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Había una vez, hace ya mucho tiempo, dos reinos muy importantes, gobernados por dos grandes hombres que con el tiempo pasaron a formar parte de las grandes leyendas de la historia.
Muchos todavía recuerdan la historia de aquel extraño medallón que tanto daño causó, no sólo a los dos grandes reyes, sino también a sus respectivos pueblos.
El rey Octavio gobernaba la ciudad de Morella. Era muy poderoso y su reino se había expandido gracias a las grandes batallas y a su habilidad de gobernar. Octavio era considerado un ser misterioso y de una gran personalidad. Se creía que era un hombre lleno de maldad y de una gran envidia hacia su mayor enemigo y vecino, el rey César del pueblo de Mim.
Mim estaba ubicado al otro lado, hacia el este de Morella y era un pueblo mucho más pequeño, pero era prospero y pacífico. Un extraño poder cubría la ciudad y una paz reinaba en aquel lugar. Muy pocos sabían la verdad de aquella tranquilidad, pero poco a poco se iría descubriendo y su leyenda perduraría por largo tiempo.
César había mantenido su pueblo alejado de las luchas y de las conquistas y había firmado muchos tratados de paz con sus vecinos, incluido el reino de Morella. Esto mantenía alejado a Octavio y su ejército, pero aquello iba a cambiar. César poseía algo que Octavio quería y que por ello arriesgaría no solo su vida, sino la de su pueblo entero. Sabia que no podía atacar directamente Mim, tenia que lograr que César fuese el que atacase primero y así poder invadir Mim y recuperar lo que tanto anhelaba. Sabía que Mim no poseía un ejército grande y que al intentar atacar Morella sería algo en vano y que la victoria era definitiva. Aun sin una cruel guerra, Octavio estaba seguro que César daría lo que fuese por lo que más quería en este mundo, que era su hija Sara.
Sara era la única hija de César, ya era toda una mujer para ese entonces, llena de gracia y de una extraordinaria belleza. A pesar de su corta edad, poseía una extraña inocencia y amaba a su padre por sobre todas las cosas.
Su belleza era conocida en todos los reinos y muchos hombres intentaron en vano conquistar su corazón. Ella sólo tenía ojos para su padre y para él, Sara era su único tesoro.
Ella era muy feliz a pesar de todo. Había perdido a su madre cuando era muy pequeña y apenas la recordaba. Su único consuelo era el amor que sentía por su padre.
Octavio sabía cuánto quería César a su hija y decidió que para recuperar lo que tanto anhelaba y que César guardaba con tanto recelo, era secuestrar a su hija Sara.
Una noche en que toda la ciudad dormía, dos hombres grandes y muy peligrosos, contratados por Octavio entraron sin ser vistos al castillo donde yacían el rey César y la princesa Sara. Debido a la poca vigilancia en el castillo, los hombres pudieron entrar y llegar fácilmente a la habitación de Sara. Le taparon la boca para que no pudiese gritar y salieron con ella. Se la llevaron hacia los caballos que aguardaban a las afueras de las puertas de Mim. Subieron rápidamente y se dirigieron en dirección a Morella. En aquel momento un extraño enmascarado los empezó a perseguir en un caballo blanco. Los dos hombres que llevaban a la princesa se dieron cuenta que alguien los estaba siguiendo y apresuraron el paso. El hombre que tenía el rostro cubierto por una máscara, rápidamente los alcanzó y paso justo al lado de ellos. Pudo ver que uno llevaba a la princesa en su regazo, quien no entendía lo que pasaba. Le habían tapado los ojos para que no pudiese ver nada.
En ese momento, el enmascarado les adelantó y les obligó a detener sus caballos y a retroceder.
¡Quién eres y qué es lo que buscas, forastero!Le gritó uno de los jinetes.
El extraño no respondió y se acercó hacia ellos y desvainó su espada. Los otros no entendían lo que pasaba y decidieron atacarlo.
