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Inicio / Cuenteros Locales / duendi8320 / Carta de despedida

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Entonces hasta la llama más incandescente se congeló en el infierno y, cual témpano de hielo, estalló en mil pedazos al oír tus palabras. Hoy, por cada uno de esos pedazos, hay en mi corazón una cicatriz que, por ti, aun sigue sangrando.

Sigo esperando, como siempre, esa mano amiga que sepa arrancar del olvido mis sentimientos, mi alma, y que sepa desatar las cadenas de frío acero que los retienen en lo más oscuro y profundo de mí.

Aquí, así, sigo recordándote con cariño a pesar de lo pasado y, aun pensando en el tremendo infierno que viví a tu lado, razono y creo que nunca, nadie, podrá estar tan cerca de ti como yo estuve... y en el mismo instante, tan lejos como mi mente me
llevara.

Nada es perfecto, lo sé, pero hay caminos, hay empresas, que nunca debieron comenzarse. Tú, siempre tan perfecto, tan servicial, tan cariñoso... y yo, a veces fuego, a veces nieve; tal vez alegre, tal vez triste; quizás amante, quizás detestable.

Me voy, sí, quien sabe si volveré, si volveremos a vernos un día. Al lugar a donde voy no has de seguirme. No te dejaré ni tú podrás. No hay senderos que a él te lleven, ni mapas o personas...

Y si, a pesar de todo, logras seguirme, no habrá en este mundo luz que ilumine el camino por donde vas.

La oscuridad del paraje te envolverá y sentirás cómo su fría mano te atrapa y ahoga. Y querrás gritar... mas no podrás. Y desearás estar muerto, sin saber que lo estabas ya antes de entrar en él.
Mientras, la afilada mano de la soledad, en esa eterna noche, te irá desgarrando las entrañas poco a poco, despacio sin vacilar ni un instante.

Recordarás tus sueños, esos que creíste ya haber perdido, haber olvidado, y soñarás esos sueños que antes te daban la vida y ahora, ya no saben a nada.

Estamos muertos, ¿no lo ves?, vacíos, tan huecos por dentro que el más mínimo indicio de un sentimiento hace vibrar nuestra alma, para después silenciar su canto de un duro y certero golpe.

Las ideas se suceden en nuestras mentes, respuestas de ese eco que produce la mirada anhelante de nuestras vidas, que esperan que volvamos a vivirlas.

Y si, aun entonces, sigues intentando encontrarme... los incesables aullidos de la
melancolía y la misericordia, que nacerán de cada rincón del lugar, congelarán tu alma y volverá a tu espíritu el miedo del niño que tiene que aprender de nuevo todas las cosas, y no tiene a nadie a su lado. Entonces comprenderás el dolor que hoy me
embarga. Y volverás por tus mismos pasos hacia aquel lugar que un día llamaste hogar, y hoy ya no reconoces.

Texto agregado el 09-09-2011, y leído por 264 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-08-2012 Profunda e hiriente Como un manantial de aguas heladas... salzikrum
09-09-2011 Prosa que destila amargura, bien conseguido el clima y bien escrito. filiberto
 
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