Sobreponía el sol a la mañana 
el color de los astros ocultos, 
lo marginal,  
lo paradigmático, 
la fuerte caminata entre 
las calles asustadas (y azules) 
llenas de escombros del 
volcán predilecto,  
de las mantillas de turno 
en las mismas piernas, 
con las mismas historias repetidas 
en cinco tonos de una lengua 
desconocida que nadie  
nunca quiso transcribir 
(porque las lenguas transcriben sonidos 
de la lluvia, de la naturaleza dormida), 
se repite el soplido, una y 
otra vez se reiteran los gritos 
de las gentes asustadas, 
de las voces resecas con sus manos 
muertas, 
azules, 
apretadas de sangre reseca: 
 
- no nos quedaremos más, ya no 
más 
 
entonces respiran rictus añejos, 
frecuentan bares bohemios con sus 
pañuelitos al cuello, 
con las boinas afrancesadas de  
gerente ebrio. 
 
No les costará caer bajo  
el tren que da su vuelta una vez al 
año, quizás no se les ocurra, como 
cada año, pernoctar con sus mujeres 
(mujeres que compra el dinero) 
de piernas delgadas, 
de senos tiernos y virginales 
que pierden la virginidad las 3/4 partes 
del día, y ahí 
estarán las mismas historias, 
en las parecidas y fogosas 
lenguas del ave gris, 
estarán naciendo los fetos calientes 
desde la tierra muerta, 
estarán naciendo los corruptos 
con las manos amarillas, 
con el hueco del corazón palpitando 
sólo para irrigar el odio por todo 
el espíritu amargo. 
 
Y contando las mismas y repetidas 
canciones de papeles mojados, 
de hambre y de gente desnuda.  |