Pero en ese momento una niebla cayó sobre ellos y les nubló la vista. Una magia cubría a aquel enmascarado y los dos hombres sintieron miedo y algo dentro de ellos los obligó a dejar a la princesa en el suelo del lugar.
El enmascarado se acercó a ella y la subió a su caballo. Ella seguía sin saber lo que pasaba, pero en ese momento sintió dentro de ella una paz especial y dejo de tener miedo. Algo en ella le decía que todo estaba bien.
En ese momento los dos hombres, que la habían intentado secuestrar recuperaron la vista y se fueron rápidamente del lugar sin entender lo que había sucedido.
El enmascarado llevó a Sara hacia un lugar seguro, cerca del lago que se encontraba a las afueras de Mim. La condujo lentamente hacia un árbol junto a la orilla y le quitó la venda que le cubría los ojos, con cuidado de no dañarla. Ella abrió los ojos, pero no tenía miedo del misterioso que la había salvado.
El extraño la miraba en silencio, nunca había visto una mujer tan bella como Sara. Su piel suave y blanca como la nieve, sus mejillas sonrojadas se hallaban sonrojadas por todo la carrera en el caballo y sus ojos confusos le miraban fijamente. Ella al verlo sintió en su interior un sentimiento de ternura y quedó anonadada ante el hombre con el rostro cubierto por una máscara de color blanca, pálida como sus manos. Se acercó lentamente hacia él, le quitó la máscara y su sorpresa fue aun mayor que la que ya le producía aquel ser. Él intentó apartar la mirada y giró el rostro para que no pudiese ver, se sentía avergonzado y temeroso.
Ella no podía entender cómo este hombre que tenía enfrente, el hombre más bello que jamás haya visto, pudiese sentir vergüenza de su rostro. Parecía un ángel y Sara nunca pudo olvidar ese rostro mágico que la miraba con ojos asustadizos, pero con una dulzura y una paz infinita.
Él se sintió irritado por la mirada inquietante de Sara y se levantó rápidamente, ocultó otra vez su rostro con la máscara.
¿Quién eres?Fue lo único que pudo decir ella. No tenía palabras, estaba demasiado confundida y deslumbrada por la belleza de aquel mágico ser.
El enmascarado se subió a su caballo y se alejó del lugar. Sabía que Sara ya estaba a salvo de cualquier peligro.
Ella al recuperarse de lo sucedido, corrió de vuelta al castillo y esa misma noche le contó a su padre lo ocurrido. Por lo que había podido escuchar Sara mientras estaba con los dos hombres era que estos cumplían órdenes de Octavio y que debían de llevarla hacia el castillo de Morella.
Su padre se quedó pensativo y no entendía por qué Octavio había intentado secuestrar a Sara. Qué era lo que quería lograr con ese hecho, lo cual pronto descubriría.
Sara se fue a acostar, pero esa noche no pudo dormir. No podía dejar de pensar en el extraño que la había rescatado del intento de secuestro. Estaba más intrigada pensando en el mágico ser, que en el por qué Octavio quería hacerle daño a ella o a su padre. Se quedó en la oscuridad de su cuarto contemplando el amanecer y oyendo a los pájaros cantar en los grandes árboles del palacio.
Su pensamiento se volvía constantemente a aquel maravilloso ser, que se avergonzaba de su rostro tan hermoso y que al parecer no se daba cuenta la belleza que tanto cautivó a la joven Sara. Era tan inocente como ella, sin embargo, ocultaba un terrible secreto, el cual lo obligaba a mantenerse lejos de la gente y sobre todo de su amada princesa.
Octavio estaba furioso, sus planes de secuestrar a la hija de César no habían salido como él separaba, había fracasado…
¡Insensatos, cómo es posible que mando a mis dos mejores hombres para que cumplan una tarea tan sencilla y me vienen con las manos vacías!Los dos hombres todavía aterrorizados por lo ocurrido se estremecieron y uno de ellos contó la historia del enmascarado.
