Último round
Sé que estoy a punto de hacer una cagada de las grandes, pero ya son tres horas sin dormir, y la enésima noche consecutiva en que los ronquidos de ese gordo cerdo me despiertan a las tres de la mañana.
Confieso que en un ataque de sadismo me vine aquí a relatarlo en vivo, sabiendo con toda seguridad que alguien (tú) estará leyendo, sin poder impedir que el filo de mi hoja haga su trabajo sobre el cuello grueso y sudoroso, que pronto tendrá un tajo de oreja a oreja, y que, tal vez, hasta escuches en un rato el sonido de las sirenas y vengas a descubrir que la Melisa de Los Cuentos era tu vecina. Tan formal que se veía, y mira cómo asesinó de manera brutal a su marido, dirán.
Pero no me golpees la puerta, ni me llames si conoces mi número, porque la suerte está echada, como dijo César. Con la única diferencia de que el gordo ruidoso que comparte mi cuarto no cruzará el Rubicón, sino el Aqueronte. Lo digo para lucir mis conocimientos mitológicos y para exhibir mi sentido del humor, un pequeño rasgo de vanidad.
Lo único que no sé, pero lo decidiré después de la ejecución, es si simularé una violación de domicilio rompiendo alguna ventana y refugiándome aterrada en un baño (la actuación dramática también se me da bien) o si me entregaré a los gendarmes.
Y basta de palabras, que el mango ya está tibio y la hoja helada: res, non verba.
Un minuto, por favor, que ya vuelvo.