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Comenzó siendo puntero.
Chiquito, lo largaban a correr contra la raya, todo cuan larga.
El corría.
Corría y corría detrás de la pelota, y cuando la alcanzaba la empujaba para seguir corriendo, alejándola del alcance de los pies de sus marcadores que al tocar el suelo en sus vanos intentos por pararlo, encontraban el ridículo y las risas del público.
En ocasiones amontonaba rivales en un sector del campo de juego y luego se alejaba tan veloz que le daba para atarse los zapatos, peinarse y saludar a sus amigos en la tribuna, antes que llegara nadie a querer disputarle el balón.
Imposible que pudieran, los rivales, perder el embeleso ante tan bellas jugadas y hasta se consideraban afortunados cuando el malabar inesperado, la jugada imposible, era realizada ante sus propias narices.
Luego de demostrar, en lances aplaudidos de pie por la afición de los dos clubes intervinientes en el encuentro, el nivel desarrollado en su habilidad de precisión robótica en llevar la pelota hasta con el noventa y nueve por ciento del esférico apoyado sobre el borde exterior de la línea de cal que limitaba el campo de juego con la banquina donde caminan los zagueros laterales para ejecutar las faltas cometidas por algún adversario que enviaba la pelota fuera del campo, fue el famoso Sinsonte. El que cantaba mil melodías con sus pies.
En la plenitud de su vida deportiva, tragaba los vientos y desmenuzaba la cal con los tapones de sus zapatos, cegando a sus vanos perseguidores con el polvo calcáreo, corriendo hasta el rincón del córner. Llegaba a aquella encrucijada para levantar intuitivos centros a la olla donde se cocinaban revoltijos de carne con arengas.
Campeonato a campeonato, fue afinando las gargantas que coreaban el nombre por el que era conocido.
Cuando las fuerzas de sus piernas mermaron, el público recibió la jugada diferente, el centro a una zona predeterminada, acordada en el vestuario, espacio que sería ocupado por el grueso del ataque, impulsando la pelota hacia el punto exacto en el que sabía que el nueve estaría cuando la pelota llegase.
Tal eficacia lo llevó a ir abandonando paulatinamente la raya de cal del lateral izquierdo y se largó a intercalar corridas en diagonal al primer palo del arco contrario.
Si encontraba un espacio de treinta centímetros de diámetro, por ése túnel imaginario enviaba la pelota. Certero.
Con la edad, la evolución lo llevó a ejecutar todas las faltas de pelota quieta: tiros libres, córners, penales.
Cumplir esa función lo fue alejando de las puntas a un punto equidistante.
Con la 10 en la espalda, recibió a los pies la pelota tranquila, la que le llega a un jugador que no tiene la marca encimada del adversario.
Por más que él ya no se movía de su lugar, era de temer.
Nadie se arriesgaba a hacer el ridículo de querer marcarle, ya que el aura de su figura de estatua sagrada del fútbol local repelía hasta a los más revulsivos.
Entonces se regodeaba con sus pases increíbles, sus inapelables penales contra los palos y los tiros libres a algún ángulo inesperado.
Nunca más se movió de allí, del pozo en el que se instalaba cada vez que su equipo era locatario y requería de sus servicios uno o dos minutos antes de finalizar el partido.
Calentaba en silla de ruedas y le infiltraban el cerebro para que el reuma no fuera impedimento.
Una tarde de invierno murió, justo en el punto de tiro penal, donde lo ponían para que le cometieran falta y el árbitro pitara la pena capital, o para que la defensa se abriera para evitar eso, precisamente, y dejaban el agujero para que él mismo enviara la pelota a las mallas.
Fue ejecutado por un joven parcial que no conocía su historia, atravesándolo de lado a lado con una barra de acero que arrancó de la alambrada y lanzó desde más de sesenta metros.
-"Denle una oportunidad a ese muchacho". -dijo, moribundo y, con un gesto de la grandeza espiritual que lo caracterizaba, agregó:
-"Puede ser un buen arquero".





Texto agregado el 15-08-2011, y leído por 190 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-08-2011 No me gusta el fútbol, pero fui capaz de verlo. Me llamó la atención el final, ese en el que, incluso en las últimas, es capaz de ver lo mejor de alguien sin importarle quién es. ikalinen
16-08-2011 Con la edad las fuerzas y las habilidades menguan. Este as de los campos de fútbol, no podía ser menos. Tenía que llegar finalmente la vejez. Tu historia me parece una atinada parábola de la vida del ser humano: nace, crece, se desarrolla y finalmente tiene que morir, para darle paso a las nuevas generaciones. Buen texto Deep. Saludos. maparo55
 
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