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Algunos días, solía escucharse un ronco ronroneo filtrándose por los árboles entremezclando con los gritos de los carayás desde algún lugar del monte, pero solo algunos días, sobre todo si había viento del norte.
El resto, calor y humedad, zumbidos de extraños insectos y, si pudieran oírse, el interminable e incansable laboreo de las hormigas segando toda la siembra.
El verde lacera la vista inundándolo todo y lo que no es verde se tizna de ese colorado que surge del suelo y, poco a poco va adhiriéndose a la piel hasta hacerle perder su casi níveo origen.
Sentado en la pequeña galería de la casa, recostada su espalda sobre la pared de madera y con las alpargatas apoyadas sobre el barandal, el viejo de cabellos blancos escasamente escondidos bajo el sombrero de paja mira el paisaje y recuerda su vieja Cracovia, rescatando de algún fondo de su memoria esas cada vez más borrosas imágenes de la Plaza Rynek Główny, la Catedral de Wawel o la Basílica de Santa María, donde alguna vez, siendo un niño, mendigaba monedas para poder comer.
Años más tarde, siendo un fornido joven y huyendo de la mendicación, con otros miles de polacos iguales a él, en tez y en miseria, había llegado al puerto de Buenos Aires, sobre un río muy distinto a su Vístula nativo.
Siguió por ese río, que iba cambiando de marrón a encarnado, hasta que sus pies se hundieron en tierra colorada y sus ojos fueron golpeados por el verde invasor.
Carretones de gigantescas ruedas de madera tirados por fornidos bueyes, lo arrimaron hasta los 185 acres que el gobierno le había cedido en su condición de colono, junto a unas cuantas bolsas de semillas de porotos, calabaza, algodón y mandioca, y unas maderas para construir una vivienda.
Sembrando semillas, luchando con la selva para que no volviera a adueñarse de todo, y hundiendo su simiente en el vientre de la Amalia se le fueron pasando los años al Polaco, apodo con el que se lo conocía, al igual que a otros muchos, en los pagos de Colonia Wanda.
La miseria de la Plaza Rynek Główny fue reemplazada por otra desdicha donde ya no era necesario mendigar monedas frente a la puerta de una iglesia, ahora se mendigaban a los acopiadores, a los que querían llevarse toda la cosecha y pagarla tiempo después con las mismas cinco monedas.
El trabajo del Polaco, la Amalia y los otros siete pares de brazos que con el tiempo habían germinado del vientre de la mujer no tenía valor alguno para los señores del pueblo, que una vez al año metían sus pies en la roja tierra tan solo para llevarse el sudor convertido en frutos.
En eso pensaba el Polaco bajo el sombrero en la pequeña galería de su casa, mirando al siempre amenazador verde que justo después del arroyo parecía señalarle un límite a su dominio de hombre y también miraba a su Amalia cargando el canasto con la ropa sucia ir camino al arroyo.
Era criolla, piel oscura, mucho más oscura que su piel casi albina, de profundos ojos negros que lo habían enamorado hace ya…. sus recuerdos la encontraban caminando de niña entre Colonia Wanda y Andresito, en el Paraguay, pero no encontraban los años que llevaban juntos.
Sabía que alrededor del año veinte había llegado a la colonia, que al poco tiempo, cuando tuvo terminada la casa y aún no había levantado la primer cosecha, ya vivían juntos, que todos los años, durante siete años el vientre de la mujer se hinchaba y al tiempo paría un hijo, tres mujeres y cuatro varones, intercalados, todos útiles para trabajar la tierra.
Sabía que todavía se perdía en esos profundos ojos negros que ahora no lo miraban mientras caminaban hacia el arroyo, y que ese cuerpo que estaba bajo el pañuelo negro sempiternamente atado a la cabeza y cubierto por la falda hasta los tobillos seguía produciéndole cosquilleos en cada noche y en cada siesta, sabía que la Amalia había soportado ese vivir casi al día, hundiendo sus manos en la tierra, tirando maíz a las gallinas, ayudando en el parto a la yegua, y controlando que los chanchos no salieran del chiquero, porque esa vida era la única mísera riqueza que podían llegar a tener en medio de la selva misionera y en medio de las alimañas del pueblo.
Pobreza de Cracovia que lo había traído hasta ese paraje ignoto del Noreste argentino, y esa resignada penuria de colono sobre esta tierra colorada que ahora se le metía en los ojos mezclada de verde y casi no le dejaba ver a la Amalia arrodillada en el curso de agua lavando la ropa.
Seguro se habrá dormitado el Polaco, seguro el sopor de la tarde entregándose al ocaso, le habrá ido cayendo sobre los ojos hasta que, pesados de tierra, verde y cansancio se le fueron cerrando sobre el cuerpo, lejano de la Amalia.
Seguro fue eso.
De pronto el grito, y las puteadas en guaraní de la Amalia que salta del arroyo con la mano ensangrentada, tiñendo de rojo, si es que fuera posible, esa tierra colorada.
-“Ména yksati mbpore, che hombre tráeme un trapo que la piedra del agua me cortó las carnes y la sangre me va a manchar la ropa que toy lavando” – gritaba imperativa la Amalia apretándose el brazo para que la sangre no saliera tan rápido.
Años haciendo lo mismo en el mismo arroyo y en el mismo lugar y nunca le había pasado nada, ni pirañas había en esa agüita que corría lerda a pasos de la casa y que servía para regar, para tomar, para cocinar y hasta para lavar la ropa.
Años hundiendo sus manos, refregando las mugres del Polaco y sus siete hijos y nunca había pasado nada.
Ahora el jabón que se resbala, cae al agua, mete la mano para recuperarlo y siente el dolor y la Amalia ve como se tiñe de rojo el arroyo, como si la tierra lo fuera cubriendo.
Inútilmente el Polaco trató de convencerla de que lavara la ropa en otro lugar, metros más arriba, metros más abajo, la Amalia era porfiada y tozuda cuando se le metía algo en la cabeza.
- “Porque tengo que llevar (y ese “llevar” era pronunciado de la manera tan especial que la Amalia lo hacía, un llievar, que siempre le había gustado) el canasto a otro lado, si siempre lavé ahí?, eh! Decime che Polaco?, vos andá y fíjate que piedra hay allí (otra vez la elle) y me la sacas y listo, che Polaco” –
Y ahí estaba el Polaco al otro día, metido hasta los tobillos en el agua, encajando ramas y tierras para que el agua se desvíe un poco y ver con que se había lastimado la Amalia, para sacarlo, y que esa “vieja tozuda” volviese a lavar la ropa en el mismo lugar.
Sonrió el Polaco al pensar en la Amalia como una “vieja tozuda”, es cierto se dijo, estamos viejos, más de setenta tenemos, y le daba a la pala para sacar esa piedra que parecía vidrio en el fondo del agua.

