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Inicio / Cuenteros Locales / noamchimvosky / Las historias que mi abuelo me contaba

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Cuando mi nieto Tomás tenía 6 años de edad me preguntó la razón por la cual yo había quedado inválido cuando presté el servicio militar, y como respuesta le dije que más tarde lo entendería, que esas eran cosas para hablar con el tiempo y no en ese momento. Ahora ese muchachito escuálido y desbaratado tiene metido en la cabeza el sueño de ser un héroe de guerra; ser precisamente lo que yo no pude ser, y no por negarme a querer, sino, porque después de que yo empeñe mi vida sacrificándola, el mismo ejercito a quien yo serví con fervor y valentía me sacó del servicio poco después de mi invalidez. Así es, me sacó y esa es la palabra precisa que encuentro en este momento. Me sacó como algo que alguien se saca de la nariz y simplemente lo amasa para finalmente darle un pistorejazo con los dedos de la mano. Así fue mi salida de esa institución.

Siempre después de cada cucharadita de jugo de betabel o a la hora de la copita de valeriana el muchacho se acerca y me pregunta: -Abuelo, ahora si cuénteme cómo pasó lo de sus piernas cuando estaba en el ejército -y yo siempre le respondo lo mismo: -Otro día. Ahora no es el momento.

La razón por la cual le he estado esquivando una respuesta hasta el día de hoy, viene desde el momento en que lo vi perplejo frente al televisor observando una noticia que narraba el hecho de unos muchachos que como yo, quedaron inválidos al pisar una mina quiebrapatas. Las cámaras del noticiero hacían tomas cercanas y registraban el estado en el que se encontraban 65 soldados en un pabellón de cuidados intensivos. Allí fueron condecorados por el presidente con una medalla púrpura y un subsidio de 250.000 pesos mensuales. Una cifra que después de escucharla de boca del periodista, me dio tanta risa que el relleno de mis muelas terminó por desprenderse causándome un atoro en la garganta y una tos incontenible.

Al terminar la noticia mi nieto corrió a buscarme y se abalanzó sobre mí dándome un fuerte abrazo y diciéndome algo que me produjo un nudo en la garganta. Recuerdo cuando el muchacho me dijo: -Abuelo ahora entiendo porque no le gusta hablar de su accidente y comprendo porque siempre me deja esperando una respuesta. Así son los verdaderos héroes; abdicadores y humildes como usted, venga pa’ ca mi viejo usted es mi héroe.

Las palabras de mi nieto me hicieron creer que realmente era un héroe y transitoriamente me vino a la cabeza una fantasía muy propia de mi ser… El ojo derecho me lagrimió de la emoción. El izquierdo viscoso e inmóvil como siempre, porque es de vidrio como el de Kirchner a quien yo admiro bastante. Entonces, después de haberme imaginado condecorado con medallas y sables cortesanos, de venias y bienvenidas, era hora de revelarle a mi nieto la verdad de mi accidente…

-Tomás, aprovechando éste momento en el que no esperaba que alguien reconociera lo que viví en el ejército, he decidido contarle la historia de mi accidente y espero que después de escucharla le siga inspirando la misma admiración y respeto.

-Claro que sí mi viejo, usted es un berraco, por eso yo también quiero irme al ejercito, imagínese no más las condecoraciones, el prestigio, y qué me dice del billete ¿ah? Si le pasa algo a uno lo indemnizan y hasta el presidente le rinde honores

-Tomás, Tomás, las cosas no son como usted se las imagina, busque otra forma de realizar su sueño, no piense como pensaba su abuelo cuando era joven y torpe.

-Pero abuelo ¿y sus condecoraciones, el reconocimiento?, ¿dónde quedó todo eso? Dónde quedan todas esas historias épicas que usted vivió ¿ah? Si mi único sueño es salir del bachillerato para irme a enrolar en el ejército. Es lo único que tengo en mente.

-Esas historias épicas sólo estuvieron en mi cabeza como ahora lo están en la suya. La mentalidad que teníamos los jóvenes de mi época era diferente; creíamos que la guerra nos hacía hombres verdaderos, que la lucha y el combate nos forjaba como valientes y aventureros, pero eso no deja nada.

-Pero abuelo usted trata de convencerme sin que yo conozca sus argumentos. ¿Por qué cambió de parecer si su ilusión era la misma que ahora tengo yo?

