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AQUEL DÍA DE VERANO

Como una madre quiere a sus hijos, así yo amo los míos. Lo digo porque hace ya muchos años me vi en medio de un peligro, no lo advertí en el momento de tomar una decisión, al parecer intrascendente, de perder a mi hija más pequeña. Esto ocurrió durante un verano, en un hermoso río de la Región de Aysén, en un día caluroso como pocos, creo que lo decidí en forma descuidada, ignorando la advertencia que me hizo Jorge mi marido, de no ir a determinado lugar por considerarlo riesgoso.

Aquel día a media mañana junto con otras amigas, llevando nuestros niños, nos dirigimos a un lugar llamado Cañadón Quemado, donde había un excelente lugar para bañarse, con nuestros bolsos de manos, con algo para comer y los respectivos trajes de baños, pensábamos que sería un fantástico día de ese verano.

En un momento en que estábamos divirtiéndonos en el agua y dándonos de chapuzones, alguien grito: ¡!La niña, la niña, se va por el río¡¡ en un primer momento no creí que era mi hija la afectada, hasta que un niño corrió hasta mí, para decirme: ! es su hija señora, es su hija ¡, recién en ese momento me di cuenta y sin advertir el peligro que yo también corría, me lance a las aguas como loca.

Impensadamente, me vi en medio de las traicioneras aguas con la esperanza de rescatar a mi pequeña de aquel río, pero como no sabía nadar, comencé ahogarme y gracias a mis amigas que reaccionaron a tiempo, al sacarme del agua rápidamente, haciéndome toser, botar el agua que había tragado.

Superando este revés, vino de nuevo a mi mente la realidad y ésta era que mi hija se la había llevado el torrente. Impotente agobiada por la situación, caí de rodillas sobre las piedras de la rivera, las cuales hirieron mis carnes, pero ignorando el dolor, dominada por la angustia de mi alma, clame al Dios Altísimo, derramándome ante Él llena de lágrimas, embargada por un sentimiento indecible que desgarraba mi ser, supliqué humillada hasta lo sumo, que su misericordia y poder me devolviera a mi niña amada

Una oscuridad de muerte invadía mi entendimiento, mi ser desfallecía, tanto que una de mis amigas, moviéndome con violencia, con mucho esfuerzo logro volverme a la realidad, en los instantes en que me indicaba con su dedo índice la figura de un joven que cargaba una niña en sus brazos, mis sentidos aturdidos por el impacto del momento no podían ver con claridad aquello que estaba ocurriendo.

Ahora con mis ojos llenos de lágrimas y mi corazón saltando dentro del pecho, abrazaba a mi pequeña hijita, devuelta a la vida, producto de una afortunada circunstancia en que aquel joven que nadaba río abajo, se encontrara fortuitamente con la niña en medio de las aguas, la sacara del río y caminara con ella en brazos hasta entregársela a su atribulada madre sana y salva.

Texto agregado el 12-11-2011, y leído por 260 visitantes. (0 votos)


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