Mirinda espera a Rocío

Mirinda se detuvo frente al edificio donde vivía Rocío. Era el departamento 12 del piso octavo. No se animó a llamar por el portero eléctrico.

¿Y si no quisiera verlo?, ¿Y si ya lo olvidó?, ¿Y si…? ¿Y si…
Mil interrogantes vinieron a su mente.
Decidió esperar en la calle, junto a la entrada, bajo la sombra de un frondoso tilo, a que ella saliera o llegara.
Quería verla de lejos primero y luego vería si podía acercarse sin que ella se sobresaltara.
Se maldijo por no haber llamado por teléfono, antes de venir, para no darle una sorpresa.
Ahora ya estaba aquí…
Para que los vecinos no vieran que un hombre estaba rondando la cuadra, trepó de un par de saltos al árbol y se acurrucó en la copa del mismo. Allí podía esperar y observar sin ser visto.

Cansado de su posición se sentó en una gruesa rama que crujió lastimosamente. Se dio cuenta que estaba bastante excedido de peso, aunque no se le notaba en el cuerpo humano que ahora tenía.
Pensó que debería estar pesando cerca de los ochocientos kilos. En su planeta un ser bien
alimentado no engordaba como los terráqueos, sino que su queratina se hacía mas densa, mas pesada.

Vio salir y entrar al edificio a varias mujeres, pero ninguna tenía la cara de Rocío ni su figura.
Al anochecer bajó del árbol y llamó al 8º 12:

—¿Quién es? — preguntó una vocecilla infantil

—Busco a la señorita Rocío…—explicó Mirinda

Se hizo un largo silencio, luego una voz masculina

—¿Quién busca a Rocío?

—Soy un amigo. Estoy de paso por la ciudad y se me ocurrió pasar a saludarla…

—Espere un momento por favor…

—De acuerdo, esperaré…