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Siempre, desde que aprendí, me ha fascinado leer.
Desde el primer momento en que pude tomar un libro por mi cuenta me he esforzado a desarrollar perfectamente mi lectura. Cada que tengo tiempo me dedico nada más que a leer.
Gracias a ello, siempre he sido inteligente y muy capaz. Así que, ahora que ya soy mayor, tengo una capacidad increíble para leer tan rápido como me es posible. Calculo que entre 1,000 a 1, 500 palabras por minuto, en realidad no mido mi tiempo, pero es lo que deduzco; y cuando de verdad me dedico a leer, puedo terminar cualquier libro de 500 a 600 páginas en 1 ó 2 horas como mínimo. Con la ayuda de esta práctica constante, mi nivel de atención es excelente, mi memoria precisa, mi vocabulario muy extenso y mis conocimientos, ¡mis hermosos conocimientos!, abundantes.
Me gusta leer prácticamente de todo, desde Lewis Carroll hasta James Joyce, incluso ensayos intelectuales que, seguramente, ningún otro joven de mi edad llegaría a entender en la primera leída. Mis padres, por alguna extraña ignorancia adulta, no llegaron a notarlo hasta cierta ocasión.
Mi madre conducía. Íbamos, ella y yo, a uno de sus viajes de negocios que se llevan a cabo fuera del estado. Yo, como es de suponerse, iba leyendo con toda mi velocidad y, mi madre, al percatarse de esto, pregunta:
- ¿Estás leyendo ó sólo ves los dibujos?
La miro de manera burlona, queriendo expresar que no leo libros con dibujos desde los 6 años.
- No, estoy leyendo un libro sin dibujos- le dije
- ¿ah, sí?... ¿y en serio lees así de rápido? – pregunta, enfatizando la duda con sarcasmo.
- Claro que sí – le digo muy seriamente.
- Pues no te creo, y quedas castigada por mentir – me dice despectivamente.
- Pero… ¿por qué?... en serio estoy leyendo – le digo, muy confundida.
- Pero, nada. Ya sabes lo que pienso respecto a mentir y a burlarte de mí, así que no me rezongues – dice mi madre, alzando el tono de voz
Seguíamos discutiendo, gritando a todo pulmón, no podíamos contenernos. Yo le decía una y otra vez que desde pequeña había desarrollado esta, a menos para mí, valiosa capacidad. Ella seguía insistiendo que no era posible que en unas cuantas horas que llevábamos de camino ya hubiera leído 4 libros de, a lo menos, 300 páginas, las cuales no suponían un reto para mí.
Cuando, de repente, sucedió.
Estoy segura que ella, al igual que yo, escuchó el zumbido de las llantas rechinando en el pavimento y del metal del vehículo, tan frío y frágil, colisionar contra el camión que venía frente a nosotras hace unos minutos (2,000 a 3,000 palabras desperdiciadas). Apuesto a que todo en su mente quedó en blanco pero, en la mía, desfilaban cada uno de los personajes que alguna vez había leído en mis amados libros, cada palabra, descripción de paisajes, diálogos, monólogos, autores, todo, revuelto en una masa amorfa de colores y sonidos, en la cual iba tomando la forma de cada uno de mis recuerdo, y en mi propia mente se maquinaba la pregunta: ¿no debería pasar mi vida en lugar de los libros que he leído? Y, en seguida, la respuesta: Esta fue mi vida.
Y, de seguro, al estar frente a mi cadáver, mi madre reconoció su error y aceptó mi habilidad.


Texto agregado el 16-12-2011, y leído por 88 visitantes. (1 voto)


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