Hoy no estuviste, fue él quien acompaño tu ausencia. Fue él quien me abrigo en sus brazos proyectando el calor necesario para hacer de la noche no un martirio. Se acomodo en mi pecho y giro una de sus manos a mi cintura, sentí el rose de su piel y estimulo inmediatamente con sensaciones que provocaron calosfríos y latidos acelerados. Sentía su respiración en mi cuello, yo usaba escote, pronunciado, el mismo que uso para ti. En la oscuridad de mi habitación y en el silencio de la noche, solo escuchaba el latir de su corazón, estaba ahí, a mi lado, como tantas noches a ti he deseado. Lentamente las horas transcurrieron y me atreví a velar sus sueños, aun lo siento. Tanto pedí por no estar sola, y el universo me premio con su dulce presencia, con sus oscuros ojos verdes, su cabello castaño poco rizado, su barbilla en el mismo tono, su piel blanca y sus labios suaves.

Agradecí infinitamente, una y otra vez pedí que no se fuera pronto, que esperara el amanecer conmigo y al despertar pudiera ver su rostro acompañando al mío. Las horas transcurrieron, y vi como poco a poco el resplandor de la mañana iluminaba mi cama. Él giró y quedo a mis espaldas pero con delicadeza tomo mi mano y la giro a él, la llevo a su pecho, sentía sus latidos. El sueño me fue imposible contener más y dormí un rato, soñándote, preguntándome porque no eras tú y respondiendo ahí mismo a mi interrogante. En un momento más sentí como paso la sabana por mi cuerpo, este presentaba un ligero temblor por el fresco de la mañana. Cuando abrí mis ojos, ahí estaba, observándome dormir, sus labios y mis labios a muy corta distancia, me sonreía y no dejaba de observarme, fue tan grato ver mi reflejo en sus ojos, se acerco y me abrazo, pero aun así seguía recordándote. Bromeamos, jugamos en la cama, el me tocaba y me idolatraba, el estaba ahí y jamás lo vi, por pensar en ti.