Señor, todavía estamos ofuscados y sin entender lo que ha pasado hace apenas un rato. Un extraño enmascarado en un caballo blanco nos comenzó a perseguir. Era un excelente jinete y conocía perfectamente el terreno.. Nos siguió desde que salimos de Mim, ya con la princesa con nosotros y se adelantó a nuestro encuentro. En ese momento una densa niebla nos cubrió la vista y una voz dentro de nosotros nos ordenó que dejásemos a la princesa con aquel hombre, sino un gran pesar caería sobre nosotros. Un miedo aun mayor paralizó a nuestros caballos y a ciegas dejamos a la princesa en el suelo. Mi Rey, todavía tenemos el cuerpo temblando por aquel poder que nunca antes habíamos sentido. Usted sabe, que somos sus más fieles servidores y lo último que haríamos sería traicionarlo o mentirle. Le juro por mi mujer y mis hijos y sé que hablo por los dos, que aquel no era un hombre cualquiera. Era un demonio o algo parecido.
El Rey se quedó pensativo ante lo que acaba de escuchar y les ordenó que se retirasen. Qué era lo que había ocurrido realmente, no lo sabía. Pero creía que sus hombres le decían la verdad, vio el miedo en sus ojos. Ahora su pensamiento se concentró en intentar otro modo de recuperar lo que César tenía y que le pertenecía.
A la mañana siguiente en Mim, se organizó una gran fiesta por la princesa, ya que se encontraba sana y salva después de lo ocurrido la noche anterior. César quería saber quién era aquel hombre que había rescatado a su hija y que tanto le había impresionado. Se anunció en todo el reino que si alguien daba razón del misterioso hombre, sería recompensado por el bienestar de la princesa.
El castillo estaba muy ajetreado, lleno de gente y forasteros que venían a informar de lo que la noche anterior habían visto. Pequeñas cosas, casi sin importancia, pero que con esos datos se pudiese llegar a saber la identidad del enmascarado y de los dos delincuentes del reino de Morella, como había indicado la princesa.
Entre tanta gente que se acercaba al castillo, un anciano se encontraba frente al palacio y miraba con atención desde una calle. Se acercó lentamente a la puerta, donde se encontraba el guardia y le dijo: señor, disculpe, pero quisiera hablar con el rey, es un asunto muy urgente y que sé que le va a interesar.
El guardia lo miró por encima del hombro sin darle mucha importancia. El anciano seguía parado allí y al parecer no pensaba irse sin ver al Rey.
Lo siento, pero el soberano está ahora muy ocupado atendiendo unos asuntos. No sé si se ha enterado, anciano, que ayer intentaron secuestrar a la princesa Sara y gracias a la valentía de un hombre se evitó un terrible suceso para este reino.


Sé lo ocurrido, señor guardia. Es precisamente sobre aquel secuestro de que le quiero hablar con el Rey. Yo sé por qué el rey Octavio intentó secuestrar a la princesa y vengo a advertirle de lo que puede estar por llegar, una verdadera catástrofe.
El guardia miró un poco irritado a aquel anciano y le pidió que le esperase allí, iría a informarle al Rey de su presencia.

César se encontraba en su trono sentado muy cerca de su hija y la contemplaba mientras ésta le hablaba todavía emocionada del enmascarado, de su belleza y su timidez.
En ese momento el guardia se acercó a él y le dijo que un anciano muy insistente quería verlo y al parecer tenía que decirle algo importante. El Rey inquietado, le pidió al guardia que dejase entrar al viejo.
El anciano siguió al guardia hasta donde se encontraba el Rey. Éste lo miró con mucha curiosidad, pero no dijo nada hasta que el hombre se acerco y le hizo una reverencia, como era en estos casos.
Dime buen hombre, qué es tan importante que requiere mi atención y me olvide de mis otros invitadosdijo el Rey.
