ave se sacudió esponjando sus plumas raídas, salpicando una lluvia de gotitas. Permaneció inmóvil, flotando sola en medio del océano, moviendo apenas el agua con sus grandes patas palmeadas.
Con la cabeza erguida, un pico largo y afilado, con ojos grandes y dorados, el ave vieja no mostraba expresión alguna que denotara lo que sentía. Solo sus movimientos nerviosos, raros en un animal salvaje, reflejaban su extraño miedo. El mar, sin olas ni viento, transparente, dejaba que los rayos del Sol penetraran como oscilantes columnas luminosas en la profundidad azul.
El ave se encontraba frente a la costa de Nayarit, aquí usualmente las corrientes frías del Pacifico Norte se acercan al continente. Los nutrientes del fondo y el agua fría originan el plancton que verdea las aguas y sostiene un gran ciclo de vida. Desde tiempos inmemoriales, generaciones de aves marinas llegan cada temporada para anidar en los acantilados e islas y aprovechan los cardúmenes de sardinas y anchoas para criar. Este año las corrientes frías y los peces habían desaparecido, el mar se había vuelto tibio y vació. Era una catástrofe para la vida marina; los animales del litoral no podían comprender lo que ocurría y solo podían morir morían con sus instintos frustrados.

Confusa, el ave vieja miro a los distintos rumbos del océano, esperando que como siempre, apareciera algún instinto y la decidiera a actuar. Entre la bruma, al rumbo Este, se divisaban los farallones blancos y grises de la costa, ella siempre se orientaba por esos montes para saber el punto en exacto en que se encontraba; efectivamente esta era su zona de pesca de todos los años. Recordaba vagamente sus muchas temporadas pasadas, con otras aves pescadoras cayendo sobre los cardúmenes de sardinas, como lluvia, en un frenesí de pesca y de vida. Las aves terminaban tan llenas que tenían que esperar meciéndose perezosamente en las olas para digerir un poco al pescado antes de regresar a sus nidos.
El ave miro hacia el Norte, sabia que abajo del horizonte se hallaba su isla y en la mente agotada y débil aparecieron imágenes; su isla, los acantilados blancos y el nido con sus crías. Y en ese instante volvió a sentir la ansiedad y la urgencia de pescar. Llevaba días buscando inútilmente en todos los rumbos y el mar parecía no tener sin vida. A momentos cuando el hambre la torturaba, creía ver el agua algún indicio de peces, se zambullía desde la altura, pero las imágenes se desvanecían y ella se encontraba otra vez flotando sola en medio del mar.

Era el final de la estación y como todos los años, ella debería estar ya lejos, viajando con las bandadas hacía el noroeste, recuperándose de la crianza. Había empezado a anidar tarde esa temporada, pero ninguno de sus agudos instintos de animal salvaje la habían prevenido de lo que ocurriría. Las otras aves que criaban en la isla se habían dispersado y en los nidos abandonados la mortandad había sido terrible. Los polluelos en la hambruna habían caminado fuera de los nidos y yacían muertos por toda la isla. Sus cuerpos, cubrían las playas y roqueríos, como bolas de plumón secándose al sol . Las gaviotas, carroñeras, picoteaban los pequeños cadáveres disputándose colgajos de carne aun húmeda. El hedor a muerte llegaba muy lejos adentro del océano.

Pero el pequeño cerebro del ave no podía comprender, solo sabía de obedecer las imperiosas órdenes de la evolución, de la naturaleza, heredadas por miles y miles de generaciones de aves como ella. Batió sus adoloridas alas, irguiéndose un instante sobre sus patas membranosas y se impulso con esfuerzo hacia delante, aleteando hasta que el aire siseó entre las plumas mientras ascendía sobre la desierta calma del agua. El sol chisporroteaba en la superficie deslumbrándola mientras el aire refrescaba su cuerpo.

El ave vieja no era ni colorida ni bonita, de un color grisáceo, con plumas blancas y negras intercaladas por todo el cuerpo sin un diseño definido. Su pico era tosco y puntiagudo, casi negro, por el que emitía áspero graznido. Solo sus patas palmeadas, grandes y desproporcionadas tenían un intenso color azul, una característica que hubiera servido para que los humanos la clasificaran con el nombre de su especie.
Pero era cuando volaba, con su silueta aerodinámica y con las alas firmes en el aire, cuando el ave mostraba su perfección, esa belleza de funcionamiento y de forma que la evolución proporciona a los seres para enfrentar al mundo.
El ave vieja se sentía segura en el aire, volar la excitaba, vigilando y buscando atenta en la superficie la menor señal de peces. Desde muy joven había preferido pescar sola, sus instintos siempre habían sido firmes, rotundos y llegaban siempre en el momento adecuado, ella los sentía venir como un llamado lejano de todas las aves de pasado de su especie. Sabía distinguir a la distancia los cardúmenes por las leves perturbaciones en la superficie y aprendió las rutas de viaje de los peces. En tantas temporadas viajando de Norte a Sur para anidar conoció todas las islas y acantilados de ese mar. No obstante quince temporadas eran demasiadas para un ave marina y la edad había empezaba a pesar sobre el animal.

