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Inicio / Cuenteros Locales / DanyCruyff / El púlsar eres tú

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Había una vez una galaxia infrarroja con sentimientos, lógica y conciencia propia. No necesitaba de intérpretes ni profetas, era capaz de palparse a sí misma, de escuchar el ritmo que su centro magnético emitía.

Todo se estremeció. 2022 millones de años luz a la redonda el eco del estruendo aún se percibía. El epicentro parecía ser un minúsculo planetoide que rara vez era observado. ¿De dónde había obtenido tanta energía? ¿Qué o quién había trastocado sus placas tectónicas más profundas?

Gravedad –emperatriz y orfebre del condado sideral– fue notificada del exabrupto acaecido en su territorio espiral. Estricta como pocos, acostumbrada estaba a que sus dominios sólo (r)evolucionaban cuando a ella se le antojaba, cuando el placer despertaba de su letargo.

"Gius-9020, otrora procrastinador, violentó la paz de nuestro hogar". Ese rótulo fue esparcido con pasmosa velocidad por algunas estrellas ancianas, quienes amargadas por su falta de luz habían vendido sus almas a los Polvorones Cósmicos (mafiosos que en contubernio con Gravedad, coartaban la libertad de los cuerpos celestes en su afán por establecer una siniestra sociedad intergaláctica) a cambio de un poco de brillo.

Su andar en el espacio era sigiloso, casi temeroso. Comparado con las supernovas era un ente opaco. Sin embargo, bajo su breve ionosfera coexistían destellos de vida majestuosos: organismos microcelulares; esporas; nubes interestelares formadas por moléculas de alcohol etílico, capaces de erigirse como morada para nuevas formas de vida; y lagos cristalizados de helio. La delgada corteza –de tungsteno y litio– recubría delicadamente su capa más poderosa: el núcleo (magma espiritual), de una sensibilidad sin igual.

"Su núcleo es impuro, demasiado volátil, sólo un terrorista actuaría de esa forma. Merece la pena máxima, su estancia junto al resto es inviable", decretó enérgicamente el juez Toutatis, líder de los ministros asteroides (rocas de gran envergadura, carentes de emociones, gracias a lo cual habían sido elegidas como el juzgado sideral). Gius estaba condenado, en 14 días sería obligado a realizar un viaje al centro de la galaxia donde vería cara a cara al quásar más temido del Universo, el mismísimo Blacksconi.

"Si mezclas asombro, cariño, admiración, radiaciones solares, neutritos, efectos gravitacionales, residuos de meteoritos, llanuras metálicas, ligeros vapores, gases nobles, y un magma cálido, ¿qué sustancia obtienes?", se preguntó Funes-9919, un viejo planeta que vivía en el exilio. Ni la sabiduría que le conferían sus 17 anillos le otorgó la respuesta.

"Seguramente ese tal Gius es un mercenario, un espía enviado por Andrómeda, que en su afán de expandirse pretende absorbernos, aniquilarnos. Apuesto que utilizaron a ese tonto como carne de cañón", especulaba Gravedad.

Un vuelo fugaz; una ruta desconocida; colorida e intensa; manaba chorros a propulsión de líquidos con altas dosis de afecto; siempre activa; amistosa; buscaba nuevos tiempos-espacios para explorar: así era ella, ¿pero quién era ella?

Despojado de su magnetosfera, desorbitado –física y mentalmente–, Gius sucumbía ante las contradicciones del vacío. El caos ya era parte de él. Inmerso estaba en una nebulosa (vehículo donde desplazan a los prisioneros), su presente marchaba bajo penumbras, bajo el escalofriante sonido del silencio.

"He escuchado poco sobre los púlsares, sólo sé que sus pasos emiten bellas melodías. Son como velas, su luz perdura aún cuando ellos perecen. Son la antigravedad en el Universo", le comentó Funes a una de sus inseparables compañeras, su satélite Miranda. Pero, ¿por qué traía a colación a esos seres tan peculiares? Delirios de un anciano, quizá, aunque tal vez...

Cruce vertiginoso de miradas. Campos magnéticos atrayéndose mutuamente. Parpadeos relampagueantes. Recuerdos registrados en pedacitos –invisibles– de papel. Centros en ebullición, listos para fundirse en uno solo. Eso fue, así es, eso fue.

Risas estruendosas y golpeteos constantes, el momento –casi– había llegado. A pocos años luz de observar la magnificencia del motor de la galaxia –Blacksconi–, el rostro de Gius denotaba una profunda aflicción, seguramente porque sabía que sus movimientos de rotación estaban contados, era obvio, ¿no?...

Miranda obstruyó el paso de la luz de los 15 soles de la galaxia, eclipsó el día de Funes, empero, alumbró su mente. En medio de la nada obtuvo la respuesta: caos y calma, he ahí la clave. "Él la ama, ella lo presiente, pero el miedo le impide racionalizar esa radiación. La implosión que protagonizó no fue más que un llamado, una misiva, una declaratoria. Ese acto fue tan honesto que rompió el paradigma establecido. ¿Quién desdeña su estirpe y sus riquezas sólo por comunicar un sentir? ¡Vaya osadía!", murmuró el viejo.

"Eres patético, ¡mírate! Tu acto por demostrar valentía no hizo más que evidenciar tus carencias, pero en instantes dejarás de contaminar al infinito", vociferó el quásar supremo, al tiempo en que sus grandes fauces se abrían para succionar el alma de Gius.

Ráfagas de cometas matizaban el ambiente. Por añadidura los acompañaba un registro sonoro sublime, justo como éste, ¿escuchas? Las comisuras de la maltrecha atmósfera de Gius dibujaron una leve sonrisa, pues ese canto celestial sólo podía interpretarlo un maravilloso ser, un púlsar como tú.

Texto agregado el 14-07-2011, y leído por 64 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
14-07-2011 Me atrapaste con este relato cósmico. No es el estilo que más me atrae pero realmente este cuento es diferente y está muy bien hilvanado. Me encantó "ver" esos planetas, anillos, nebulosas, púlsares, etc., como si fueran personas, hasta vi sonreír esa atmósfera. Un abrazo y mis estrellas. Magda gmmagdalena
 
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