Cae la lluvia y sigo dando paso a mi itinerario imaginario, que burlescamente me pone como una actriz en un teatro del absurdo, buscando el sentido en caminos arbitrarios.
Recuerdo haber andado estas mismas calles de la mano, y hoy, sin nadie en mente, sin nadie al lado, voy sola, como una del billón de gotas que están cayendo del cielo. Gotas de lluvia que vienen todas del mismo sitio, pero viajan y mueren solas, mueren y se reúnen otra vez… somos eso, lo somos.
Veo morir la lluvia y en cada chispa a alguien distinto, las nubes están dejando caer a toda la humanidad y en verdad no les importa, porque "el agua jamás muere", susurra el cielo. La esencia no se agota. No, no le temo a la muerte. Le temo más a la cruda vida.
Y en el transcurso de este viaje, la naturaleza dicta la soledad de los seres, pero nos permite jugar a encontrar el amor en alguien más.
Mas soy una gota ermitaña, cansada de jugar, harta de las superficialidades y de la pedanterìa humana, con todo un viaje del cielo a la tierra para descubrir el mundo y ser más que una gota que muere. Y eso es un poco más que un juego.
Y en este transcurso, me contento al escuchar los tambores en mi cuerpo cuando camino por tu calle, abrigando la idea de que algunas veces me recuerdas mirando una que otra gota de lluvia, de todas las lluvias de esta invernal ciudad.