Por la tarde la brisa marina la empujo lentamente hacia la costa. Siempre la había evitado, pero ahora se dejo llevar y planeo sobre playas largas y curvadas donde ligeros zarapitos y playeros picoteaban la arena buscando cangrejos mientras corrían de las olas. Distinguió varios cuerpos varados de lobos marinos y una pequeña ballena. Cerca de un muelle las gaviotas se amontonaban y graznaban peleando por restos de la pesca de los humanos. Nada de eso podía ser alimento para una pescadora de peces vivos como ella.
De pronto, entre los rompientes de una bahía, justamente debajo de ella avisto unos pequeños pececillos cafés. Viro sobre un ala y casi haciendo un rizo en el aire, se zambullo, picoteando con furia una y otra vez bajo del agua. La arena revuelta le impedía ver y los peces zigzaguearon hacia el fondo. Peor aun, al emerger una gran ola le cayó justo encima y el ave tuvo que nadar con todas sus fuerzas para salir del torbellino espumoso.

Aleteando muy asustada sintió deseos de regresar a su isla, pero con el buche vació se debilitaba cada vez mas. Tuvo que posarse en el agua para descansar y al cerrar los ojos unas imágenes volvieron a aparecer en su pequeño cerebro.
Era como un sueño o recuerdo, se veía la tarde anterior llegando a su isla aterrizando bruscamente, en la explanada de tierra blanca sobre el acantilado. En su nido la única cría que sobrevivía se inquieto al verla llegar y graznaba muy fuerte y abría el pico chocándolo al de ella, pidiendo alimento al modo de las crías de las aves marinas. Sin nada que regurgitarle ella lo ignoro, hasta que al fin el polluelo se canso de graznar y se tendió junto a ella para pasar la noche.
Con las alas duras y rígidas de dolor, continúo volando sin dirección el resto de la tarde, ella tenía que encontrar los peces. El agotamiento le hacia perder la firmeza del cuello y en cada aletazo balanceaba la cabeza. Buscaba sin rumbo hasta más allá del horizonte, abandonada al azar.
Ya tarde casi al anochecer, lejos mar adentro, avisto gran barco lleno de mástiles, cuerdas y redes. Los conocía bien, pasaban engullendo cardúmenes enteros de todo tipo de peces y toda la vida del mar. El navío estaba rodeado de una algarabía de pelícanos y gaviotas, a bordo los hombres jalaban las redes mientras se gritaban unos a otros. La luz poniente no dejaba ver bajo la superficie del agua obscura, solo surgían aletas de peces enormes, más grandes que ella. El ave se zambullo, sin embargo, nadando con patas y alas mientras los cuerpos de los atunes agonizantes la golpeaban. Bajo la superficie solo se escuchaba el ronco rugido de las maquinas y los desesperados silbidos de unos delfines que embestían la red queriendo escapar. El ave buceaba con todas sus fuerzas en el agua turbia y roja. Atrapo a un pez moribundo que tenia el tamaño de tres sardinas. Con un golpe de alas salto sobre las boyas de la red que avanzaba envolviéndolo todo mientras el barco desaparecía entre la bruma con el último resplandor del día. Espero un rato a antes de volver a su isla.

Esas semanas busco varias veces a los barcos y pesco junto a los pelícanos y gaviotas, hasta que en la isla, su cría con el plumaje juvenil completo, aleteaba fuera del nido hasta la orilla del acantilado. Ahí esperaba al ave vieja que llegaba desde el mar y al verla graznaba agitando las alas. La brisa del océano lo empujaba hacia atrás y el la enfrentaba queriéndose elevar.

Pronto se unieron a las últimas parvadas rumbo al noroeste. El ave conocía bien la ruta que había recorrido tantas veces, en ocasiones grupos enteros de otras aves la habían seguido al notar su vigor y seguridad y ella había sido el vértice de toda una bandada en formación de atravesando el mar.
Esta vez, sin embargo, poco a poco el ave se fue quedando atrás, estaba tan agotada que descendió lentamente en un amplio círculo hasta posarse en el mar.

Miro alejarse al grupo y no sintió ganas de seguirlos, ni de volar mas. Se dejo mecer por las olas mientras el viento tibio de la tarde la adormilaba. Cerró lentamente sus ojos dorados mientras sentía que todos sus impulsos se apagaban poco a poco, y ella siempre había obedecido a los mensajes que venían de su interior.
Repentinamente, justo antes del anochecer, en el fondo del pequeño cerebro del ave vieja, solo por un instante, apareció una imagen como un sueño fugaz. El ave se vio volando en una gran bandada, viajando sobre otros mares que no conocía y en esa bandada reconoció a cada una de sus crías pasadas y cada una era a su vez ella misma; con sus mismas plumas, graznidos, sus ojos y sus instintos. Y como si tuviera un cerebro grande como los humanos, pareció comprender. Esas aves, tenían que cumplir sus instintos y si el mundo no las destruía antes, entonces seguirían existiendo seres iguales al ave vieja...y eso era lo único que le importaba a la naturaleza.


Christian G. Del Carpio.

Texto agregado el 07-07-2011, y leído por 117 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-08-2011 Esa ave vieja eres tú? carelo
07-07-2011 hola collectivesoul
 
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