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El hábito (XIV)

Justo en el momento en que comenzaba a quedarme dormido, el maldito teléfono sonó como siempre, con tono urgente e inaplazable.
- Señor, un policía va hacia su habitación- se escuchó la voz del recepcionista.
Unos instantes después y con la exigencia de siempre, unos enérgicos toquidos anunciaban la llegada del guardián de la ley. Con el enojo de quien es interrumpido en su intimidad y de quien tiene ganas de dormir en lugar de conversar de chismes o sabe qué cosas, el comandante de policía se metió en la habitación sin decir “agua va”. Y como quien entra como “Pedro por su casa”, el sujeto entró a hurgar mientras me disparaba una retahíla de preguntas con tal continuidad que no me daba tiempo de asimilarlas:
- ¿Así que la monjita viene todos los días a visitarlo? ¿Qué eso no está prohibido? ¿No le da vergüenza andarle bajando las novias a Jesucristo? ¿A qué va tanto al convento? ¿Qué tiene que ver con la monjita? ¿Qué cosas sospechosas ha visto en el convento...?
- ¿Cuál monjita? ¿De qué me habla? ¿Quién es usted? ¿Qué busca? ¿Por qué se mete así en mi habitación? ¿Con qué autoridad? ¿Quién le dijo lo de la monjita? ¿Me está acusando de algo...?
El encuentro con el comandante no se dio en los mejores términos. El tipo, sin ninguna cortesía ni educación, tomó mi cuaderno de notas y se puso a husmear.
Para mi fortuna no alcanzó a leer lo de los niños en los túneles y, de la misma forma como él irrumpió en la habitación, y correspondiéndole a su falta de educación, le arrebaté el cuaderno.
- Esto es propiedad privada y si no me enseña una identificación u orden para ver mis pertenencias, lo invito a que se vaya de mi cuarto y no moleste por favor.
Le dije en forma tan enérgica y encolerizada que hizo reaccionar al tipo.
-¡Uy, que genio. Yo que vengo en son de amigo y usted me recibe con tal descortesía! -me dijo, intentando calmar mis ánimos.
- Un amigo no se entremete a la habitación de otro a husmear sus cosas e interrogando. Usted y yo estamos muy lejos de ser amigos, señor...
Me quedé con la expresión en los labios para investigar quién era ese sujeto que estaba ahí, ¿qué quería, qué tanto sabía?
Era un policía de pueblo, eso era obvio, y yo sabía cómo manejar a sujetos como ése, pagados de sí mismos, frustrados y abandonados en un rincón del mundo.
- Comandante Jiménez -me dijo-. Y lo investigo porque es probable que se haya cometido un homicidio en el convento y, como dicen que usted es muy “amigo” de las monjitas, me dije que a lo mejor usted sabe algo...- Alzé las manos en señal de interrogación.
- ¿Un homicidio?- pregunté. ¿Es un hecho lo de homicidio y tiene alguna prueba, o sólo es una “corazonada”?
- Digamos que... por lo pronto es una “corazonada”, pero por eso vine con usted. A lo mejor usted sabe algo.
- No, no sé nada. Yo vine aquí por otro asunto, como puede ver.
- ¡Ah, sí -me dijo-. Lo de la revolución cristera! Es un tema muy viejo; de eso ya casi nadie se acuerda -ironizó.
- La historia es invaluable para la humanidad. Tal vez usted no lo entienda: “El que no conozca su pasado está irremediablemente condenado a repetir sus errores”.
- A mí me vale la historia. Lo que me importa es saber si usted ha visto algo sospechoso en el convento. Usted sí entiende que cualquier omisión lo puede convertir en cómplice.
- Pues no sé nada. Y por favor, si no tiene algo de qué acusarme, haga el favor de irse-. Apresuré la despedida, abriendo la puerta.
- Está bien. Nomás le digo que si encuentro algo, no voy a dudar en encerrarlo.
- Está en todo su derecho de hacerlo. Ahora váyase, que quiero dormir-.

Continuara...

Texto agregado el 05-09-2011, y leído por 95 visitantes. (1 voto)


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