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Inicio / Cuenteros Locales / 7sebo14 / Una historia mojada

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Un hombre en sus sesentas bajó de su viejo carro negro con un gran paraguas, al frente de una pulpería. Con la mano contraria a la que sostenía la sombrilla, llevaba un bolsa de tela cuidadosamente doblada. Eran las cinco y media de la tarde, el cielo mostraba un gris oscuro y estaba repleto de gordas nubes amontonadas que descargaban grandes cantidades de lluvia. Y el ruido de ésta sobrepasaba las voces de las gentes, que habían de dos grupos. Los unos se apresuraban en buscar refugio, con su cabellera y su vestimenta mojadas que tambaleaban mientras corrían a sus casas, al minisúper, a dónde fuera que tuviera techo que retuviera el agua; las mujeres gritaban a sus niños, que se esmeraban en jugar en los charcos, y éstos, después de varias advertencias, iban cabizbajos hacia el ente de autoridad. Los otros iban con paraguas en mano, la vista al frente, a paso medio rápido, conversando, como si no notasen a aquellos que no tenían lo que ellos.

Entre la multidad, nuestro personaje avanzaba torpemente hacia el establecimiento. Cuando entró, fue directamente a agarrar una bolsa de café que, después de comparar el precio con las otras, insertó en su bolsa, y una sonrisa satisfecha tomó paso entre sus arrugas. Luego escogió el pan más caliente. Miró su reloj y cuando volvió a alzar la cabeza, un hombre esbelto de unos treinta años, con traje entero y sombrero de copa, se acercaba a él.

- Disculpe, señor, mi tardanza. Tuve que atender una llamada muy importante, pero ya está todo arreglado. - le dijo.

El otro no dijo nada, se limitó a verlo sin expresión. Luego le dio la bolsa, se sacó unas monedas del bolsillo y se las tendió también. Juntos se dirigieron al mostrador. Una vez que llegaron de primeros en la fila, el criado dispuso a pagar el pan y el café, y el de edad mayor estrechó manos con el dueño del lugar.

- Buenas tarde, señor Marín. - le saludó.
- Buenas tardes, señor Tibón. ¿Cómo se encuentra usted?
- Pues... Bien, ahí voy. Con algunos dolores de vez en cuando. Mas es cuestión de edad. ¿Y usted?
- Muy bien, gracias a Dios. El negocio ha prosperado estos días.
- Qué bueno, qué bueno... ¿Me prestaría usted el teléfono un momento?
- Por supuesto – dijo mientras se volvía y levantó el teléfono de la base - … Aquí tiene.
- Muchas gracias. - y sacó una libreta de su saco – Dos... dos... cinco, cinco... cuarenta y ocho... diez... y seis – susurró ensimismado al copiar.

Mientras esperaba a que le respondiesen, le hizo un gesto a su asistente para que fuese yendo al coche.


- Buenas tardes, Javier.

- Bien, uno que otro dolor. Pero es por la edad. ¿Cómo está usted?

- Sí, de hecho lo llamo para eso mismo. Aunque parece que usted lo tiene ya planeado.

- Me parece justo, sí.

- Ja, ja. No me recuerde eso, por favor. Ja, ja, ja.

- Ja, ja, ja. Tiene razón, tiene razón. - se esforzó por decir entre la risa.

- Ja, ja... - y se calló, estupefacto. - … M... me temo que tengo que colgar, señor. Nos vemos como acordamos. Hasta luego.


En ese momento volvió a ver abajo y comprobó lo que había sentido. En su pantalón sobresalía un gran mancha en la entrepierna. Y al corto rato, le llegó el olor a orina.

Se apuró para entregar el telefóno y encaminó hacia la salida.

- ¡Hasta luego, señor Marín! Tengo un compromiso. Muchas gracias por prestarme el teléfono.
- Con mucho gusto. ¡Nos vemos, señor Tibón!


- Iré caminando, necesito hacer ejercicio. No es mucha distancia. - dijo cuando llego al carro y se abrió la ventana. - Ande usted a la casa. Deje la bolsa con lo que compré en la cocina y vaya a su hogar. Tiene el resto del día libre.

Una vez que el carro se perdió tras girar a la derecha dos cuadras adelante, el hombre mayor caminó agachado disimuladamente. Pero no evitó que un par de muchachas arrugaran la cara sin disimulo al verlo.

Tras avanzar un lote después de la esquina donde su mozo dobló, se encontró con un indigente. Le extendió su brazo con el paraguas y le inclinó la cabeza con una sonrisa fingida. El pordiosero aceptó con desconfianza y continuó su lento andar. Eso mismo hizo el viejo, empero empapándose por la lluvia. Silbaba mientras el pringue de orina se camuflaba con el agua.





Sebastián Monge
San José, C.R., 2011

Texto agregado el 29-10-2011, y leído por 102 visitantes. (1 voto)


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