Mi querido rey César el más grande de todos los reyes que existen en la actualidadle dijo el anciano mientras se levantaba lentamente y se apoyaba en el bastón marrón desgastado. He oído en el pueblo que anoche la princesa tuvo un terrible encuentro, que gracias a Dios no pasó a mayores y deseando que no se vuelva a ocurrir, con dos malhechores contratados por el rey Octavio del pueblo de Morella.
César se estaba impacientando por tanto formalismo y le pidió que dijera de una vez a lo que había venido con tanta insistencia.
Perdóneme su alteza, pero es un honor estar en su presenciaen ese momento Sara se levantó de su silla y se quedó de pie junto a su padre, le cogió la mano en un gesto de paciencia y apoyo. Querida princesa, me alegra mucho ver que se encuentra bien. A lo que venía... Su alteza, yo sabía que esto llegaría algún día. Mi edad y lentitud retrasó el que le advirtiese de ciertas cosas que lo unen a Octavio. Soy un viejo hombre que ha guardado por mucho tiempo un oscuro secreto...
No entiendo lo que me quiere decir y qué es lo que tiene que ver con mi hija Sara.
¿Acaso no fue el rey Octavio, el que intentó secuestrar a la princesa, aquí presente?El Rey lo miró muy intrigado y se preguntó cómo es que aquel anciano, de aspecto vagabundo podría saber realmente por qué Octavio quería raptar a Sara. No dijo nada y prefirió que el forastero continuase con su historia.
El hombre, al notar el silencio que se produjo tras sus palabras, procedió:
El rey Octavio no quiere precisamente a su hija Sara, lo que él quiere es el medallón... no me mire de ese modo, mi señor. Sé perfectamente lo que estoy diciendo y usted sabe de qué medallón se trata..
Padre, de qué medallón está hablando este hombreSara miró fijamente a su padre esperando una respuesta.
Es extraño que mencione ese medallón, hace mucho que no lo veo. Pero desde que lo tengo un misterioso poder ha ido creciendoEl Rey se quedó muy pensativo y recordó aquella joya y lo mucho que le había cambiado la vida desde que la obtuvoHacía ya tiempo atrásprosiguió el Rey... Un niño mudo se me acercó y me lo mostró, era tan hermoso, no entendía de donde lo había robado, era lo más probable. Tenía una belleza infinita y me quedé admirándolo por un buen rato. Cuando por fin pude reaccionar, el niño ya se había ido. La situación me pareció tan extraña... Miré el medallón y pude ver que en él estaban tallados dos hombres de un negro penetrante. Esos hombres estaban mirándose uno al otro, pero uno de ellos no era un hombre de verdad, parecía una bestia o un demonio... Los dos se estaban tomando de las manos, parecían unidos por algo más y hasta ahora me pregunto qué es exactamente lo que los une, si son tan diferentes.
Ese medallónsiguió el ancianopertenecía a la madre del rey Octavio. Hace ya mucho tiempo, antes que Octavio naciera, una anciana se le acercó a la Reina y llorando le rogó que la escuchara. Ésta se quedó mirándola y le dijo: “Mujer, pero qué es lo que la tiene tan preocupada, cuénteme qué es lo que le pasa.”
Yo era el consejero de la sus majestades y en ese momento iba yo con ella, la mujer la miró y se quedó un rato en silencio. La Reina se estaba impacientando y les pedí a los guardias que tuviesen cuidado de lo que le podía hacer la pobre vieja. Justo en ese momento, la mujer sacó de su vestido viejo y arrugado un pequeño bolso de cuero, se lo dio a ella y le dijo: “Usted dará a luz dos hijos el mismo día, los dos serán varones, salvo que serán tan opuestos como el día y la noche. Uno será un ángel reencarnado, el otro será un ser malvado, un demonio. Su decisión, majestad, cambiará el rumbo de su vida y uno de ellos será su perdición. Pero sólo esto los salvará, porque dentro de él se guardará su espíritu, que apaciguara la furia de la bestia.”