-Está bien le voy a explicar. Todo comenzó desde que salí del campo. No sabía prácticamente nada. Había pocas escuelas en mi tiempo, pero lo que si abundaban eran los fanáticos seguidores de los únicos partidos políticos de la época. Ser godo o rescoldoso era lo que le enseñaban a uno de pequeño y sumar si acaso hasta diez. Yo aprendí con mucho esfuerzo, pero siempre me tuve que ayudar con los dedos de las manos y vea usted; quién iría a pensar que las manos me costarían las piernas.

-Cómo así abuelo, no entiendo.

-Si mijo es como a veces dice su mamá, me salio lo comido por lo servido.

-¿Pero qué tienen que ver sus manos con la pérdida de sus piernas?

-Calma… Vamos por partes. Como le decía mijo no sabía contar sino hasta diez y cuando estaba en el ejército me tocó aprender muchas cosas que ahora analizo con más detalle. Yo por ejemplo siempre quise combatir a la chusma, usted me entiende. Bueno, el caso es que por ese tiempo Colombia participo en una guerra en el País de Corea y yo fui enviado junto con pelotones de otros países a combatir. Aunque no sabíamos realmente por qué razón nos enfrentábamos. Simplemente a todos se nos hinchaba el ego de vernos en semejante aventura. Enton-¿Colombia en una guerra en Corea? Abuelo usted me está tomando el pelo ¿cierto?

-¡No interrumpa a su abuelo, no sea grosero! Eeeh... Estos zurrones de hoy en día que ya no respetan ¡carajo! Por eso es que estamos como estamos, porque la juventud lo quiere todo para ya, para ya. Sólo andan metiéndose en todo sin respetar la palabra del otro, del congénere. ¿Qué es eso? Como en mi tiempo si se respetaba, ¡Y mucho! …Bueno, bueno ¿Y usted para dónde va? ¿Es que me va a dejar hablando sólo?, está pensando que me voy a poner a dialogar con el amigo imaginario o qué mierda. Claaa…ro, como ahora cuando uno está viejo lo ignoran como a un perro.

-No abuelo es que usted siempre que empieza la cantaleta se va por otro tema y termina peleando solo, entonces mejor escucho la historia otro día le parece.

-¡Aún no he terminado! se sienta y atiende cuando le hable ¿oyó?

-Está bien… Pero retome, retome rápido o se pierde como siempre.


-Bueno… Dónde me quedé… ah sí, en mis tiempos respetábamos a nuestros mayores, no éramos como esos engendros de ahora con los pelos parados y llenos de aretes como mujercitas, no señor. Nos peinaban con gomina de alcachofa y nos echaban petróleo y almíbar de gusanillo para los piojos. Las mujeres eran colgadas de la testa para templarles el pelo y se lo ajustaban con un clavo caliente; de esa manera estábamos presentados para cortejar a las mujeres, y las mujeres de esos tiempos qué me dice.

Había que verles esos tobillitos y ese par de pechos como cabezas de enano. Nada en comparación con esas muchachitas lánguidas y escuálidas como usted que más parece tener carne un zancudo en la punta del chiche. No señor.

-No, no, no, abuelo con usted no se puede, si ve ya se le fue el hílo conductor de la historia, estaba hablando de la guerra en Corea acuérdese.

-Ah sí, ya, ya me acordé. Bueno, era la guerra en Corea y como cosa rara, éramos la carne de cañón de los gringos. Recuerdo que en una emboscada duramos 72 horas día y noche al sol y al agua. En esa emboscada fue donde perdí las piernas.

-¿Cómo fue abuelo? Sin perderse, sin perderse.

-Bueno nos encontrábamos a dos kilómetros del objetivo y habíamos propinado un certero ataque la noche anterior a una de las bases enemigas, y como resultado de esa operación teníamos escasa la munición. Los helicópteros sobrevolaban cada ocho horas para que pudiéramos tener apoyo aéreo con ataques de napalm. Estábamos hechos una piltrafa pero todo lo compensaba ese absurdo orgullo nuestro.

-¡Abuelo se da cuenta! De escucharlo hablar dan ganas de vivir lo mismo, es que definitivamente usted es un master. Por eso yo también voy a ser militar cueste lo que cueste.

-Eso no es así no más muchachito, espere a que termine de contarle a ver si piensa lo mismo. La primer noche de la emboscada fue una pesadilla, a Martínez, mi compañero de la segunda línea de combate le pasó algo que nunca olvidaremos.

-¿Qué pasó? ¿Qué paso?

