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Si dices adiós, no borras tus recuerdos, los revives cada segundo, pensando en quien te domaba los pensamientos, quien te anudaba la garganta y te hacía creer que el mundo no llegaba más allá de la casa en la esquina, que el mundo era una enseñanza que habíamos aprendido solo escribiendo versos para decir mil y doscientas cosas.
Si dices adiós, Derramas una lágrima en un cuerpo de arena, que obligadamente, cede ante un par de ojos, te arrodillas ante un espejo, queriendo entrar a un mundo distinto, a una realidad utópica, a un sueño alcanzable.
Si dices adiós, solo crees que hiciste lo correcto, inhalas el perfume que queda en tu ropa después de veinte años, lees las cartas con tu mente, las cartas que has roto pensando que la humanidad se desvanece con el viento, persigues y giras en el mismo circulo una y otra vez, besando las imágenes del cielo como un espejismo en un gran y confuso desierto.
No saber si decir adiós, si continuar investigando el mundo a la distancia o reinar una vida sencilla, no escatimar en gastos al ir de viaje al sol, a los dos soles, a mi hogar. Guardo el boleto que manché con café, en el despertar de un nuevo amanecer, el boleto que asegura que no volaba bajo el día que me lancé por el puente, para caer en un montón de plumas, solo quiero un caramelo, poner un gorro en mi cabeza y ver cómo me convierto en niño otra vez.
No saber si decir adiós, desenredar mi cabello, ordenar los brebajes y cantarle a los animales, o discutir con mis dedos sobre la posibilidad de un castillo en la luna, para sacarle brillo a las estrellas y dibujar con cenizas un nombre que no es nada efímero. No sé si decirte adiós, solo soy un joven que vive las sonrisas ocultas en los faroles, atropellando aeropuertos para vengar a un par de palomas.
Nadie sabe si decir adiós, no sorteamos las entradas para un final feliz, se derritieron en mis bolsillos, respirando el aire que boté al basurero, al tomar una siesta, al escondernos en un bosque para sonreírle a los árboles. No somos fuertes, solo normales, criticándole a los rosales por no creer en el rocío que los ahoga en la mañana.
Ya nadie quiere decir adiós, les asusta el saber que hay un asesino que quita vidas con su guitarra, que esconde las almas en el tope de las cuerdas, y le canta al augurio por despertar la inquietud en los participantes, los de un juego que hace palpitar los corazones, que sirve de confesionario para los que temen quemarse en la fogata, la más grande, la universal.
No diré adiós, no aprenderé a arañar el cielo buscándole una portada a mis revistas, no creeré que hay agujeros en el techo, no se escaparán mis recuerdos para ganar una balsa de cartón, no mataré los cuerpos de mil personas buscando a su alma gemela, no envidiaré a quien la atrape, vibraré al ver los ojos que me dicen adiós, una vibración autónoma, al ver pasar su esencia por los suburbios que toco como laberintos, siempre tendré una mariposa y una luciérnaga que me digan que estoy cuerdo, para sonreírle a las estatuas en las plazas, para hacerle una promesa a una vida que se va volviendo bella, al pasar de un segundo, al retroceder dos, y al hechizarme en el tercero cuando me arrodille ante un saludo que me haga pisotear una lágrima, esperando el resplandor…. Esperando, el resplandor.

Texto agregado el 12-08-2011, y leído por 137 visitantes. (0 votos)


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