| Sucede que tu risa enciendemis recuerdos,
 y me lleva a la nostálgica niñez en Yajalón
 y al abrupto despertar en Salto de Agua.
 
 Sucede que tu canto
 acompaña el día a día de mis sueños
 y me arropa en mis fracasos,
 y me aterriza en mis éxitos.
 
 Sucede que tus ojos, madre
 irradian luz, travesuras, ilusiones,
 y gratos vientos.
 Sucede que tus manos acarician mis cabellos.
 
 Sucede que tus pasos, agiles,
 mesurados, y ciertos
 han guiado el despertar y
 el ocaso de todo aquel que inocente
 se cobija en tu regazo.
 Sucede que tus pasos
 indescriptiblemente llenan mi espacio.
 
 Sucede que has plantado semillas y flores
 alegrando los jardines de mi alma,
 y has pregonado en mis sueños,
 y encallado en mis nostalgias.
 Sucede que has plantado semillas
 y has cosechado Ángeles.
 
 Sucede que has marcado nuestro tiempo
 y nuestras vidas,
 y que has recorrido palmo a palmo
 el sentido de nuestra libertad,
 y nuestra melancolía.
 
 Sucede que te veo niña,
 y que te veo en Tenejapa
 jugueteando traviesa en esa áspera y fría tierra.
 Sucede que te veo niña, con Blanquita
 jugando a las escondidas.
 Sucede que te veo cobijada
 en los brazos de la abuela Cuquita,
 y tan pequeña, sucede también
 que te veo encerrada haciendo trago,
 negocio de familia.
 
 Sucede que te veo caminando
 por calles de San Cristóbal,
 y te veo joven y hermosa con tu sonrisa coqueta.
 Sucede que te veo con tu madre, en Yajalón
 y que sencillamente porque así son las cosas,
 sucede que te veo del brazo de mi padre,
 frente al altar de la iglesia.
 Sucede que te veo llorar por cada uno de tus hermanos,
 Ricardo por sobre todos ellos.
 Sucede también que te veo rezar por tus muertos,
 Pero gratamente,
 sucede que después de cada llanto
 se asoma de nuevo la risa plena que ilumina tu rostro.
 
 Sucede que caminas junto al varón que elegiste
 para andar tus pasos.
 Sucede que envejeces con la risa traviesa
 que descubrí en tu niñez, a través de tus relatos.
 Sucede que a pesar del ocaso, sigues sembrando ilusiones
 y cosechando siemprevivas.
 
 Sucede que te veo anciana y joven
 alegre, amorosa, añorada y amada.
 Sucede que te veo solitaria y callada,
 en la lejanía del huerto,
 en el dialogo con Pedro,
 en la risa del esposo y en las voces de tus hijos.
 Sucede que te siento viva
 en la risa festiva de tus nietos.
 
 Sucede madre, que has iluminado mi presencia
 en este universo y de este firmamento,
 el breve rato.
 
 Berriozábal, dic. 2011
 
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