La Reina no supo qué decir, aceptó el bolso que le ofreció la mujer y lo abrió. Yo le pedí que no lo hiciese, que no aceptase ese objeto, debió hacerme caso... Un momento después la anciana había desaparecido y la señora no dijo nada durante todo el día. Yo sabia que en su interior un sentimiento de miedo se apoderaba de su alma. Sólo ella sabía por qué había aceptado aquel presente, porque más tarde nos enteramos que la Reina estaba embarazada.
Aquella hechicera le había dado en el bolso el medallón que ahora usted tiene en su poder. Ella lo contemplaba en silencio y muchas veces la vi mirándolo con los ojos llenos de lágrimas.
Como había predijo aquella mujer, la Reina tuvo dos hijos. Y uno de ellos no era un niño, era un mounstro...
Fue una noche tormentosa de pleno invierno, un parto difícil. Se podía escuchar sus gritos de dolor desde la otra habitación. Trataba de calmar al Rey que no dejaba de pedir que alguien le explicase o lo dijese algo sobre su mujer y sus hijos. Pasaban las horas y no había noticias, el silencio era insoportable. Cuando ya estaba amaneciendo, una de las parteras salió de la habitación y pidió hablar con su majestad antes de ver a los niños.
La profecía se había cumplido y la decisión que tomara sobre aquel niño podía ser su salvación o su perdición. Mas eso éste no lo sabía y su decisión fue determinante.
No quiso mirar al niño y me pidió que me lo llevase y que le diera muerte.
El primer niño era hermoso, lleno de vida y de salud: Octavio.
La pobre Reina no pudo soportar el ver a sus dos hijos y murió esa misma noche. Todo se complicó, el odio del Rey crecía dentro de él por aquel niño, lo culpaba de la muerte de su mujer.
Yo me lo llevé lejos y empezó a llorar en mis brazos. No podía sacrificarlo, era tan pequeño y tan inocente. Cuando lo miré y vi su fealdad, sentí lástima de aquel pobre ser.
Lo llevé cerca del castillo, en el lago que separa nuestros dos reinos y lo intenté ahogar. Trato de no recordar lo que me costó tener que cumplir aquella terrible orden. Pero el pequeño dentro del agua se sintió feliz y empezó a nadar. Creía que estaba dentro del vientre de su madre, era la impresión que me daba.
Octavio, mientras tanto empezó a empeorar y no dejaba de llorar. Parecía que se iba a morir. Las mujeres que se encontraban con él, no sabían qué hacer. No entendían bien lo que pasaba. El Rey les gritó y una de ellas, le dijo:“Señor, puede que necesite que su hermano este cerca de él.” Puede que lo haya dicho sin pensarlo, pero era una gran verdad. Éste se quedó meditando en lo que la mujer le había dicho y me mandó buscar. Cuando se enteró que no había matado al niño y me pidió que lo llevase de vuelta al castillo.
Efectivamente como había dicho la mujer, el niño empezó a mejorar lentamente. Nadie podía creer la situación. El soberano era el primero que no entendía nada. Mandó a todos los que se encontraban en el lugar a que guardasen secreto de lo que habían visto y me ordenó poner al niño en un pozo que se encontraba en el sótano del castillo.
La vida de uno dependía de la vida del otro. Lo que la bruja había dicho se estaba cumpliendo. El rey Príamo no me quiso escuchar cuando le conté la historia del medallón. No quiso saber nada de él. Una maldición pesaba sobre él. Debe de haberlo vendido o regalado, no tengo ni idea de lo que hizo. Ahora sé que usted lo tiene y necesito que se lo devuelva a Octavio.
Qué fue de ese niño, del hermano de Octaviopreguntó el Rey.