-Era una noche terrorífica en medio de la lluvia y las campanas de la muerte retumbaban en la cabeza de todos. De la maleza salían extraños ruidos y nos agolpábamos lo más cerca posible. Nadie podía percibir qué clase de ataque tendríamos, estábamos inmersos en el pánico. De repente, Martínez que se encontraba con fango hasta el cuello ve que se aproxima al pelotón una Boa Constrictor trepando por un árbol y al instante este le propina sendos disparos. Beltrán, otro arriesgado combatiente medio loco dice que hay chinos por todos lados y empieza qué gesta señores…

-No hay duda abuelo voy a ser militar ahora más que nunca.

-No sea impertinente que no he terminado. Hasta ese momento no sabíamos nada. Sólo a la mañana siguiente nos informó el sargento lo que realmente ocurría. Todo lo de aquella noche fue producto de la imaginación. Entre lo que comíamos nos suministraban una droga que los gringos usaban para darle valor y coraje a los soldados. Nos estaban dando L.S.D. Una droga que produce alucinaciones; pero también nos producía adrenalina y seguridad para atacar, nada nos paraba con eso que nos daban. Sin esa sustancia los soldados éramos unas completas gallinas, pero todo eso lo ignorábamos en ese momento.

-¿Y entonces qué pasó después?

-Los resultados que vimos a la mañana siguiente eran catastróficos. La Boa que había visto el lanza Martínez realmente no era más que una exageración ocular. Menos mal que no tenía puestas sus preciadas gafas culo e’ botella porque la cosa se hubiera puesto peor.

-¿Cómo así?

-Sí al parecer el lanza Edubijiano, ese morocho simpático de la compañía que venía desde las más remotas profundidades del Daríen estaba simplemente repeliendo orina de su vejiga, y al realizar el procedimiento Martínez creyó ver una Boa. Como era de esperarse fue fumigado por las balas en el acto. Pero lo que parecían ser chinos o los amarillos, como los llamaban los gringos, no era más que un enjambre de lechuzas que sale a cazar por las noches, fue una paranoia.

-¿Y esa noche fue cuando perdió las piernas abuelo?

-No, cuando perdí las piernas nos encontrábamos ya sin munición, sólo yo era el que portaba dos granadas de fragmentación y estábamos completamente rodeados. Nos resguardamos en un dique de lodo macizo y fue entonces cuando el ataque se hizo más intenso, las balas nos rozaban a escasos milímetros del cuerpo.

-Abuelo está decidido. Termine como termine esta historia estoy dispuesto a morir por mi país, esto que usted cuenta me llena de orgullo.

-Tomás usted ni siquiera sabe como terminó el ataque. Mire, después de eso no teníamos nada que hacer, estábamos sin armas, ni una sola bala. Sólo pensábamos en nuestras familias. Beltrán me preguntó si sabía manejar las granadas y yo le respondí que no muy bien porque hasta ese momento nunca habíamos usado una sola. Entonces él me convenció de que lanzara las granadas y que por nada las dejara caer, que contara hasta diez, que lanzara una y así mismo después la otra, y sólo me basto con una.

-Abuelo después de salir de semejante emboscada dígame sin no es heroico lo que usted hizo con una sola granada ah?

-Tomás mejor dedíquese a la matemática que después de lo que le voy a contar le va a coger mucho cariño.

-No creo, qué mejor enseñanza que la que me está contando abuelo.

-Mire Tomás después de eso me dedique más que nunca a estudiar, oportunidad que nunca tuve en el campo. Cuando yo le hice caso al lanza Beltrán, del miedo que teníamos se me olvido contar, confundía los números, hice todo lo que él me indicó, no solté por un instante la granada; así que después de haberle desajustado el anillo de seguridad, trate de contar de memoria, pero como siempre me ayudaba con los dedos de la mano, cuando llevaba la cuenta en cinco sujeté la granada con las rodillas para seguir contando con la otra mano. Al darme cuenta de semejante brutalidad, por inercia me tape los oídos para opacar ese pitico fastidioso que le queda a uno y como se podrá dar cuenta no pude finiquitar la diligencia. –Entonces, el abuelo le tironea una oreja a su nieto y culmina el relato diciéndole:- Así que mejor dedíquese a estudiar en lugar de estarle quitando el tiempo a su abuelo para que le cuente historias güevonas,

Texto agregado el 14-12-2011, y leído por 105 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-05-2012 ¡ME VOY CORRIENDO A REFRESCAR LA TABLA DE MULTIPLICAR! Pobre abuelo! ZEPOL
 
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