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Una tarde en "La Peluquería"
Sentada frente al espejo de "La Peluquería", (porque así se llama mi peluquería)lugar que semana a semana visito, observo esas líneas que día a día se marcan cada vez más en mi rostro. Dicen que si uno sonríe mucho, al rededor de los ojos y las comisuras de los labios se "arruga", de la misma manera si fumo o tomo mucho "mate" se forman líneas verticales sobre mi labio superior a las que la gente les llaman "códigos de barra" y hacen que me vea mucho mayor de lo que soy.

Que no debo tinturarme el cabello de color negro porque se notan más estas "líneas de expresión", me veo más pálida y endurezco mi rostro. También dicen que no debo dejar mi cabello más largo de una cuarta bajo el hombro, porque el cabello largo es para las jovencitas...

Y me miro, y me miro, ya no tengo mi piel tersa y brillante de años atrás. Nunca he usado cremas, tónicos o mascarillas faciales, aún así mi piel es suave y aún guarda el color blanco y mejillas rosadas, esas mejillas que en más de una oportunidad me avergozaban porque de la nada bien coloradas se colocaban.

Sentada frente al espejo de la peluquería veo como Andrea mi peluquera coge mi cabello con pinzas para luego cepillarlo y dejarlo maravillosamente acomodado. "Me encanta su cabello, es tan dócil", con voz muy femenina casi melodiosa Andreita (como le dicen la mayoría de sus clientas) continúa cepillando mechón por mechón, le pido baje la temperatura del secador y casi sin darme cuenta el aire pasa de caliente a frío sobre mi cabeza.

A mi lado, una señora de más o menos 80 años duerme plácidamente con su cabeza llena de "palitos de colores" esperando el tiempo de pasar al lavapelos para retirar de su cabeza los "palitos" y el olor que despide de un líquido que hace un momento Rebeca, hermana y "brazo derecho" de Andrea le empapó la cabeza diciéndole que había que esperar 15 minutos con paciencia, pero la señora que a estas alturas ya sé su nombre, doña Marcelina, se durmió en pleno proceso...

"Es que es tan relajante que te toquen la cabeza..." Una voz masculina sobre sale entre el ruido del secador que ya casi cumple su trabajo en mi cabeza. ¿Perdón? -replico mientras giro mi cabeza suavemente para no molestar el trabajo de Andrea.

Una sonrisa es lo primero que veo, sentado en el "rincón de los hombres", bien vestido, un cabello enchochado y unas gafas que dejaban ver unos ojos color miel, está Rafael.

"Es exquisito que te toquen la cabeza" volvió a decir con una voz muy varonil.

Sí, es muy relajante. Y no supe que más decir. Andrea termina de peinarme, quita la capa y coloca el espejo por mi espalda, allí logro ver como brilla mi cabello y lo liso que quedó, mientras mis manos se deslizan ágilmente notando su suavidad.

"¡Estás hermosa!" Dijo aquél hombre que ahora se acomodaba en el sillón esperando su turno. Y ahí estaba yo, completamente sonrojada con el piropo que acababa de recibir, no alcancé a decir nada porque Andrea interrumpió el momento para decirme que estaba lista mi boleta y que en ella había anotado al reverso el nombre de un producto capilar que me aconsejaba comprar para que una vez a la semana lo pudiera utilizar. "No olvide que es después del shampoo, en vez de aplicar acondicionador..." Agradecí y mientras cogía la boleta con una mano, con la otra le cancelaba sus honorarios sin quejas, al contrario me encanta la atención de esta peluquería, verdaderamente es bueno, bonito y barato.

A esto tengo que agregar que Andreita y Rebeca son un amor, aparte de tratar mi cabello, muchas veces me han entregado una palabra de aliento, un chiste o comentamos el diario vivir.