Yo fui su cuidador y fui como un padre para él. Toda su vida ha estado dentro de ese húmedo y miserable. Él, en cambio, se siente que está dentro de su madre, como si nunca se hubiese alejado de ellaEl anciano se quedó mirando el suelo, intentaba ver a aquel ser dentro de ese pozo, nadando y sin saber la verdad de su origen.
Es una historia un poco difícil de creer, cómo sé que no nos está engañando. Usted mismo nos ha dicho que es un servidor de Octavio. Puede que sólo quiera recuperar el medallón. Octavio sabe el poder que encierra esta joya.
Sé que esto es mucha información para Usted, pero me arriesgo mucho al venir hasta usted y contarle toda esta historia, sabía que usted desconfiaría de mí. Es la palabra de un desconocido y como buen Rey, no debe creer todo lo que se le dice y menos si tiene que ver con la seguridad de su patria. Usted y yo sabemos que la prosperidad de Mim, es producto de la magia del medallónCésar guardó silencio. Octavio creció sin saber nada de su hermano. Nunca supo que gracias a aquel ser, vivía una vida llena de riquezas y poder.
Poco tiempo después, Octavio enfermó de neumonía, no había esperanza de que sobreviviese.
Su padre, Príamo, me mandó a ver si aquel ser tenía algo que ver con la enfermedad de su hijo. En el fondo creía que lo que la bruja le había dicho a su mujer era cierto.
Y en efecto, llegué y lo vi ahí en el suelo llorando de dolor. Me pedía con los ojos que lo ayudase. Nunca había aprendido a hablar, sospecho que era mudo. Parecía un pez fuera del agua revolcándose en el suelo, herido y lleno de sangre.
Cuando me acerqué a él comprobé que estaba herido. Tenía un corte muy profundo en el pecho. Me apresuré a curarlo, pude ver cómo me miraba, me estaba agradeciendo lo que hacía por él y me sentí tan culpable y decepcionado con todo.
Lo vi indefenso e inocente. Él sólo quería que nadie lo apartase de su madre, de mí (sus ojos se llenaron de lágrimas).
Octavio se recuperó casi instantáneamente, todos creían que había sido un milagro. Sólo el Rey y yo sabíamos la verdad.
El tiempo pasaba y le pedí su majestad que hablase con su hijo, que le contase la verdad. Pero él no me quería escuchar. Su terquedad era más fuerte y eso luego le trajo el odio de Octavio. Amaba tanto a Octavio que no quería causarle ningún daño, no quería que supiese la existencia de aquel ser, de aquella bestia.
Pasaron los años, Octavio se casó muy joven con Maria de las Casas, hija de un conde muy importante, amigo de su padre. Una mujer demasiado curiosa y su impertinencia le costó la vida.
Un día que paseaba por el jardín encontró la puerta que daba a los sótanos del castillo. Sin saber lo que le esperaba, abrió la puerta que daba al pozo. Todo estaba muy oscuro, escuchó unos ruidos y entre las tinieblas del lugar divisólos ojos de la bestia, que la acechaban con una natural curiosidad. Ella dio un grito y salió corriendo para avisarle a Octavio lo que había visto. Éste sin entender lo que le hablaba su mujer, se dirigió al pozo y se encontró con su hermano frente a frente. Se quedó inmóvil, lo miró profundamente, mientras se escondía su hermano en un rincón, estaba aterrorizado. Octavio lo vio y un miedo le paralizó el cuerpo, en el fondo supo desde ese momento que era su hermano. Eso se sabe, la sangre es más fuerte que todo lo demás.
Ordenó que lo amarraran, yo le rogué que no lo lastimara, sería su fin. Pero no me escuchó. Se dirigió a hablar con su padre y le pidió una explicación de lo que había ahí abajo en su propio castillo. El rey Príamo no supo qué decir a su hijo, era hora de decir la verdad.
Yo intentaba calmar a aquel miserable ser, estaba asustado y gritaba para que lo soltasen. Sentía que lo estaban separando de su madre, lo iban a alejar de ella.
