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Inicio / Cuenteros Locales / san_85 / Ella tejía, siempre tejía

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Sentada en el sillón escoses, agujas en manos, y sin reparar la vista de la lana, ella tejía. Puntaba la aguja derecha, por delante hacia atrás, en el punto en la aguja izquierda. Pasaba el hilo de arriba abajo a la aguja derecha y la hacía deslizar a través de la lanzada de ésta. Soltaba el punto de la aguja izquierda y en la aguja derecha se formaba entonces un nuevo punto. Derecha, izquierda, derecha, izquierda…ella tejía, siempre tejía.
Sólo por hambre, por exceso de hambre, estaba dispuesta a dejar de tejer. No recordaba desde cuándo había adquirido esa costumbre, pero ahora le resultaba algo tan imprescindible y natural como respirar o ir al baño. Lo hacía a la luz y a la oscuridad, durante el día y durante la noche.
Mientras tejía una abrigada y larga bufanda (en pleno enero, con un calor sofocante) una mosca impertinente y molesta comenzó a rondarla. Ella, con un gesto rápido, casi imperceptible, la atrapó con una mano. Sintió, con nuevo placer, cómo la mosca aún se movía en el hueco de su palma y luego, por misericordia, la dejó escapar. Previendo que quizás la próxima vez no iba a correr la misma suerte, el insecto no regresó.
Y entonces seguía el ritual, Puntaba la aguja derecha, por delante hacia atrás, en el punto en la aguja izquierda. Pasaba el hilo de arriba abajo a la aguja derecha y la hacía deslizar a través de la lanzada de ésta. Soltaba el punto de la aguja izquierda y en la aguja derecha se formaba un nuevo punto. Derecha, izquierda, derecha izquierda... ella tejía, siempre tejía.
Conocía a la perfección todos los puntos y no existía aguja que opusiera resistencia a su habilidad. Sus dos hijos adolescentes hacían lo imposible por mantenerse ajenos al ritmo interminable de sus manos. Pero ya nada iba a ser como antes. Todavía no hacía dos meses de la muerte de su padre. Inexplicable, absurdamente, aquella mañana de noviembre, no había amanecido para él. Ante la mirada quieta, absorta de su madre, sus hijos habían tratado (inútilmente) de volverlo a la vida. Tampoco se dieron cuenta de que desde aquella mañana, ella persistía en el sueño eterno de su marido.
Desde aquel entonces, ella sólo tejía…
Casi sin querer, los hijos se encontraron realizando las tareas domésticas, hasta entonces llevadas a cabo por su madre quien ahora mostraba en el acto de tejer su signo vital más preponderante. Así, poco a poco, los dos muchachos (cada uno a su modo) se fueron acostumbrando a la maraña de hilos y de ovillos de lana que aparecían por doquier. Pero el mismo acostumbramiento los enceguecía. No sólo la casa se había convertido en un desentrañable laberinto de zig-zags sino que al acercarse la hora del almuerzo o de la cena se hacía cada vez más difícil contar la cantidad de insectos muertos que aparecían, como de la nada, sobre el piso del comedor.
Y ella sólo tejía, siempre tejía.
A los hijos esa realidad los desbordaba. Ajenos a su conciencia, sus ojos miraban todo sin comprender y sin atinar, siquiera, a procurar cambiar la situación. Ya no podían caminar sin tropezarse mientras la madre, como una autómata, centraba toda su atención en el movimiento monótono, rutinario e incansable de su labor: Puntar la aguja derecha, por delante hacia atrás, en el punto en la aguja izquierda. Pasar el hilo de arriba abajo a la aguja derecha y hacerla deslizar a través de la lanzada de esta. Soltar el punto de la aguja izquierda, formando de esta manera el nuevo punto. Derecha, izquierda, derecha, izquierda… ella tejía, siempre tejía.
Los jóvenes ya no podían dedicarse a otra cosa que no fuera tratar de desenredarse. Y sólo tratar, porque miles de hilos invisibles mantenían el lugar en un presente estático. Capturada en su propio hábito, la madre tampoco podía evitar la inercia.
Y así pasaban los días… Puntaba la aguja derecha, por delante hacia atrás, en el punto en la aguja izquierda. Pasaba el hilo de arriba abajo a la aguja derecha y la hacía deslizar a través de la lanzada de ésta. Soltaba el punto de la aguja izquierda y en la aguja derecha se formaba entonces un nuevo punto… Derecha, izquierda, derecha, izquierda…
Ella tejía, siempre tejía.

Texto agregado el 14-11-2011, y leído por 82 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-11-2011 Muy buena alegoria de lo que puede suceder en casos como ese. loretopaz
14-11-2011 Me ha encantado esta escena de una tejedora solitaria en su propio mundo. 5* y saludos de parte de: crimsoncrow
14-11-2011 Magnífico relato que sumerge al lector en terribles sensaciones de depresión glori
 
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