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Tijuana BC. Dic. 2011. Pensamientos con sabor a sal…
Cuando cruce el último reten militar de revisión en mi camino, Tijuana todavía estaba ahí.
En calma, sin las alarmas que surgen de oídas, que construyen realidades a pedazos.
Vengo de Santa Rosalía, BCS, y voy rumbo a mi casa, el oficial mientras revisa mis documentos, hace un comentario acerca del cielo que se esta cerrando, que tal vez hoy por la tarde llueva.
Quizá, después de todo, el clima es solo un pronostico, la lluvia no firma contratos, cae donde quiere.
Me pregunta de donde soy yo, primer indicio de que han olisqueado un acento foráneo en tu lengua.
Comente que había nacido en Veracruz, aunque hace ya algunos años, me mude a Tijuana.
Quiero llegar a mi rincón existencial, lugar donde escribo en sigilo, en los recodos de la vida, del trabajo que muy poco le interesa saber de los esfuerzos con la narrativa, o si mi día es mejor porque me llego un comentario que estimula.
El trabajo es el trabajo, mundo mecanizado totalmente opuesto a la escritura.
Me gusta entrar a la ciudad por playas de Tijuana, cerca de la frontera con Estados Unidos.
Ahí, veo a los norteamericanos que están construyendo un muelle para que puedan pasear sus carros dela migra hasta arriba de las olas.
Un muelle para pescar mojados, todo para detener a los mexicanos que quieren pasar nadando, como los delfines.
La construcción, parece un puente que amenaza con cruzar el pacifico.
Sacudida que jamás habían contemplado las divisiones internacionales.
El no lugar, zona donde se habla el lenguaje del resguardo, zona guantanamera donde, quienes se encuentren ahí, serán procesados.
Las plantas y animales, por supuesto, ignoran estas irrealidades, absurdos humanos y siguen rondando y creciendo.
Los animales le hacen a las fronteras, lo que las palomas a los monumentos a Juárez, las cagan.
En esta esquina latinoamericana, hay un faro, y también una plaza de toros.
Creo que el faro debería ser declarado monumento, la ultima luz del idioma español, a partir de ahí, es lighthouse, casa de luz.
Torre que sirve menos a los barcos para advertir de la costa, como a los humanos para avisar de la frontera.
Su reflejo de luz, es la guía para l@s latinoamericanos, para mantenerse en lo alto, más alto que la frontera americana, para ver sin descanso al otro lado, que de tan resguardado, da miedo mirar.
No hay nada allá, es como si EEUU, fuera un lugar que no existe, como si todo ese desierto fuera un estacionamiento sin pavimentar para entrar al parque de diversiones llamado USA.
San Diego se dibuja a la distancia como una señorita que da la espalda a México, que se concentra en mirar el mar asoleándose.
Tijuana mira hacia el mar de trabajo, en la costa mexicana, las casas se apilan una sobre otra, como un bulto que quiere su pedacito de mar, aunque sea por una ventana.
Casas sobre casas, familias descansando en la playa y los bomberos en la arena cumpliendo funciones de salvavidas y en su caso, claro, de que el mar repentinamente se encienda en llamas.
Me doy cuenta de la pequeñez de mis reflexiones, al lado de este mar que exige silencio, que es un poema de una sola nota constante.
Pienso que el mar comienza ahí, donde lo vi por primera vez.
El mar, tan dentro de mí, que creo yo, tienen sabor a sal mis pensamientos.
Busco palabras que formen una frase que describa mis sentimientos, sólo que nada se acerca a ese alzarse de la ola y degradarse así misma de manera espectacular.
Desde mi rincón existencial, Tijuana BC. México.
Tierra que abraza siempre al regreso, que cobija entre latidos sumergidos en una búsqueda natural, donde el sol nace al poniente.
Andrea Guadalupe.

Texto agregado el 23-12-2011, y leído por 144 visitantes. (0 votos)


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