Mientras tanto Octavio le reclamaba a su padre:
¿Quién soy, quién es aquel ser miserable que escondes tras mis espaldas?Octavio estaba furioso y Príamo se quedó en silencio. La hora había llegado, tenía que decirle la verdad a su hijo.
Es tu hermano.
El Rey le contó todo a su hijo y desde ese momento todo ha cambiado en Morella. El pueblo sólo hablaba de lo ocurrido en el sótano del castillo y del ser que habitaba ahí.
El llanto del mounstro se escuchó por todo el reino por mucho tiempo y una furia interna crecía dentro de él. Octavio no sabía lo que estaba haciendo.
Hablé con él y le pedí por favor que lo liberase, que lo dejara en paz. Traté de convencerlo que su vida dependía de ese ser, pero no me quiso escuchar. Se parecía tanto a su padre.
Sabía que lo único que calmaría a la criatura era el medallón, recordé lo que la hechicera había dicho (el espíritu de su madre estaba en aquel medallón)
El rey Príamo intuía dónde podría estar el medallón, sólo le dijo a Octavio que se encontraba en las tierras de Mim. Habían rumores sobre la aparición de cierta joya que ahora poseía el Rey César…
María dio a luz a los pocos días a un varón, pero el niño nació enfermo, era muy débil y no creían que sobreviviría. Octavio no quiso saber de él, estaba queriendo ocultar la verdad. Lo ignoró, al igual que a su madre. El niño murió y a los pocos meses María se suicidó, no pudo con el desprecio y la ignorancia de Octavio.
Es una historia muy triste, padreSara había escuchado atentamente todo lo que el anciano había relatado.
Ahora la criatura ha descubierto que no está en el vientre de su madre, podría morir de tristeza y si él muere Octavio también. La bruja lo predijo y ese medallón contiene un espíritu de paz mágico y lleno del amor, el de una madre. Devuélvaselo a Octavio, se lo ruego de rodillasel anciano se arrodilló ante el Rey, que no decía nada, no dejaba de darle vueltas a la historia tan inverosímil que acababa de escuchar.
En ese momento un ruido estremeció el lugar y los cristales de las ventanas retumbaron ante el tumulto que se estaba produciendo a las afueras. Se escucharon gritos y en medio de la confusión apareció Octavio dispuesto a todo con tal de recuperar lo que le pertenecía por herencia.
Rápidamente el rey César y su hija salieron por la puerta de atrás y éste se llevó consigo el medallón.
Octavio saqueó el castillo y con él, la ciudad entera. Buscó y buscó, pero no encontró nada. Sabía que el medallón ya no estaba más ahí.
César y su hija lograron escapar y se refugiaron en la casa de algunos parientes suyos, pero presentía que tarde o temprano Octavio los encontraría.
Una noche, Sara intentaba dormir, habían pasado muchas cosas desde el día que aquel ser misterioso la había rescatado del posible secuestro de Octavio.En ese momento escuchó un sonido que venía del jardín. Se acercó y vio que un hombre se alejaba hacia la oscuridad de la noche, lejos de la casa. Ella lo reconoció, era el enmascarado que la salvó.
Se puso rápidamente un camisón blanco y salió a su encuentro. Esta vez, el hombre no llevaba máscara y la estaba esperando cerca de un viejo árbol.
Sara recordó, al verlo, lo hermoso que era, no tenía palabras. Él se le acercó e intentó decirle algo, sólo que no podía hablar. Se sintió muy mal y bajó la cabeza ante la impotencia.
Sara lo miró con los ojos llenos de lágrimas y le tocó la cara, pero éste se sintió incómodo ante la caricia de la mano de una mujer. Sara se percató que en su mano derecha llevaba una pequeña pizarra y había escrito algo en ella. Intentó descifrar lo que decía, pero él se dio cuenta de su intención, salió corriendo y se alejó del lugar. Sara no lo detuvo, no tenía voz, sólo un nudo en la garganta y una gran pena inexplicable. Observó como se esfumaba la visión del ángel y susurró: “Eso es lo que es, un ángel...”