II
El tropel de turistas entretenido en fotografiar tucanes, orquídeas, algún que otro colibrí, el verde que todo lo cubre, y la colección de piedras semipreciosas frente a la mina, poca atención presta a Higinio, que repite como una letanía como se fue dando el proceso natural que terminó formando las “geodas”, esas rocas que en su interior tienen cristales mineralizados que no son otra cosa que piedras preciosas o semi preciosas cuyo color depende de la combinación de minerales y que el cuarzo blanco es muy utilizado en la industria de los relojes y las computadoras.
Los mechones rubios entremezclados con un castaño algo oscuro se van pegando en la frente de Higinio, que de polaco tiene poco por afuera, aunque por adentro le corra parte de la sangre de su abuelo, el Polaco y parte de la sangre de su abuela, la Amalia, claro que Higinio no ve el arroyo que frena al verde amenazando invadir la colonia, ni la tierra colorada se le mete en los ojos protegidos por lentes de sol.
Higinio tampoco cuenta monedas en la Catedral de Wawel de la vieja Cracovia, Higinio solo heredó la tierra.

Texto agregado el 15-09-2011, y leído por 391 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-09-2011 Un cuento descriptivo, exuberante, hermoso que trata de inmigrantes polacos. En Argentina los polacos se instalaron en el litoral. Me encantó. filiberto
15-09-2011 La narrativa que maneja es exuberante como la naturaleza que describe; el empleo del dialecto me hizo sentir más natural el relato. Sentí el calor y percibí los ruidos de esa selva muy similar a la que describió Pérez Galdós. Toqué la tierra. El Final lo entendí, pero de momento me confundió y rompió con el embeleso que me había atrapado. Mis Felicitaciones ***** AiledZullZayhev
 
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