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 Entre  lágrimas y lamentos las hijas, la esposa  y demás familiares  le decían un adiós  al ya  fallecido padre que inesperadamente  murió en un tonto pero mortal accidente;  nadie  sabe cuando la muerte se le da la gana de  llevarse al primer imbécil que encuentra en el camino.
 Pero  por desgracia le tocó al él, quien todavía tenía cuentas pendientes,  deudas,  hijas y una amada esposa, quienes  estaban solas  con la esperanza de que su difunto  padre y esposo esté en  un lugar  mejor, pues entre la sociedad y  familia, Él,  era un ser muy bueno, que realmente merecía ir al cielo,  y jamás, jamás  ir al infierno, porque según la sociedad era un hombre “bueno”.
 Él, sin saber donde estaba, no tardó en darse cuenta estaba muerto y recordó  el accidente  de las escaleras en el centro comercial, y con cierta picardía dejó  escapar una risa  infame. No sabía dónde estaba, si estaba en un infierno o  en cielo, pues este lugar  no parecía ninguno de los dos, sólo era un parque sin gracia y con escasas flores y mucha  basura en  las bancas y alamedas,  un nublado día, y con gente  triste o para describir mejor  gente idiota.
 Sentado y pensado en cual iba  a ser  su futuro, analizó su  vida, su alegre vida, donde  era un poco bueno por aquí, y un sinvergüenza por allá; se reía de sus  aventuras escondidas, y pensó,  jugando un poco con la sucia tierra, que al ver que no sufría y tampoco gozaba, no existía infierno ni cielo, se alegró un poco, pues el cielo estaba más lejos de él que el infierno.  Sonrió un poco sintiendo un ligero alivio y caminó al primer bar que pudiera encontrar, pero  no había ninguno,  pensó un poco decepcionado que  la muerte  era más aburrida de lo que pensaba, pero al instante se vio un bar, un delicioso bar que mas que bar era una casa de citas, casi saltando de felicidad entró sin pensar  y pidió una cerveza fría  en vaso grande,  cuando quiso beber no pudo, los deseos más grandes por querer sentir la fría  cerveza correr por su sedienta garganta se cayeron  al ver que la  cerveza  caía hacia el piso sin encontrar obstáculo. El cantinero con una sonrisa estúpida dijo en tono irónico: -¿no me digas que te olvidaste  que estás muerto y  el cuerpecito que tenías  se quedo allí abajo?-  se cayó de la impresión y al ver que no podía beber ni hacer nada de lo que le gustaba lo puso muy triste,  entonces, obstinado como siempre  buscó  una mujer, de las que le gustaba, baratas, borrachas y fáciles,  contrató el cuarto mientras el administrador del motel lo miraba como si Él fuera  el estúpido más grande  del mundo. Disfrute su noche le dijo  con una burla escondida  y  salió del  cuarto mientras gritaba por las escaleras: -¡cuidado manchen las sabanas!- decía mientras  reía incontrolablemente.
 El cegado por los deseos de enterarse en la  morena barata olvidó su anterior decepción, e  intentó con todas sus ganas sentir la piel de ella en el,  ya que estaba  desnuda en  la cama pidiendo a gritos un hombre que la inyecte de lujuria.  El no pudo, nada, ni siquiera poder  tocar un riso de su alborotado pelo; ella con una risa loca se burlaba del nuevo muerto y  no callaba, mas gritaba y lloraba sin entenderse a sí misma; salió del cuarto  con lágrimas,  risas y decepciones mientras el pobre iluso sentado en la cama se daba cuenta que todo lo que le gustaba no podía hacerlo sin un cuerpo,  pero sus ganas, sus deseos más oscuros aun estaban en él y le exigían que sacie esos deseo.
 El recordaba  los sabrosos  besos de las olvidadas mujeres de bar,  los polvos llenos de diversión  mezclados con una buena cerveza,  o las buenas películas que escondía debajo de la cama de su  de su inocente y engañada esposa, esa  tonta que le creía todo, que soportaba todo, que cualquier golpe que salía de él era justo; y como olvidar  las amiguitas de su  hija  Vicky,  las que  sin darse cuenta  eran  para él un pequeño postre, claro un postre  que con una buena amenaza era fácil de disfrutar. Ya nada de eso podía hacer,  nada, que deprimente  sitio.
 Por las calles buscaba  la manera de saciar sus apetitos, con nadie funcionaba, y se daba cuenta que entre tanta gente él no era el único que deambulaba  suplicando un poco de paz mental,  la barata morena entre intento e intento buscaba también lo que él  buscaba,  aun con la esperanza de sentir un roce uno aunque fuera  el de un imbécil incrédulo
 El daría todo por  no sentir  esos atormentadores deseos que no podía saciar,  que con tantos años alimentó a escondidas  y disfruto cada una de sus sinvergüencerías que ahora no lo dejan tranquilo.
 Sentado en el mismo parque sucio, ya sabiendo donde estaba, pensaba en su tonta muerte, ya no le salía la misma picara sonrisa, pues por querer  ver los calzones de  su pequeña sobrina  resbaló de las escaleras eléctricas y cayó de nuca sin saber que al despertar de nuevo  estaría en su propio infierno.
 
 
 
 
 
 
 
 El Mesiaz
 
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