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Y de repente ya no son ruidos de pájaros los que precipitan la dilución del sueño, suena algo diferente, como sonidos de automóviles pasando raudos y que se diluyen con la misma rapidez de lo que estaba soñando.
Mis pies ya no apuntan hacia el oeste porque la primera luz es más luminosa que de costumbre. Una vaga sensación de peso sobre mi brazo derecho, un leve dolor casi, más que una algia un tenue adormecimiento.
Estoy desnudo.
Las paredes se ven más altas o la cama está más baja, quizás ambas. La mitad de las cobijas en el suelo. De las frazadas chilotas ni rastro.
No escucho ladridos, ni las rancheras matutinas de la radio del vecino.
Sólo oigo rumores de automóviles atrasados y una que otra motoneta que también se diluye, como caída en un pozo.
Sé que llueve pero no escucho la lluvia. Lo sé porque cuando sueño en colores es porque afuera el día está gris y translucido.
Algo o quizás todo está inversamente construido esta mañana. Pero no hay miedo, hay sorpresa, quizás ansia.
Me quedo mirando el techo un buen rato. Aparte de la sensación del brazo, siento un balanceo invisible sobre mi espalda, similar al síntoma del “mal de tierra firme” que acompaña a los navegantes renunciados.
Hay una puerta abierta donde solía no haberla ni abierta ni cerrada.
Sobre la mesa de noche ya no está el sempiterno vaso de vidrio verde con agua. Su lugar lo ocupa una lámpara pequeña y un cenicero.
A este ritmo me he dado cuenta que nada es doméstico, que todo está montado de manera diferente, con una domesticidad ajena que voy descubriendo en cada detalle.
Entonces pienso que cerraré de nuevo mis ojos porque esto aún es sueño y que al cerrarlos en mi realidad consiente surtirá el efecto contrario, en donde se abrirán para estrellarme pacíficamente con los pájaros cerca de mi ventana al este, mi puerta blanca a los pies de la cama, mi tonelada de cobijas de lana de oveja y la radio del vecino con sus sufridas canciones mexicanas.
Cierro mis ojos y uno, dos, tres giro mi cabeza abriéndolos de nuevo:

A mi lado una menuda y deliciosa mujer está pintándose los ojos, como alistándose para brincar al trabajo y sobre la cama estirándose en un largo bostezo una minina que sé que es “ella” porque de tener más de dos colores es lógico que un gato siempre será gata.

Y como hay lógica en este montaje, finalmente me rindo aliviado de saber que he abierto los ojos ante mi nueva domesticidad matutina y que esto no es sueño.


Texto agregado el 16-07-2011, y leído por 147 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-08-2011 Muy bueno... te atrapa desde el comienzo y ese misterio te va llevando hasta el final ...muy bueno!***** consuelo09
19-07-2011 Un relato que intriga desde el principio, y estoy segura de que en esta construcción, son todas tus cosas las que describes. Y eso me gustó. Saludos malnacida
 
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