Vuelvo a la sala principal y la señora Marcelina ya va camino al lavapelo, mientras que el hombre comienza a recibir los primeros cortes en sus chochos, rulos que caen sobre el piso de manera intermitente alivianando y ordenando su cabellera. "¿La vienen a buscar?" consulta Andrea, sí ya debe estar por llegar respondo mientras avanzo hacia la ventana casi impaciente a la espera de Roberto con quien llevo casada 24 años, parece mentira como ha pasado el tiempo...sin hijos ya que de común acuerdo decidimos vivir el uno para el otro, viajar y envejecer día a día sin mayores responsabilidades que nosotros mismos. ¿Egoistas? Quizá, pero hasta aquí no nos hemos arrepentido de nuestra decisión.

La señora Marcelina ya está de frente nuevamente al espejo principal y es otra, en su cabellera lucen hermoso chochitos que no necesitan gran esfuerzo para formar, con tan solo pasar su mano entre ellos quedan listos. Feliz cancela y se retira no sin antes desearnos bendiciones a cada uno. Es una viejecita de lo más amorosa, con una pequeña cartera, un echarpe a crochet sobre sus hombros, y en su pecho luce un brillante prendedor en forma de mariposa que hace juego con unos diminutos aros que cuelgan de sus orejas, si hasta su perfume al despedirse es exquisito, sino me equivoco es Chanel 5; Parece de estas abuelitas que uno ve en los cuentos...

Se escucha resonante el timbre del lugar, llego a saltar y Andreita me recuerda que debe ser así, sino ella no escucharía si está haciendo funcionar el secador, rápidamente me dirijo a la puerta para que ella no deje de cortar los rulos del hombre que a estas alturas ya está pasando la máquina en los bordes haciendo una terminación en el cuello que luce muy varonil.

Frente a mí, Roberto sonríe, abro la puerta y él como si fuera nuestro primer día de pololeo cubre mi rostro con ambas manos y dice con voz amorosa "Estás preciosa" mientras muy suavemente besa mi boca sin importar el resto de la gente.

Me separo lentamente de él y me dirijo a Rebeca y Andrea con un "hasta otro día si Dios así lo quiere", miro al hombre que nuevamente me sonríe y le digo "Que tenga buen día, lástima sus chochos en el suelo..." Y antes de que mis ojos vuelvan a encontrar a Roberto, el espejo principal muestra a la misma mujer que hace un rato observaba su rostro "delineado", su cabello pintando canas, y es feliz, y estoy feliz.

No he tinturado mi cabello, solo me lo han acomodado, mi rostro sigue igual y soy feliz. Junto a mí está Roberto y no pide nada más de mí, no le importan mis "arrugas", "líneas de expresión", "códigos de barra" y cualquier otra marca que indique que los años han pasado, no le importan y a mí tampoco.

Sólo sé que al salir del lugar él mi mano tomará y caminaremos en la confianza que nuestro amor, nuestro compromiso lo hicimos sin pensar en el "tipo de envoltorio" que los demás vean de nosotros al pasar, nuestro compromiso lo hicimos sintiendo nuestros corazones con solo mirarnos palpitar.

Ya estamos afuera y el sol brilla y una suave brisa nos parece acariciar, mientras Andrea continúa día a día en "La Peluquería" cambiando la estética capilar y facial de su clientela que anciosos de su aspecto cambiar al transcurrir los minutos no paran de llegar.

Texto agregado el 06-12-2011, y leído por 166 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-06-2012 A veces se dan esas injusticias. Un relato tan bonito como este, pasa desapercibido porque nadie quiso leer 1300 palabras. Bueno, acá estoy haciendo justicia. Me pareció un relato muy bonito e interesante. Plantease varios bonitos escenarios para una continuación. Especialmente a través del engmático hombre de los ojos color miel. ¿Tal vez la protagonista se sintió atraída?. ¡QUé lindo sería saber que pasó la siguiente vez que se vieron!. Un Abrazo AMiga!! IGnus
 
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