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Corría. Sin rumbo, simplemente sentía la angustiosa necesidad de correr. No pensaba en nada, por esa razón era que corría, al hacerlo perdía toda su identidad, no era un hombre, era otra cosa, era aire, era parte de la naturaleza. No era quien era siempre. Corría rápido, le gustaba la velocidad, ver la verdadera fugacidad de las cosas lo reconfortaba, no se detenía ni quería hacerlo, así el mundo pasaba rápido ante sus ojos, casi al punto de que no parecía mundo, parecía sueño, y por eso se metía allí, donde el dolor no duraba. No sentía el cansancio en sus piernas, que normalmente perezosas, palpitaban como si fueran su corazón mismo, pero el dolor físico era ínfimo ante la angustia y la desesperación interna que lo agobiaba, y esto hacía que pareciera que éste una suave caricia, que antes que tratar de detenerlo, lo impulsaba a seguir. Al correr, veía a la gente que caminaba en dirección contraria a la suya y recordaba que hasta hace poco, muy poco para ser precisos, él caminaba y lo hacía en esa misma dirección... Y ahí mismo, como para ahuyentar el recuerdo, aceleraba con todas sus fuerzas y se sumía de nuevo en el irresistible vértigo que lo poseía.
Seguía corriendo, pero al haberse sosegado un poco su alma, fue arrancado de vuelta al mundo por el intenso dolor en sus muslos. Paro. Puso sus manos en las rodillas y respiro con dificultad, “Al carajo, al carajo todo”, pensó, y se dispuso a correr de nuevo, pero no se movió, por lo menos no del todo, su cuerpo andaba pero su alma se quedó en el mismo sitio, y mientras su cuerpo corría en una dirección, su alma dio media vuelta y empezó a caminar a un paso dubitativo al lugar de donde el cuerpo huía. El cuerpo miró hacia atrás, y al percatarse paró y puso una mirada interrogativa, el alma hizo lo mismo y ahí dejaron que el tiempo pasara, mirándose a los ojos, a los mismos ojos con la misma expresión en la cara y una sola duda de por medio. Ya no podrían unirse de nuevo. Fue por culpa de ella. Paradójicamente, ella la única que los podía unir de nuevo, y con la resignación del cuerpo y las ganas de vivir de verdad o morir en el intento del alma, se abrazaron y cual soldados heridos en guerra que vuelven después de haber derramado sangre y dejado amigos caídos en el combate, encaminaron de nuevo hacia allá, hacia ella, hacia el campo de batalla, donde seguramente morirían, pero no les importaba. Era un hermoso lugar para morir.

Texto agregado el 04-05-2003, y leído por 220 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-05-2003 Me gusto muchisimo el texto...!!me impulso a leerlo, eso es demasiado. Gracias.!! Era
 
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