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NI QUE FUERA IDIOTA

Recuerdo cuando la encontré.
Estaba aflojando la apretada tierra de mi patio. Pensaba que con mucho trabajo y un poco de suerte, tendría mi propia hortaliza y vendería mis productos entre los vecinos. Ya saben… apoyar a mi marido con los gastos. ¡Qué idiota!
Como decía mi madre “No hagas planes porque te salen lomas” y por supuesto, tenía razón. Pero volviendo con lo que les platicaba.
El objeto estaba dentro de una bolsa que abrí con expectación. Ésta contenía una especie de casco, pero cubriendo toda el área del rostro y sin poder reprimir mi curiosidad, me lo puse en la cabeza.
¡Demonios!
Las imágenes se sucedieron a una velocidad apabullante, sin embargo, mi cerebro alcanzó a vislumbrar una imagen que me trajo una miríada de recuerdos. Sentí una rarísima sensación en mi cabeza, como si mi cerebro se licuara, volviera a gelatinizarse y luego nada. Todo negro.
Me quité el casco y… ¡Válgame Dios!
Reconocí el paisaje de inmediato. Estaba de pie junto a la acequia en donde de niña, acarreaba agua para las plantas de mamá.
Me vi a mí misma de uno doce años llenando la cubeta y colocándomela en la cabeza. Sabía lo que sucedería al llegar a casa. Mi madre sentada en la cocina en compañía de Doña Sabina, preguntándome si me quería ir a trabajar a la ciudad.
Doña Sabina era ama de llaves en una enorme casa en Gómez Palacio y cada que su patrona o sus amigas buscaban ayuda doméstica, Doña Sabina regresaba al rancho por una muchacha.
Ese día me despedí de mi madre y mi retahíla de hermanos para irme a trabajar y enviar dinero a la casa.
Con tristeza, observé a la chiquilla que fui, alejarse entre los dientes de león que volaban mansamente.
Ahora, de alguna manera, esa cosa me había transportado al pasado y no podía esperar a contárselo a Renato y como dije anteriormente: ¡Qué idiota!
Esa noche, como muchas otras veces, Renato no llegó a dormir. No fue sino hasta el día siguiente, después del mediodía que se apareció.
Sin mirarme siquiera, se fue directo a nuestra alcoba en donde se encerró. Como idiota, lo llamé a través de la puerta. Intentaba explicarle lo que había sucedido pero me ignoró soberanamente. Ese mismo día, Renato se fue llevándose sus cosas y nuestros ahorros. Durante semanas, quedé sumida en un letargo hasta que mi hermana Carmen fue a verme. Sus palabras me ayudaron a salir de ese horrible lugar en el que me había refugiado: “Eso te pasa por idiota. Mira que querer poner un negocio… Por eso el Renato te dejó”.
Fue como un puñetazo en la nariz. Furiosa, me levanté de la cama y a empujones saqué a mi hermana de la casa gritándole que nunca más volviera. Sus estúpidas palabras me aclararon la mente y de pronto, me sentí increíblemente bien. Más tranquila, regresé a mi habitación, saqué el casco y me lo puse. La misma sensación me envolvió, pero me concentré en un momento en particular.
Nuevamente estaba en mi tierra de los doce años. Oculta en las sombras de la noche, observaba “El Vallecito”, una vieja hacienda abandonada y semiderruida de los tiempos de la revolución. Recordé las viejas murmuraciones:
“¿Supiste? Genaro Rosales y su compadre, encontraron oro en Vallecito.”
Por mucho tiempo, se habló del triste final de los compadres. Genaro y Tomás pisaron la madera podrida que ocultaba varios sacos de monedas de oro y ahí se terminó el compadrazgo. Tomás se pasó el resto de su vida encarcelado por el asesinato de su compadre Genaro. La policía se llevó el oro dizque porque era evidencia y nunca se supo que fue finalmente del valioso metal.
Recordé que un día antes de la tragedia, yo misma me encontraba en ese lugar. Mucho tiempo me pregunté si hubo alguna señal que yo no supe ver. ¿Por qué no lo encontré yo? ¿Por qué lo encontraron ese par de borrachos sin oficio ni beneficio?
¿Y si así debía ser? ¿Por eso estaba yo ahí?
No quise pensar demasiado en el asunto, era demasiado complicado para encontrarle lógica y mis manos ya tocaban la áspera lona que guardaban su valioso contenido.
Han pasado veinte años y solo les puedo decir que mis viveros son los más extensos de la región. Mis hermanos, con excepción de Carmen, trabajan conmigo y somos una familia próspera. Nunca les dije como conseguí el oro y tampoco preguntaron.
Años después, Renato volvió. Dijo que había cometido el peor error de su vida, que ahora sabía que nadie era tan mujer como yo y que haría lo que fuera por volver.
Me quedé estática un momento y luego le dije: Ni que fuera idiota.

Texto agregado el 14-11-2011, y leído por 311 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-05-2013 Maravilloso, donde me consigo un casco así, te juro que me gustaría arreglar un par de cosas Carmen-Valdes
15-04-2013 me encanto***** pensamiento6
28-08-2012 ¡¡¡¡Muy buen cuento!!!! conjuncion
15-12-2011 Agil , liviano en su desarrollo , coloquial en su narrar , es un cuento que deja una sonrisa en los labios. Merece retoques . Las dos primeras frases por ejemplo: encontré y encontraba. Hay que sustituir uno. Sabes que con gusto ayudo a quien lo desea. Bravo!!! Yvette27
15-11-2011 jajajjjaja, me encantó el final, bueno el texto es estupendo, me ha recordado la peli El Efecto Mariposa******** jagomez
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