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CAMACHO, EL GIGANTE.
Por Carlos Valentin Gonzalez Septiembe 2010

Nuestro territorio era esa media cuadra sobre la avenida, de veredas anchas y variopintas. La media cuadra en la que todos viviamos.
Eramos un puñado de apenas seis, que jugabamos a la pelota haciendo arcos chicos con las columnas de cemento del alumbrado y alguna piedra grande. Las pelotas no sobrevivian demasiado. Los vehìculos de la avenida no tenian reparo en destrozarlas cada vez que alguna salìa veloz al lateral.
Ante las excesivas pèrdidas de tan irremplazable elemento, adoptamos un artefacto que sin ser una esfera cumplìa bastante bien las exigencias, y lo novedoso era que resistìa las ruedas insensibles de autos, camiones y colectivos: Un baldecito plàstico de playa. El precio a pagar era el desagradable dolor si te pegaba en la cabeza o el reto aterrado de la gorda de la mueblerìa que temìa la rotura de los cristales por efecto del culo de nuestro noble balde.
Como dije eramos seis:
Miguel Angel, el hijo del relojero Jesus Valiñas. Gallego de Galicia,comunista , a tal punto que al hijo mayor lo mandò a estudiar Medicina nada menos que a la URSS, a principios de los 60¡¡¡ La madre de Miguel Angel era Isabel,una andaluza que me llamaba Caaloo.
Miguel Angel, era lo que se dice un calentòn. Era el mayor, y a menudo habìa que sacarle a mi hermano Luis antes de que lo hiciese desaparecer en una cuneta.
Jorge, el cabezòn, rubio y flequilludo, olìa a harina.Su padre tenìa una fàbrica de discos para empanadas y pre-pizzas. Tenia 2 años menos que yo, dos años exactos,cumplìamos el mismo dìa.
Luis, mi hermano, tres años menor que yo. Flaco y con rulos, pinta de atorrante.
Hector , “el hetor” y Ricardo, “el dumbo”. Eran hermanos, Hector tenia la edad de Jorge, y Ricardo era el menor de todos, al punto que cuando jugaba a la pelota le aclarabamos que haga cualquier cosa pero que no la agarre con la mano.
Tenian una hermana, Elbi, en realidad Elba. Fuè el nombre que los padres le pusieron en reemplazo de Eva, prohibido en aquellos tiempos.
Mi viejo era el ferretero de la esquina, el comercio mas importante de la cuadra. A los ojos del resto, mi hermano y yo eramos algo asì como los “ricos” del clan. Pero lo que me lleva a escribir, hoy , a mas de cuarenta años de aquellas tardes transparentes de vereda, futbol y escondida es Camacho, El Gigante.
Habràn notado que nada dije aùn del padre de Hector y Ricardo. Pues èl era el Gigante.
Felipe Martinez, ese era su nombre, Tito para sus amigos y familiares. Un hombròn de dos metros y 10 centimetros calculo hoy. Grandote, fornido, con un pelo enrulado y canoso que lo hacìa mas imponente. De profesiòn plomero, aunque creo que agarraba cualquier changuita.
Eran pobres, muy pobres, pero pobreza en aquellos años no significaba miseria. Le alquilaban, al padre de Jorge en una especie de inquilinato, una casillita con 2 o 3 habitaciones y una cocinita. Ahí vivian los cinco. Iban todos a la misma escuela estatal que nosotros, y se hacìan sus buenos asados cada tanto.
Camacho o El Gigante, asì lo llamaban en el barrio en alusiòn a aquel boliviano de dos con cuarenta que tuvo su fama en la primera mitad del siglo XX, y que supo estar en Buenos Aires haciendo exhibiciones, y hasta luchando con Charles Atlas.

Casi siempre con su camisa y pantalón beige de Grafa, y su toscano, con ese olor fuerte, penetrante.
Levantaba a sus hijos, nada chiquitos, con un brazo, los metìa bajo su axila como si fuesen gatitos,y reìa festejando sus muestras de cariño. Solìa tocar la verdulera los domingos , el Pajaro Campana era la que mejor le salìa. Y ademas dibujaba a Peron de perfil con un solo trazo,sin levantar el lapiz¡¡¡
Era un hombre bueno, pero cuando se enojaba con sus chicos, sacaba su cinturón amagando a darles un latigazo y los mandaba para adentro: “ Vayan pa’ las casas¡¡¡”
Siempre contò que en un circo habìa luchado contra un oso, y nos mostraba las cicatrices que le surcaban la espalda a manera de prueba de tamaña hazaña.
Nosotros le creìamos, pero si faltaba algo para que jamàs nos animaramos a dudar de su pasado circense fue lo que pasò una tarde de verano , en el 69.
En frente, por la avenida, habia un inmenso terreno baldìo que ocupaba la cuadra de punta a punta, era una manzana casi descampada en su totalidad Allì, casi todos los veranos se instalaba un circo. Estuvo el Ringling Brothers a principios de los 60, pero ese año vino nada menos que El Circo de Marrone, con el inefable Pepitito Marrone, su mujer Juanita Martinez, el presentador, con su frac y galera Oscar Balichelli , los enenitos Nicolita y Coly y gran elenco.
Estàbamos, a la hora de la siesta, en la casillita de Camacho, con Hector y Ricardo, cuando desde la calle, por el angosto pasillo vimos que se acercaban a paso firme y decidido dos pequeñas, muy pequeñas figuras. No dabamos crèdito a lo que veìamos: Eran los enanos Nicolita y Coly,los de la tele¡¡ que venian a visitar a su antiguo camarada de circo¡¡¡¡¡
Cuando estuvieron en la puerta de la cocina, tomaron carrera y de un salto acrobàtico y sincronizado, ambos se acomodaron en la alta mesada.
Era màgico estar junto a esas figuras del espectaculo, ahí al lado nuestro, riendo con Camacho y fumando cigarrillos Clifton que la Negra,la señora del Gigante, les ofrecìa fascinada. Se me ocurre que no hablamos de otra cosa durante el resto del verano.
Camacho era feliz, amaba a su gente, era buen vecino, y estaba orgulloso de que sus hijos fueran amigos de todos nosotros, que nunca nadie los discriminò por vivir en esa casillita con olor a guisos y con la foto del General en su famoso caballo.
Cuando crecimos, y las amistades del barrio fueron inexorablemente reemplazadas por las nuevas que se generaban en colegios y deportes,supimos que se habian mudado a una casa propia cerca del Hospital Regional. Muriò joven, no creo que haya pasado los 65 años.
Su figura no se olvidò por nuestra cuadra, siempre lo recuerdan, y todavía se puede sentir la estela que dejaba su toscano, el vozarròn que bajaba desde lo mas alto de su humanidad, el metalico ruido que generaba la terraja cuando hacìa las roscas de los caños de agua.
Se me ocurre que en todas las navidades, repite como en aquellos años, el estruendo de petardos y rompeportones que tanto le gustaba encender con su toscano.
Salud Camacho, gracias por tu sonrisa buena, por tus historias heroicas. Me imagino que algùn oso te habrà desafiado donde estes ahora, pero confìo en que con la ayuda de tus pequeños amigos del circo lo habran vencido .












Texto agregado el 13-09-2011, y leído por 71 visitantes. (0 votos)


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