Octavio se enteró del lugar donde se escondía César y su hija y se dirigió rápidamente hacia él.


Para César, el medallón significaba mucho. Desde que lo obtuvo, su reino había mejorado notablemente y era conocido y respetado por todos y sobretodo por los pueblos y reinos vecinos. Había logrado la paz que tanto ansiaba y evitar así los posibles ataques e invasiones de su pueblo. Ahora estaba cegado y no quería apartarse de él. Ya había perdido su reino, su pueblo, pero aun le quedaba su hija y mientras tuviese el medallón controlaría su poder y sobretodo a Octavio.
Este deseo de retener el medallón, no le hacía ver lo realmente importante para él, su hija Sara.
Ella sufría mucho por su padre, lo veía como poseído por ese objeto, no entendía por qué su padre se aferraba tanto a él. Lo miraba con pena y angustia y pensaba en Octavio y todo el mal que había provocado. También recoró al miserable ser que vivía en un pozo oscuro y frío suspirando por volver a sentirse seguro junto a su madre. Pero eso nadie lo entendía, a nadie le importaba.
César, a pesar de todo, pensaba lo mismo que su hija. Sabía que cuando Octavio viniese a buscarlo, tendría que desprenderse del medallón.
Poco tiempo pasó para que las tropas de Octavio encontraran el escondite del Rey y de su hija. Ese día César apretó contra su pecho el medallón, sabía que el final había llegado.
Octavio entró desesperado y los vio sentados el uno al lado del otro, como esperando su final. César le enseño la mano y en ella estaba el medallón.
Era la primera vez que Octavio lo veía y sus ojos se llenaron de lágrimas ante la imagen de los dos hombres cogidos de las manos. Uno era una bestia y el otro un hombre. Lo miró y entendió por qué su padre había guardado tanto tiempo ese terrible secreto, entendió que esos dos seres eran ellos dos, él y el mounstro del sótano y sobretodo comprendió que su destino estaba ya marcado desde el día que nació.
Lo cogió con las manos temblando y los ojos llenos de lágrimas. Lo acarició y empezó a llorar. Recordó a su madre y de repente notó en un interior una inmensa paz. Sin embargo, poco después advirtió un terrible dolor en el pecho. Su rostro palideció, el dolor le nublaba la vista. Soltó el medallón y éste calló al suelo, partiéndose en mil pedazos.
En ese momento una extraña luz entró en el lugar y con ella un hombre todo vestido de blanco. Se acercó a Octavio y en su mano llevaba un cuchillo lleno de sangre. Sara vio que era el enmascarado, esta vez tampoco llevaba la máscara. Sus ojos grises miraban con amor y pena al Rey herido. Se arrodilló y abrazó a Octavio, quien se encontraba tumbado en el suelo cubierto de sangre y sin poder hablar. Le tocó el brazo en un intento de calmarlo y consolarlo. De repente la habitación se cubrió de una intensa luz que cegó a todos. Cuando por fin la intensa luminosidad se desvaneció y todos volvieron a ver, Octavio y el misterioso forastero habían desaparecido.
En el suelo yacían los trozos rotos y sin más magia del medallón, no quedaba casi rastro de él.

Poco después César regresó a Mim y se ocupó de restaurarla tras la invasión de Octavio. Decidió atender también el reino de Morella, ahora que no había quien lo gobernase.
Se celebró el funeral de Octavio, fue algo ceremonioso, puesto que su cuerpo nunca fue hallado
César mandó a ver qué había sido del ser que vivía en los sótanos del castillo, mas ahí no encontraron nada. Sólo había en aquel sucio lugar una pequeña pizarra y en ella estaba escrito el nombre de Sara…
FIN
FANAWEN

Texto agregado el 13-09-2011, y leído por 170 visitantes. (0 votos)


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